Las pymes, motor del Perú que no se detiene

José Callegari, líder de la estrategia de Sostenibilidad PYME del BCP.

Las pequeñas y medianas empresas no solo representan cifras o porcentajes dentro de los reportes económicos: representan historias de vida. Historias de esfuerzo, perseverancia y creatividad que, día a día, empujan al país hacia adelante. En el Perú, más del 99 de las empresas son micro, pequeñas o medianas, y generan aproximadamente el 85 % del empleo. En otras palabras, las pymes no son un sector más: son el verdadero motor de nuestra economía y el corazón productivo del país.

Pero hay algo aún más poderoso que los números: el espíritu que las impulsa. Las pymes son, ante todo, sueños convertidos en acción. Son esas bodegas de barrio que resisten con dignidad los vaivenes del mercado. Son talleres familiares que se transforman en marcas reconocidas en su comunidad. Son jóvenes que, con una idea clara y mucha pasión, logran poner en marcha negocios con impacto real. Son mujeres que, desafiando estereotipos y barreras estructurales, lideran empresas que cambian su entorno. Las pymes son diversidad, resiliencia e innovación, y están en todas partes.

A lo largo de los años he tenido la oportunidad de conocer de cerca a muchos de estos emprendedores. Y en cada uno de ellos he encontrado la misma fuerza: la de quienes no se rinden frente a la adversidad. Personas que no esperan condiciones ideales para empezar, simplemente comienzan. En ellos vemos la mejor expresión del Perú que queremos construir. Uno inclusivo, solidario y justo. Porque cuando una pyme crece, no solo mejora la vida de su fundador o fundadora, sino también la de su familia, su equipo de trabajo, su comunidad y hasta su región.

Uno de los principales desafíos que enfrentan las pequeñas y medianas empresas es el acceso a oportunidades. Ya sea en términos de financiamiento, capacitación, digitalización o redes de contacto, aún queda mucho por hacer para reducir las brechas que impiden que más negocios prosperen. Por eso, en lugar de verlas solo como un sector vulnerable, debemos verlas como aliadas estratégicas del desarrollo del país. Invertir en las PYMES es apostar por un crecimiento económico con rostro humano. Uno que no se concentra solo en grandes urbes o industrias, sino que se expande hacia todos los rincones del Perú, donde la energía emprendedora está más viva que nunca.

En los últimos años hemos visto con claridad cómo la incertidumbre económica y política afecta de manera desproporcionada a los emprendedores. A pesar de ello, no se detienen. Adaptan sus modelos, aprenden nuevas habilidades, exploran otros canales de venta y siguen adelante. La pandemia fue una dura prueba para todos, pero también una evidencia irrefutable del poder transformador del espíritu emprendedor. Muchos negocios migraron al mundo digital, se reinventaron con nuevas propuestas de valor o encontraron en su comunidad un apoyo que antes no habían imaginado. Esa capacidad de adaptación es la que debemos seguir fortaleciendo desde todos los sectores.

La clave está en mirar a los emprendedores no desde la condescendencia, sino desde el respeto. No desde la compasión, sino desde la confianza en su potencial. Las pequeñas empresas no necesitan que se les regale el futuro, solo que se les abran las puertas necesarias para construirlo. Y esas puertas se abren con educación, con herramientas, con redes de apoyo, con entornos justos para competir.

Es cierto que muchas veces los desafíos parecen enormes: informalidad, falta de capital, escaso acceso a tecnología o mercados. Pero frente a cada obstáculo, también hay una oportunidad de innovación. Lo hemos visto en emprendedores que transforman residuos en productos sostenibles, en quienes apuestan por el comercio justo o en quienes se convierten en referentes de su sector gracias a la calidad de su servicio. Las pymes no solo generan empleo: también promueven identidad cultural, fortalecen la economía local y construyen capital social. Un país con más emprendedores preparados es un país más competitivo, pero también más resiliente y equitativo.

Por eso es clave que las políticas públicas, las inversiones privadas y las iniciativas ciudadanas pongan al emprendedor en el centro. Que se eliminen barreras innecesarias, que se fomente la formalización con incentivos reales, y que se facilite el acceso a recursos que permitan escalar. Porque cuando una pyme prospera, todos ganamos: gana su comunidad, gana la economía, gana el país.

Hablar del motor de las pymes también implica mirar hacia el futuro. ¿Cómo aseguramos que este motor no solo no se detenga, sino que acelere hacia un desarrollo sostenible e inclusivo? La respuesta pasa por tres dimensiones clave: educación, tecnología y colaboración.

Primero, la educación. Necesitamos una formación más pertinente y accesible para los emprendedores. Esto implica no solo enseñar contabilidad o marketing, sino también habilidades blandas, pensamiento estratégico y liderazgo. Capacitar no es solo transferir conocimientos, sino también empoderar. Y ese empoderamiento es lo que permite que los negocios pasen del día a día a pensar en el largo plazo.

Segundo, la tecnología. El acceso a herramientas digitales ya no es opcional, es una condición para competir en el mercado actual. Desde una página en redes sociales hasta soluciones de pago digitales o plataformas de gestión, la tecnología puede ser una gran aliada si se la pone al alcance de todos. La transformación digital no debe ser un privilegio de las grandes empresas. Debe ser un derecho de todos los que deciden emprender.

Y tercero, la colaboración. El ecosistema emprendedor crece cuando se conecta. Cuando hay redes que comparten conocimiento, alianzas que suman esfuerzos y plataformas que visibilizan lo que se está haciendo bien. Hoy más que nunca necesitamos dejar de trabajar en silos y apostar por lo colectivo. Todos tenemos un rol que jugar para que las pymes sigan avanzando.

Esta visión colaborativa es más urgente que nunca. En un mundo cambiante, donde la estabilidad ya no es garantía, la única certeza es que el progreso será compartido o no será. Y para que sea compartido, debemos construir un país donde emprender no sea un privilegio, sino una posibilidad real. Donde el origen no determine el destino. Donde las buenas ideas encuentren ecosistemas fértiles para crecer. Donde cada emprendedor sienta que no está solo.

Y hay algo que no podemos dejar fuera: el rol de las nuevas generaciones. Hoy vemos a jóvenes que emprenden no solo por necesidad, sino por convicción. Que buscan resolver problemas sociales o ambientales a través de sus negocios. Que incorporan el enfoque de sostenibilidad desde el día uno. Que entienden que el éxito no solo se mide en ingresos, sino también en impacto. Esta nueva mentalidad emprendedora es una oportunidad enorme para el país.

Acceso a las oportunidades son uno de los principales problemas que afrontan las pymes.

Asimismo, es importante que como sociedad dejemos de asociar el emprendimiento con precariedad. Emprender no debe ser el “plan B” de quien no encuentra empleo, sino una decisión válida y respetada que merece respaldo. Un país que dignifica a sus emprendedores es un país que cree en su gente.

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