Compromiso de arequipeños siempre fue respetado

Por Carlos Meneses Cornejo

Quienes lo burlaron sufrieron consecuencias.

ESPECIALES DE AREQUIPA: Los arequipeños que yo conocí

Luis Sánchez Cerro.

Ha sido constante decir que los arequipeños cuando asumen compromisos de palabra los cumplen con más severidad que ante papeles firmados, contratos u otras obligaciones escritas. Por tales antecedentes, el 22 de agosto de 1930 y a instancias del entonces comandante EP, Luis M. Sánchez Cerro, civiles y soldados tomaron la decisión de derrocar el gobierno de 11 años que lideraba Augusto B. Leguía.

También se tomó el acuerdo de que ninguno de los conspiradores vestidos con uniforme o de civiles participarían en algo que no fuera comicios libres y democráticos para remplazar al centralista régimen de Leguía.

Los sucesivos pronunciamientos de guarniciones de todo el país terminaron con el mandato de Leguía y desembocaron en su internamiento en un hospital para atenderse de mal que lo llevó a la tumba. Después de eso, salieron a flote las pretensiones de algunos que aseguraban desconocían el compromiso de Arequipa y pretendían la Presidencia de la República.

El personaje más notorio en este afán fue el propio Sánchez Cerro que al prepararse para despedir a una tropa de movilizados peruanos que partían a defender el territorio patrio frente a una Colombia que nos declaró la guerra en el Cenepa, fue asesinado y herido mortalmente por balas disparadas por un heladero al que mató la guardia presidencial.

Luego se sucedieron dos juntas de gobierno presididas por militares, mientras en Arequipa se armaba una nueva revuelta para conseguir que se respeten los compromisos que nacieron ese 22 de agosto.

Se señalaba a Manuel J. Bustamante de la Fuente, brillante abogado, arequipeño de nacimiento como el que podía ser el líder del cumplimiento de la exigencia, pero Bustamante declinó el honor y puso los ojos en un ciudadano cusqueño al que se pidió venir a Arequipa para liderar un gobierno transitorio, convocar a elecciones y acatar el resultado de las urnas.

David Samanez Ocampo se mostró dispuesto a aceptar las pretensiones de Arequipa y prometió venir cuando mejorase su estado de salud; entretanto Bustamante de la Fuente, afectado por una dolencia en la vista reiteró su decisión de cumplir su compromiso.

En Arequipa mandaba una junta como gobierno regional del sur, mientras que en Lima una directiva transitoria estaba en Palacio de Gobierno y David Samanez Ocampo se fue a la capital para devolver normalidad a la vida de la República.

El historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz dice que en realidad esta segunda revolución arequipeña de respeto a la palabra empeñada purificaba lo que había empezado el 22 de agosto.

Apristas y comunistas fueron perseguidos por el gobierno de Óscar R. Benavides y el Perú perdió la oportunidad de volver rápidamente a la democracia que solo recuperó sus formas tradicionales con la elección de José Luis Bustamante y Rivero, quien obtuvo victoria sobre Eloy G. Ureta que resultó en segundo lugar a pesar de su éxito en la victoria de la guerra del Cenepa.

En tanto en las calles había desórdenes y el gobierno militar de Benavides impuso condiciones pretendiendo permanecer en Palacio de Gobierno, paralelamente a nivel mundial había una crisis económica determinada por la presencia del eje que lideraba el fascismo y los partidarios de Hitler.

En las calles de Arequipa era frecuente la presencia de Francisco Mostajo y los liberales que también creían en la conveniencia del retorno a la democracia.

José Luis Bustamante y Rivero.

Bustamante y Rivero fue asediado por un bloqueo de los parlamentarios del APRA en el Congreso, que dejaron de asistir a las sesiones ordinarias, mientras en las tiendas escaseaban recursos como el aceite, el arroz y otros más.

Al final, los 3 años de Bustamante terminaron con el golpe de Odría y otra vez volvimos a las mismas. Todo por haber faltado a la palabra comprometida de los golpistas de Leguía que solo pretendían sacar a un tirano del gobierno para remplazarlo por un demócrata que no debía ser alguien que faltara a la palabra empeñada de hacer elecciones libres y democráticas.

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