Bruno Schulz

Por Fátima Carrasco

Cada autor tiene motivos especiales y personales que lo impulsan a enfrentarse a la página en blanco. Escribir es un trabajo duro y gratificante y muchas veces, conseguir que un manuscrito acabe editado depende de mil factores. De la posibilidad de que una obra acabe traspapelada no se libraron ni siquiera los grandes autores universales. También algunas de sus obras literarias acabaron perdidas en la niebla.

Uno de los casos más trágicos y redundantes fue el de “Mesías”, la novela del infortunado Bruno Schulz, iniciada en 1934: “Lo denomino sencillamente El Libro, sin epítetos ni calificativos, y en ésta vasta sobriedad hay un matiz de impotencia, una tácita capitulación ante la vastedad de lo trascendental, pues no hay palabra o alusión que pueda sugerir adecuadamente el escalofrío del miedo, el presentimiento de algo sin nombre que excede nuestra capacidad de asombro”.

Schulz, que clasificaba libros robados con Izydor Friedman, (por órdenes de Félix Landau, oficial de la Gestapo) le contó a Friedman que un católico ajeno al guetto tenía sus manuscritos guardados. Y a otro amigo suyo, le dijo que era “alguien a quien no conocía, me dijo su nombre pero por desgracia se me ha olvidado por completo”.

A Schulz lo fusilaron el día que iba a fugarse, con documentación aria y pasaporte falso.

En 1987 Alex Schulz, supuesto hijo ilegítimo de Izydor, hermano mayor del autor, telefoneó al experto en la obra de Schulz, Jerry Ficowsky y le explicó que un neoyorquino oriundo de la comarca natal de Schulz, ofreció venderle por 10 000 dólares el manuscrito de “Mesías”: 2 kilos, 1500 páginas escritas en polaco con ocho dibujos. Alex, que sufrió una hemorragia cerebral, no volvió a comunicarse con Ficowsky, quien nunca llegó a conocer el nombre del contacto neoyorquino que ofrecía el valioso manuscrito.

El azar o el infortunio volvieron a aparecer cuando en 1990, el embajador sueco en Polonia, Jean Christophe Oberg, avisó a Ficowsky que un funcionario soviético había encontrado en los archivos del KGB, entre documentos de la Gestapo, la primera página de “Mesías”. Tampoco en esta segunda ocasión pudo ver la luz el manuscrito -o la verdad relativa al caso- pues Oberg, como buen diplomático, no llegó a revelar el nombre del funcionario y para colmo, murió de cáncer, dejando al esforzado Ficowsky in albis.

También Dostoievsky dejó un libro perdido: “Ateísmo”, según lo tituló de forma provisional en 1868. El prota era un empleado público de 45 años que pierde la fe -obvio, teniendo en cuenta el explícito título-. Según el propio autor escribió al poeta A,N. Maikov, “entabla relación con la generación más joven, ateos, eslavófilos y europeos, fanáticos religiosos rusos, monjes y sacerdotes; desarrolla una profunda amistad con diversos personajes, entre otros un propagandista jesuita polaco; llega a caer en la secta de los flagelantes y al final recupera la fe en Cristo y Rusia”. Semejante relato argumental (digno de alguna peli gore) terminaba con la conocida e inútil advertencia del autor de la inconmensurable “Crimen y Castigo”: “Por el amor de Dios, no se lo cuentes a nadie” (ingenua frase que significa precisamente todo lo contrario). ”En lo que a mí respecta, tengo la intención de escribir ésta novela aunque acabe con mi vida”. A su sobrina le dijo que no podría escribir “Ateísmo” en Europa. En 1870, “Ateísmo” se titulaba “La Vida de un Gran Pecador” y pretendía ser tan larga como “Guerra y Paz”. Serían tres -posteriormente cinco- relatos cortos interrelacionados. El pecador era un hijo ilegítimo, educado por sus abuelos, cuya noble familia había “degenerado hasta extremos canallescos”. El joven héroe (¿o antihéroe? prota, en todo caso) encuentra abominable a su familia y se interesa por dos personas: una chica minusválida y angelical, Katya, a quien obliga a rendirle culto, y por Kulikov, empleado de la familia y miembro de la secta flagelante Christi. La primera parte termina con el asesinato de un conocido bandido a manos del joven, nihilista a ésas alturas del partido.

La segunda parte transcurre en un monasterio, donde el prota, tras su confesión, traba amistad con el libertino Lambert -personaje dostoievskiano de “El Adolescente”, escrita en 1875- y con Albert, con quien profana iconos y al que, sin embargo, abofetea por blasfemo.

Nuestro prota, además, es abducido por un personaje basado en Tijo Zadonski, místico ruso en quien Dostoievsky se basaría para crear al padre Zossima, personaje de “Los Hermanos Karamazov”.

El atrabiliario aunque atribulado prota de “La Vida de un Gran Pecador” -que sería posteriormente intitulada “La Cuarentena, Un Cándido Ruso, Transtorno” (sin lugar a dudas, el título ad-hoc para semejante epopeya existencial) y/o “Un Libro de Cristo”- terminaba sus días fundando un orfanato, transformado en un asceta con tendencias suicidas.

Pero ¿qué pretendía Dostoievsky con semejante obra? Según sus propias palabras: “La idea de la novela es mostrar que hoy el trastorno universal reina en todos los elementos de la sociedad, en sus asuntos, en las principales ideas (que por tal razón no existen) en la desintegración de la vida familiar. Si existen convicciones apasionadas, sólo son destructivas (socialismo). Ya no existen ideas morales” (Un análisis vigente, que podría haberse escrito ayer mismo, por otro lado).

Según los estudiosos de la obra dostoievskiana, “Los Hermanos Karamazov” vienen a ser un compendio de estos distintos episodios argumentales. Durante su reclusión en Siberia Dostoievsky había conocido a un parricida convicto en quien se inspiró. En la introducción de “Los Hermanos Karamazov”, el propio autor declara que “La novela principal es la segunda, la que versa sobre la actividad de mi héroe en nuestros días… La acción de la primera novela, por otra parte, sucede trece años antes y no es exactamente una novela, sino un episodio de la adolescencia de mi héroe. Me resulta imposible prescindir de la primera novela porque sin ella gran parte de la segunda sería ininteligible”.

Según el periodista Alexei Suvorin, el duque Alexander Mijailovich constató que existía el segundo volumen. En él, los personajes principales eran Smerdyakov, el alegre tarambana Dmitri, Iván, el escritor ateo y su hermano menor, el místico Aliosha Karamazov. Para darle más confusión e intriga a la obra perdida, Dostoievsky escribió, en otra de sus misivas: “Si cree usted que en mi última novela, Los Hermanos Karamazov, había muchos elementos proféticos, espere a la continuación. En ella, Alyosha dejará el monasterio y se hará anarquista. Y mi piadoso Alyosha matará al zar”.

Tan tremendo argumento resultó no sólo certero, sino verídico: Dostoievsky murió el 28 de enero de 1881, un mes antes del asesinato del zar Alejandro II.

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