No de dónde venimos, sino adónde vamos

SIN AMBAGES

Por Úrsula Angulo

En un coctel, me presentaron a uno de los invitados y en la conversación apareció la genealogía. Mientras yo recuerdo los nombres y apellidos hasta mis abuelos, este invitado conocía la misma información de sus tíos abuelos, sus bisabuelos y con quién se casó la prima segunda de la tía política del suegro del hermano de su bisabuela.

Es una experiencia muy simpática ver fotos antiguas y saber un poquito de la vida de aquellos que son nuestra familia pero que no llegamos a conocer. Imaginar cómo habría sido su vida hace ochenta años y que nos cuenten alguna anécdota o hazaña que nos haga sentir orgullosos de quienes, no por coincidencia, llevaron también nuestro apellido y mucho antes que nosotros.

Conocer mi árbol genealógico no es mi pasatiempo, pero comprendo que para muchos esa investigación resulte muy interesante. Sin embargo, antes de pasar a otro tema entretenido propio de un coctel —no, no el clima, la política tampoco— el invitado genealógico dijo una frase que me dejó pensando por un momento, e incluso en el camino de regreso volvió a mi mente.

Hay que saber de dónde venimos para saber adónde vamos. Esa era la frase. Pensaba y pensaba hasta que abrí la puerta de mi casa y vi mis libros y mis cuadros. Quizá a los integrantes de mi árbol genealógico no les gustaba mucho leer y quizá el arte les parecía aburrido, y no sé cuántos habrán ido a la universidad. Entonces, ¿sus intereses o las oportunidades que tuvieron (o que no tuvieron) van a indicarme hasta dónde puedo ir? Así concluía que esa frase que sonaba muy genealógica y filosófica no coincidía precisamente con mi punto de vista.

Se me ocurre que alguien en mi árbol genealógico pudo haber tenido los mismos intereses que yo, pero en su tiempo no encontró nunca los recursos para investigar acerca de un escritor o un artista. Y quizá, aun con mucho talento y aptitud y un anhelo inmenso, no pudo ir a la universidad porque era hombre y tenía que ayudar en el negocio familiar o porque era mujer y ¡cómo se te ocurre que vas a ir a la universidad! Por supuesto, también podría encontrar en los libros genealógicos de mi familia, si los hubiera, nombres de ilustres arequipeños, claro que sí.

Entonces, ¿uno u otro caso va a determinar qué hacemos en esta vida? No, no exageres, no es así. Ah, no es así, bueno saberlo; no determina lo que vaya a hacer en la vida, pero ¿va a guiar o predecir mis pasos en este mundo? No, tampoco.

Que sea una bonita forma de encontrarnos con alguien con nuestro mismo apellido y acaso saber si nuestras familias pertenecen al mismo árbol genealógico o quizá a otro no muy lejos del nuestro. Qué lindo saber que el papá del bisabuelo llegó de tierras lejanas porque le contaron de este hermoso país y al poco tiempo decidió quedarse para siempre.

Y que sea también la manera más bonita de conocer las experiencias de quienes aparecen en esas antiguas fotos en blanco y negro. Una de esas historias puede ser inspiradora y podría tener las palabras que te animen a salir adelante también porque, si tu tío abuelo pudo hacerlo en ese tiempo, seguro que ahora tú también.

Sin ser muy genealógico, puedes conocer y aprender de tus antepasados. Pero se me ocurre que no es necesario saber de dónde venimos para saber adónde vamos. Más bien, me quedo con Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar».

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