Por Carlos Meneses Cornejo

El historiador arequipeño gustaba de hablar con sus amigos sobre hechos que revelaran lo que podían ser confidencias.

ESPECIALES DE AREQUIPA: LOS AREQUIPEÑOS QUE YO CONOCÍ

Eusebio Quiroz Paz-Soldán nació en 1940, cuatro años después de que yo viniera al mundo en 1936. La primera vez que lo vi y conversé con él fue en la puerta de mi casa en la calle Melgar a donde él llegaba junto con su compañero de estudios, Paul Zuzunaga Meneses, hermano menor del “pato” Zuzunaga que fue alcalde y prefecto de Arequipa.

Esperaba a ambos muchachos mi madre doña Adela de Meneses, quien ya tenía preparado té y panes para los estudiantes que se detenían a consumir el refrigerio para que luego Eusebio siguiera marcha hacia su casa que quedaba en Miraflores.

En mis quehaceres de periodista fue inevitable que hablara con él y siempre fueron conversaciones cómodas porque gustaba hablar de familiares comunes y no solo de temas históricos sino de asuntos relacionados con personas que tenían que ver con temas comunes y que tenían vinculación.

Eusebio tenía la costumbre de dictar la dedicatoria de un libro, su esposa la escribía y él la rubricaba. La última vez que lo hizo salió de su dormitorio apoyándose en la pared para llegar a una silla donde comenzó a hablar de familiares comunes de los que comentaba como si los conociera de antes.

Así los diálogos entre los amigos se tornaban familiares, casi íntimos en que unos y otros se acercaban en una ciudad donde todos parecían conocerse y donde los secretos no existían porque la familia era grande y vinculada.

Él era un arequipeño orgulloso de su condición y satisfecho de ser maestro, amigo y deseoso de cumplir con todos. En una de mis visitas cuando él estaba enfermo e internado en la Clínica San Juan de Dios me dijo que el tratamiento al que estaba sometido era producto de la gestión de una hija que le había ayudado para superar una contingencia derivada de un pie diabético y pidió que mantuviera en reserva el nombre de quien le había hecho el favor de poderse bien atender del mal que le persiguió hasta la muerte.

Cuando él muere yo estaba hospitalizado y no podía acudir a sus exequias, pero supe que en ellas todos los que acudieron sintieron su pérdida como la de un ser querido que les pertenecía y al que querían entrañablemente.

Lo vi caminar con uno de sus nietos, contento y satisfecho de poderlo mostrar como un valor de su Arequipa querida, lo vi en su casa, después en un departamento y nunca fue diferente en el trato y en ocuparse de personajes comunes para los dos.

Eusebio Quiroz Paz-Soldán, así como Arturo Villegas, quien escribió el texto de 10 años de lucha por la democracia en el Perú, se dedicaron a estudiar a Arequipa, sus costumbres, su historia y su gente.  Villegas murió de un balazo en plena Plaza de Armas de Arequipa causando gran dolor en el último caudillo que tuvo Arequipa en 1950. Se fue en silencio, pues las autoridades militares se opusieron a que alguien hablara en su entierro.

La muerte de Eusebio también dejó un gran dolor y ausencia llevándose un mensaje de gratitud de su pueblo, de sus amigos con quienes hablaba de familiares, aunque estos vivieran fuera de Arequipa y que resultaban ser conocidos suyos y vinculados a él por la amistad que tenía con sus íntimos.

Arequipa le rindió un homenaje que le debía y que cuatro universidades se pusieron de acuerdo para tributarle reconocimiento y un alcalde generoso quiso concretar tal pedido colocando su retrato en la galería de arequipeños ilustres que alberga los retratos de las grandes personalidades de esta ciudad.

Se sintió entonces su presencia como nunca antes había ocurrido y como de seguro volverá a pasar cuando un grande como él ocupe el lugar en la galería que está ubicada en el museo municipal Guillermo Zegarra Meneses en la plaza de San Francisco.