Lo que no tienes
SIN AMBAGES

Hace algunos años, dictaba yo una clase que, por cierto, disfrutaba mucho pues la interacción con los alumnos siempre me ha parecido muy bonita. Luego, mi trabajo ya no me dejaba las horas necesarias para seguir enseñando; sin embargo, me quedan de ese tiempo recuerdos y muchas anécdotas. Un día, después de la última clase que dictaba esa mañana, dos alumnos se quedaron en el aula y me dijeron que tenían un proyecto para un curso de su carrera, y para eso querían hacerme algunas preguntas. Con entusiasmo por ayudarlos —y también con cierta curiosidad— acepté inmediatamente.
Primero, eran preguntas cuyas respuestas no necesitaban más que un sí o un no. Mientras uno de ellos preguntaba, el otro marcaba en una hoja; aunque yo no veía el papel, me daba cuenta por el movimiento de su mano que el sí iba en la izquierda y el no, en la derecha. Iba respondiendo y me percataba de que a ambos les resultaba esta una tarea mecanizada. Entonces, llegamos a la segunda parte de su cuestionario.
Con la monotonía de la primera sección, me preguntaron cuáles eran las cosas por las que yo me sentía agradecida. Les respondí que me sentía muy agradecida por las cosas que no tengo. De pronto, vi en sus rostros extrañeza, por supuesto. Uno de ellos, con sorpresa, como encontrando un billete que no sabía que tenía, me dijo: “A ver, a ver, eso está interesante, ¿cómo así?”.
Y les dije que estaba agradecida por las cosas que no tenía más que por aquello que sí contaba entre mis pertenencias. Porque no tenía hambre: había desayunado y pronto iría a casa a almorzar; no tenía mucho tiempo libre: tenía trabajo; no tenía un suelo para dormir: tenía que tender mi cama todas las mañanas; no tenía una casa desordenada: tenía ropa, zapatos y libros muy ordenados y en su sitio. Y así agregué algunas cosas más que no tenía y que su ausencia motivaba nada menos que mi agradecimiento.
Hasta ahí, que no te suene a ay-sí-mira-tú-qué-maravilla [léase con sarcasmo]. Más bien, piénsalo seriamente por un minuto. Claro, entre tantas cosas que “no tenemos”, encontramos también problemas y dificultades, pero todo eso —más el dolor, la decepción y un par de etcéteras— es parte de la vida; no nos gustan, pero las penas están en el camino tanto como las alegrías. No hay vida perfecta o, en todo caso, es perfecta con todo lo que nos pueda traer.
Entonces, como la intención de este artículo se ve fácilmente —como hermoso cielo azul arequipeño—, trata de resolver y, si no puedes resolver, trata de aceptar. Y para ambos casos, el agradecer por todas las cosas que no tienes te puede ayudar a encontrar tranquilidad, como para que luego agradezcas también por el desasosiego que no tienes.
