CRÉELO… AÚN HAY ESPERANZAS

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia

Cada uno de nosotros somos seres llenos de luz, que alumbramos con esperanza el camino de aquellos que vienen detrás de nosotros.

El mundo es una extensión de nuestro ser. Cada uno de los seres humanos que nos rodean son una parte de nuestro ser. Su bienestar es nuestro bienestar, su perturbación es nuestra intranquilidad. Ningún ser humano es independiente de otro ser humano, todos estamos relacionados de un modo o de otro. El mundo es un conglomerado de seres humanos. Un ser humano es un conglomerado de células, con distintas capacidades y formas, que trabajan en equipo (muchas veces sin darse cuenta) con el fin único del bienestar del todo. Del mismo modo, somos una parte de un todo total que es la humanidad y, en consecuencia, nuestra felicidad genera bienestar y alegría en un grupo poblacional dado y nuestros actos de negligencia no sólo nos perturban sino que dañan a aquellos que nos rodean.

El concepto de individualidad existe en el mundo, pero este va de la mano con el de solidaridad y trabajo en equipo. Alejarnos del mundo genera que una parte del mundo no cumpla de modo eficiente su labor y determina sentimientos de ausencia en el entorno.

Somos una parte del mundo y el mundo es una parte nuestra, eso se basa en el principio universal de complementariedad, en virtud del cual, lo grande es parte del pequeño y lo pequeño es parte del grande, aunque nuestro conocimiento tan limitado se niegue a entenderlo. Cuando dejemos abierta nuestra mente, las cosas serán simples, como es algo tan simple y natural para un niño el funcionamiento de un aparto celular o de un televisor plasma.

Recuerda: todo tiene una explicación, todo tiene una razón y un porqué, pero nuestra mente tan limitada aun no puede entenderlo, mucho menos interiorizarlo.

Cada uno de nuestros actos es parte de un gran proyecto personal e intransferible. Nuestros pensamientos, formados a lo largo de un proceso de maduración individual son las raíces en virtud de las cuales se sustentarán nuestros actos futuros.

Contemplar el mundo con ojos de esperanza generará fe en las personas que nos rodean, generará bondad en los actos de los seres humanos del entorno y regalará luz a los pétalos de las flores que se abren cada día en busca de la luz que da vida.

Cada uno de nosotros tiene la magia de hacer el bien, de deslumbrar al mundo con acciones nobles y la valentía para retirarse al desierto del encuentro personal para evitar los sonidos de la vanidad y la soberbia.

Somos seres que se encuentran día a día y que tienen el don de descubrirse, de encontrarse y de guiarse por el camino de la sabiduría y del desarrollo personal.

La naturaleza es nuestro par, es nuestra alma gemela que contempla cada acto que realizamos, que no juzga nuestros actos irracionales y que a la vez se alegra con el deleitar de nuestros pasos y la sonrisa de nuestro rostro.

En esencia somos seres inmortales que viven una milésima del tiempo universal pero que existen por siempre en la materia del universo. Somos seres humanos nacidos de lo material y lo inmaterial, del espíritu, la razón, el sentimiento y la naturaleza física, que al vivir a plenitud hacen vibrar su ser más allá de los confines del tiempo y del espacio.

Tenemos la capacidad de ver el corazón de cada ser humano que nos rodea, pero inconscientemente muchos han decidido archivar dicho don, porque no es importante para nuestra vida o porque hay dones que merecen mayor atención. Pero aquí viene nuevamente el aprendizaje: no hay nada mayor ni nada menor en el universo, solo hay lo que hay y todo tiene el mismo valor, invalorable.

Ver el corazón de la gente es un regalo maravilloso en virtud del cual un recién nacido genera los lazos de empatía y afecto con los seres que nos rodean. No es un don que no sirva. Hoy en el mundo hay mucha gente que sufre porque no pueden conocerse, porque le es difícil conocer a las personas que les rodean o porque las personas que les rodea no se presentan tal y cual como son. Pero que necios, ¿verdad?, tenemos el don de ver nuestro corazón latir, de saber nuestras emociones y de alegrarnos por lo que hemos vivido y rechazamos el regalo por el quimérico miedo de “no querer sufrir”. Acaso no sabes que el sufrimiento es la sombra de la felicidad, si estas sufriendo es porque probablemente a unos pasos, ahí no más, debe estar la felicidad.

Renunciar al don de contemplar nuestro corazón significa renunciar al don de contemplar el corazón de los demás, es limitarnos en muchos aspectos y es condenarnos al sufrimiento interminable en base al desconocimiento.

Nuestra esencia, es la auto aceptación y en virtud de ella el desarrollo personal. Nuestra segunda virtud es la transformación, que no significa como muchos creen convertirnos en un ser distinto al que somos, en realidad significa volver a ser aquellos seres maravillosos que siempre hemos sido.

Pero no debemos olvidarnos de algo muy importante para volver a ser nosotros mismos: La inocencia de corazón es importante. La inocencia apertura la visión de aquel que se ha negado a ver. Despierta la razón del sediento que se olvidado que lleva un bidón de agua en el dorso. La inocencia es el milagro de la niñez que le permite al niño aceptar sin condiciones a su entorno, adaptarse a las circunstancias adversas del entorno y que a su vez le regala la magia de disfrutar a plenitud cada momento, cada minuto, cada contacto con el tiempo que se va.

Somos seres humanos que contemplamos un mundo que para muchos está perdido pero que para aquellos que creemos en la esperanza recién está por nacer. El mundo es una oportunidad maravillosa de desarrollo, en una semilla que puede dar los frutos que tu decidas que das. Es el segundo jardín más próspero que existe (el primero está en tu mente), lo que siembras en él dará fruto, por eso te recomiendo que siembres en él esperanzas, sonrisas, buenos deseos y sentimientos de amor.

El mundo es un lugar maravilloso donde vivir, donde hacer realidad tus sueños y donde cobijarte de la lluvia y del pesar. Cada lugar del mundo tiene un nombre y ese nombre es hogar.

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