EL RESPETO A LA MUJER VA MÁS ALLÁ DE LOS LAZOS DE SANGRE
Por RICARDO LUCANO

A menudo oímos una frase que aparenta estar llena de nobles intenciones: “respeta a la mujer, podría ser tu madre, tu hija o tu hermana”. Suena bien, incluso enternecedora. Pero si nos paramos a meditarlo un poco, ¿será una forma correcta de entender el respeto? ¿Por qué tendríamos que imaginar un vínculo familiar para reconocer la valía de una mujer?

Desde la niñez, a menudo sin que nadie lo diga directamente, aprendemos que las mujeres “merecen” respeto y que existen hombres “decentes” que las cuidan. Pero, ¿qué tal si empezáramos a concebir el respeto no como un favor, ni como una reacción automática hacia quienes nos recuerdan a nuestra propia familia, sino como una decisión ética que se ejerce con una persona, independientemente de si es familiar?

El respeto no es un acto instintivo, sino una elección ética. Una elección que no debería depender de si esa persona nos es cercana o útil, según nuestros propios prejuicios. Durante siglos, se nos ha metido en la cabeza una lógica que justifica el respeto a la mujer basándose solo en su relación con un hombre: como madre, hija, esposa. Esa lógica es profundamente machista y además, peligrosa. Porque deja fuera a quienes no encajan en ese esquema: las que viven solas, las que no quieren ser madres, las que se visten o aman diferente. A las que, sencillamente, son ellas mismas. No deberíamos respetar a alguien solamente porque podemos imaginarla como parte de nuestra familia. Hay algo mucho más sencillo y profundo: se le respeta porque es una persona. Y basta.

Este enfoque no es una moda pasajera, ni una ideología traída de fuera. Es un principio ético que ha recorrido la historia del pensamiento. Por ejemplo, Immanuel Kant, afirmaba que todo ser humano debe ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como un medio. Y en nuestro contexto, eso implica no reducir a las personas a su utilidad, parentesco o conveniencia. María Zambrano, desde una sensibilidad más espiritual, recordaba que la dignidad no se da: se reconoce. Nadie tiene que demostrar que merece un buen trato. Lo merece por el simple hecho de existir.

Por supuesto, arrastramos frases heredadas que todavía nos influyen: “las mujeres lloran”, “una mujer tiene que hacerse respetar”, “eso no es cosa de mujeres”. Son formas de pensar que, aunque se repitan con cariño o por costumbre, mantienen jerarquías que hacen daño. Cuando una sociedad exige que una mujer se comporte de la manera que se espera de ella para evitar el maltrato, le está echando la culpa de cualquier percance a ella misma, si es que rompe algún paradigma. Es como si el respeto se ofreciera, pero en condiciones, como una recompensa a cambio de ella tener buen comportamiento.

Hay tradiciones importantes que vale la pena conservar: la amabilidad, el apoyo entre nosotros, el ser responsables. Pero también es clave analizar, siendo muy críticos, esas maneras de «atención» del varón que en realidad esconden poder.

Para empezar, dejemos de celebrar los chistes machistas en la comida familiar. Prestemos atención de verdad a una compañera cuando esté hablando, sin cortarla. También es esencial alzar la voz, con respeto, pero sin miedo, donde todavía haya ideas de opresión: en las clases, las iglesias, los equipos deportivos. Porque aprender no es solo cosa de libros y salones; también se aprende en las charlas del día a día, en lo que hacemos y callamos.

Así que, respetemos a la mujer porque es una persona. Y con eso es suficiente.

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