La novela ganadora del Premio Internacional FILAY se presentó en la FIL Arequipa
Bernardo Cuesta junto a Orlando Mazeyra.
Por Orlando Mazeyra Guillén (*)
EL MAR QUE NOS ESPERA
Aunque está inspirada en hechos reales, “El mar que nos espera” es una obra de ficción narrativa. Los acontecimientos descritos en el libro ocurrieron en Arequipa, Ayacucho, Buenos Aires, Camaná, Lima y Mollendo durante los últimos veinticinco años. A petición de los involucrados, salvando una excepción, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos y desaparecidos, el resto se ha contado tal como ocurrió.
***
Nunca quise aprender a nadar. Mi mamá siempre me instó a matricularme en academias de natación, sobre todo durante las vacaciones. Jamás le hice caso. Aquel verano del año 2000, cuando bajamos a Las Cuevas, yo seguía siendo tan inepto en materias natatorias como lo sigo siendo hasta hoy. Por eso —y esto se lo he contado a mi propio psiquiatra— a veces llego a la conclusión de que aquel niño degollado que me quiere enseñar a nadar, no es otra persona que mi otro yo. Mi lado B o algo por el estilo. ¿Por eso me hablará desde “adentro”? ¿Es un espía interior?
—¿Pero por qué un degollado y no un manco, por ejemplo? —me preguntó el doctor Enrique, mientras tomaba notas de lo que le contaba.
—No lo sé, doctor —le dije mirando una vez más el enorme cuadro de su consultorio con “El carro de Heno” del Bosco, recuerdo que una tarde se pasó toda la sesión contándome la historia de ese extraordinario tríptico—. Lo sustancial es que lo que quiere el niño de Las Cuevas, es enseñarme a nadar para pagar sus culpas o pecados, qué sé yo. O quizá, en otra vida yo morí degollado… tampoco lo sé. Hay algo oculto que no llego a comprender o me niego a hacerlo.
—Un momentito ¿Fue o no algo sobrenatural lo que viste en Las Cuevas?
—Le juro que lo vi como lo estoy viendo a usted.
—¿Qué viste?
—En resumen: al Mal en el cuerpo incompleto de un niño.
—¿Incompleto?
—A veces está descabezado…
—¿Crees en Dios?
—Doctor, no voy a misa nunca, ni me confieso, eso usted ya lo sabe: no le puedo mentir. Pero desde esa experiencia rezo a menudo, sobre todo después de las pesadillas. ¿De algo me ha servido? Creo que no. A veces pienso que tuvieron mucho de culpa esos malditos hongos…
—Si es que te dieron hongos —acotó el doctor Solari, escéptico—. Ese amigo tuyo, si es que se le puede llamar amigo, nunca les dijo la verdad…
—Tiene razón pero, de todas formas, usted me ha dicho que pueden provocar alucinaciones, paranoia y psicosis…
—Eso es correcto, sin embargo, tú sabes que probaste una dosis baja. Así que, como médico, no estoy en condiciones de pensar que fueron alucinaciones. Además, al día siguiente apareció un niño muerto… ¿Estamos hablando del mismo que viste la noche anterior?
—Sí.
—Para la siguiente sesión quiero que me respondas, en un papel y a mano, a una sola pregunta.
—¿Cuál, doctor?
—¿Qué te pasó?
—¿En Las Cuevas?
—No. ¿Nunca has oído hablar de lo que es un “trauma histórico”?
—Nunca, doctor Solari.
—Si miras al pasado, ya no se tratará sólo de ti, sino de tus ancestros: tus padres, tus abuelos, etcétera. Porque lo que yo quiero saber es por qué se origina tu miedo a nadar o, si quieres, al agua. Todos absorbemos eventos de generaciones que nos preceden y luego se los transmitimos a las siguientes. ¿Quisieras tener un hijo que arrastre tus traumas?
—No.
—Yo creo que tu miedo se debe a la transmisión transgeneracional.
—¿Es como una especie de herencia?
—Sí —asintió él.
—Entonces se trata de una herencia de mierda.
—Escribe para sanar, hazme caso —me sugirió—. No te olvides de la catarsis narrativa.
Luego se puso de pie y, con parsimonia, buscó entre sus libros. Por fin encontró uno de lomo blanco. Me dijo que el autor, el doctor Perry, era psiquiatra como él y, además, neurocientífico. Luego leyó un fragmento en voz alta, como si estuviera en una de sus clases de Medicina en San Agustín: «El trauma te destruye, y tienes que reconstruir tu mundo interior. Y una parte de esa reconstrucción, del proceso de curación, consiste en volver a las ruinas de tu antigua visión del mundo; examinas las ruinas buscando cualquier cosa que siga ahí, buscando tus piezas rotas. Los sueños, las imágenes intrusivas del trauma y las recreaciones mentales son la lucha de tu mente por dar sentido a tu nueva realidad. Cuando vuelves a revisar las ruinas, pieza a pieza, encuentras un fragmento y te lo llevas a tu nuevo y más seguro lugar en ese paisaje que ya no es el que era. Así, vas construyendo una visión del mundo nuevo. Eso lleva tiempo, y exige volver a las ruinas muchas veces».
—Entonces tengo que volver a Las Cuevas, doctor —concluí.
—No es necesario. Tienes que recrear: re-crear —repitió silabeando.
—¿Cómo?
—Te pongo un ejemplo más sencillo. ¿Qué perdiste en el terremoto del 2001?
—Mi colegio, doctor, que fue como mi segunda casa —le dije recordando las aulas de sillar del colegio de La Salle—. Lo tuvieron que demoler.
—Ya lo demolieron, pero puedes recrearlo en tu mente.
—Claro que sí.
—Dentro de tu colegio te pasaron cosas buenas pero… también malas.
—Como a todos, creo.
—Puedes escribir para revisitar lugares que ya no existen o a los que no quieres volver, coges algo de esos lugares y te los llevas a un lugar seguro. Así se gesta el proceso de curación, ¿me entiendes?
—Más o menos, doctor.
—Algunos escriben… otros pintan como el Bosco, por ejemplo: observa su Jardín de las delicias, allí está todo.
(*) El jurado calificó a la obra como una “novela atípica y con hallazgos originales a partir de leyendas locales, la especulación y la parodia de géneros, como el policial o el horror, bien ensamblados en una estructura que va contra los códigos habituales”. Para adquirir la novela se puede contactar al autor al nro. 959113380.
