La familia, un modelo de desarrollo en salud mental

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos

Una familia dura para siempre. Cuando una pareja se compromete a vivir unida, el amor y el compromiso adquirido nutren las raíces de la futura familia. Los encuentros alrededor de una mesa y el intercambio de palabras en diálogos armoniosos labran los campos familiares donde pronto crecerán las esperanzas de los hijos y el afecto entre sus miembros. Una sola frase puede resumir el concepto de familia dentro del modelo de salud mental: ¡Nuestras manos siempre estarán unidas!.

Una familia no se resquebraja, no se destruye ni desaparece. Una familia dura para siempre, aunque muchos crean que la ausencia de alguno de sus miembros genera su extinción. El concepto de familia, de apoyo, de solidaridad y de amor personal y compromiso con el prójimo vive y siempre ha existido en nuestra mente, es el árbol ante el cual nos apoyamos cada vez que temblamos, cada vez que tenemos la sensación de caer.

El concepto de familia es la mano que nos ayuda a levantarnos cuando los obstáculos de la vida nos tumban y es la palabra diligente que hace renacer en nuestra mente el concepto de esperanza y de amor por nuestros sueños.

Cada uno tiene una familia, en lo profundo de su mente y en las lágrimas de los ojos. Algunos lamentablemente desarrollan el triste concepto “no tengo a nadie”. Muchos otros deciden renunciar a sus recuerdos y deciden arbitrariamente abandonar no solo a aquella familia que los albergó durante años, deciden abandonarse a sí mismos.

El maestro Nazaret vivió alegremente durante más de treinta años rodeado de su madre y hermanos. Trabajó de sol a sol labrando la madera y convirtiéndola en obras de arte y muebles. Su mayor recompensa era la hora de compartir y el esfuerzo diario entregado por cada uno de sus hermanos. Su madre era el pilar sobre la que se asentaba la seguridad y el afecto y el recuerdo del padre que partió pronto era el sustento y el pan diario de solidaridad que compartían. La familia del maestro del amor dialogaba y compartía sus puntos de vista. A veces tenían divergencias y las solucionaban en base al silencio y al entendimiento de la misión que cada uno tenía en este mundo. Valoraban sus diferencias y ejercitaban a diario sus capacidades poco desarrolladas. En sus diálogos constantes la palabra imposible y el concepto de limitación se hallaba ausente. Cada uno tenía el poder de ayudar y el compromiso de dar.

¿Cuántas familias como estas conocemos a diario?

¿Cuánto respeto guardamos por las diferencias existentes entre la forma de pensar y sentir de los miembros de nuestras familias?

¿Cuán seguros nos sentimos al ingresar a nuestros hogares?

¿En verdad nuestro hogar es el mejor lugar donde estar?

El hogar del maestro del amor siempre fue especial para Él. Valoraba como ninguno un beso en la mejilla por parte de su madre, el abrazo de sus hermanos y la alegría de sus hermanas. Solo Él pudo enseñarnos a valorar la plenitud de la vida cuando uno renuncia a todo aquello que ven los ojos. Porque de pronto todo parece ser especial, único y temporal.

La vida es un espectáculo que segundo a segundo se renueva y crea. La creación del Padre ha sido eterna y constante y la alegría de la vida se basa en descubrir este simple misterio.

Somos seres especiales nacidos en amor y somos buenos pastores, hijos del bien, que van por la vida llevando mensajes de afecto y compromiso entre los seres humanos. Pero a la vez, sin darnos cuenta nos hemos vuelto hijos rebeldes, seres humanos que reniegan de sus capacidades y oportunidades, seres erráticos que elevan improperios hacia los cielos y que por momentos pierden la fe y la esperanza en el milagro de la vida.

El maestro del amor guio nuestros pasos por desiertos, ríos y lagos y en cada una de sus historias nos cubrió de dulzura y paz. Él siempre dibujó una sonrisa en su rostro y una mirada atenta. Quiso enseñarnos a ser conscientes de la vida que llevamos y a ser buenos pastores con nuestros pensamientos e ideas.

Y qué hemos hecho con nuestras vidas. ¿Acaso no es cierto que, en este mundo de consumismo e insatisfacción, en donde la esclavitud de la belleza exterior atenaza nuestras manos y reflexiones, nos hemos vuelto también esclavos de las ideas erradicas y destructivas que genera nuestra mente?

Qué triste espectáculo es este en donde nuestra lucidez ha sido apagada y en donde el desorden y el caos gobiernan el procesamiento de nuestros actos.

Es hora de despertar de este letargo de agonía y sufrimiento. No hemos nacido para obrar con ingratitud y maldad. En nuestra libertad está la capacidad para asumir un control consciente de nuestras ideas y de alimentarlas con palabras, frases y oraciones de amor. Volvamos a ser aquellos buenos pastores de ideas que éramos de niños, cuando nos alegrábamos por todo aquello que nos sucediera y cuando olvidábamos de pronto las agresiones del mundo. Seamos pastores inteligentes de pensamientos, pastores que llenen la mente de cada ser humano y en especial la propia con regalos preciosos de noticias buenas y actos de solidaridad y ternura. No podemos seguir viviendo en penumbras y horas de pesadilla infernal.

Es hora de cambiar, de volver a nuestras raíces, de ser aquellos hijos arrepentidos que reconocen los errores cometidos y que desean de corazón ya no ser rebeldes sin causa sino hijos de amor y comprensión.

Está en nuestras capacidades ser seres de luz y bondad, está en la mente y en la voluntad de cada uno de nosotros de volvernos seres humanos “que piensen humanísticamente” en los principios que el maestro del amor nos dio. Es hora de repetir sus palabras y de experimentar su magisterio.

“Un día nos extraviamos por los senderos de la vida, nos alimentamos negligentemente de consumismo, idolatría al dinero e inclinamos servilmente la cabeza ante la tiranía de la belleza y la insatisfacción. Hoy de pronto hemos descubierto que lo más valiosos en el mundo es la vida que llevamos adentro y que el mejor regalo que podemos hacernos a diario es desearnos lo mejor y construir por nuestros hermanos y prójimos un mundo de felicidad basado en el entendimiento, la comprensión de nuestras diferencias y la hidalguía de la fe y la razón”.

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