El espejo de Pavese

Por Gabriela Caballero Delgado

Cuántas grietas puede reflejar el espejo donde Cesare Pavese se contempla. Acaso ya sospechaba que un día aquellas grietas terminarían quebrándolo por completo. Los ojos de la muerte, quien estuvo acompañándolo desde el alba hasta el anochecer, lucían hastiados por el peso del mundo, la partida de su padre, la severidad de su madre, las dos grandes guerras que vivió. Por el éxodo de tanta gente durante la posguerra en Italia. Y por el amor, principalmente por el amor, que siempre lo desnudaba.

Pavese descubría el asombro y el horror en aquellos ojos que lo reclamaban al otro lado del espejo. Le escribió a la actriz Constance Dowling agradeciéndole por los días de felicidad compartidos y, puesto que habían terminado, estaba listo para abandonarse a la oscuridad. Pero ya antes había escrito en su diario que “no se mata por amor a una mujer, sino porque el amor —cualquier amor— nos revela en nuestra desnudez, en nuestra miseria, en nuestra vulnerabilidad, en nuestra nada”. Quizás aquella misma vulnerabilidad resulte la única forma de preservar nuestra existencia, mientras caminamos junto a la muerte. Tal vez esta desnudez y esta miseria sean las que nos vuelven más conscientes de la vida. Siendo así, que venga el amor y nos lastime.

Es como Pavese creía: el amor abre una ventana en nuestras almas que nos vuelca hacia el mundo, con la posibilidad de construir uno mejor. En su texto “Leggere”, proclamó que amar a los libros era también amar a los hombres y quien no lo entendiese así, solo podía ser un “fatuo y un réprobo”. Pavese amaba los libros y en todo lo que escribió dio muestras de su profunda sensibilidad social.

En la entrevista que Luciano Sáliche le hace al poeta Jorge Aulicino sobre este escritor italiano, se afirma que fue “un hombre que pensaba y sentía con el peso de la humanidad”.  Era evidente que un día, este peso resultaría imposible de sobrellevar. El alma no se desnuda únicamente frente al amor, también lo hace ante la injusticia, la crueldad y la indiferencia.

En su novela De tu tierra, en una de las escenas finales, Berto (el narrador protagonista) contempla a dos campesinos concentrados en trabajar bajo el ardiente sol, trepados sobre la máquina de trillar y distanciados del ataque de Talino hacia su propia hermana; a quien insertó una horquilla en el cuello y que, en ese preciso momento, agonizaba en el segundo piso de la casa. Berto se pregunta si “haciendo estos trabajos es como se pierden la cabeza y vuelven bestias”. Está tan hastiado de la violencia de quienes se encuentran más cerca y del poder nefasto que tiene la planicidad de la vida, volviéndonos imperturbables al sufrimiento y a la muerte. Había buscado refugio en la naturaleza, pero esta ha sido trasgredida y ya no puede ofrecerle calma. Al día siguiente, Berto volverá a Turín, buscando salvar su humanidad, como también estuvo intentándolo el autor.

La angustia existencial y el desconcierto persiguieron siempre a Cesare Pavese. El 27 de agosto de 1950, dejó de resistirse y se suicidó. Su amigo Ítalo Calvino dijo que esta decisión no se debía al peso de la vida misma, sino a sentir demasiado que no lograba vivir plenamente. Junto a los papeles de su célebre poemario “Y vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, Pavese dejó en su mesa de despacho en la editorial Einaudi, la siguiente nota: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chusmeen demasiado”. Luego pensó si sus palabras eran inútiles y se hundió en aquellos ojos que lo miraban desde el espejo. Entonces estalló “un grito callado, un silencio”, que, siete décadas después, solo sus libros logran romper. 

Dejanos un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.