Navidad 2024
Por: Rubén Quiroz Ávila
REFLEXIONES
Para muchos, la Navidad es un espacio cultural para compartir familiarmente y reafirmar el afecto. Por supuesto, su significado cristiano original ha ido enriqueciéndose con los siglos. Sin embargo, la maquinaria comercial suele aplastar el sentido real y esencial de este recordatorio global que subraya la importancia de estar juntos y compartir. Algunos confunden el espíritu navideño con una compulsión de compras a tal punto que, incluso, solo creen posible que se vive esa sensación festiva en tanto más obsequios se reparten. Como si la Navidad fuera una carrera de oferta y demanda a diestra y siniestra.
También hemos asimilado ciertas formas de celebración de otro hemisferio y clima. Mientras aquí estamos con calor veraniego, por imitar las celebraciones que tienen las regiones que están en invierno, tomamos chocolate caliente cuando el termómetro registra altas temperaturas.
Además, el legendario Papá Noel, con su invernal vestuario propio de los lugares en temporadas friolentas, lo vemos andando por las calles peruanas, transpirando y luchando contra el sol implacable. Asimilamos con entusiasmo las contradicciones e imitamos acríticamente la forma. A eso hay que sumarle que el arsenal cruel de los petardos y fuegos artificiales se han ido incrementando a pesar de que algunos años causó una desgracia nacional en el incendio de Mesa Redonda. Olvidamos rápidamente esa tragedia como si no hubiéramos aprendido la brutal lección.
Hay quienes la pasarán extremadamente solos, sin quien los acompañe esa Nochebuena, que no lo será de ningún modo. La noche será larga, los asientos vacíos, desocupados de humanidad, y los villancicos sonarán como anuncios lúgubres y tristes. Para ellos no hay madrugadas, ni luna que los alumbre regocijada. Otros, en esas horas de vigilia, son centinelas, firmes y cautelosos, cuidando a los demás, atentos a cualquier emergencia en centros de salud y lugares públicos. Mientras el mundo celebra, ellos, nuestras escoltas secretas, estarán allí, custodiando la vida.
Por ello, una forma de celebrar es agradeciendo por todo lo bueno sucedido. La gratitud es indispensable para conservar sanos los vínculos. Igualmente invocando por aquellos que esta Navidad están luchando por sus vidas, por una enfermedad que los agobia y es difícil vencer. Cualquier palabra de alivio, de consuelo solidario, sosiega el alma de aquel que necesita un descanso por tanta batalla contra el mal que lo consume.
Es que la Navidad no es igual para todos, pero más allá de las propias creencias, hay que recordar el profundo valor del amor familiar y amical que se extiende a nuestro prójimo, como un integrante de esa inmensa y necesaria familia que requerimos ser. El mal, aunque parezca indetenible, no vencerá al amor, a la solidaridad, a la luminosa fraternidad y concordia que exhortamos reconocer en nosotros.