Reconciliar al país y recuperar la confianza

Por: Carlos Meneses

El reto, por tanto, es doble: gobernar en medio de la incertidumbre y al mismo tiempo devolver esperanza. El primer gabinete de José Jerí no solo definirá el tono de su gobierno, sino también el grado de credibilidad que el país estará dispuesto a otorgarle. Hoy el Perú no exige milagros, sino coherencia, escucha y sentido de Estado. La reconciliación es posible, pero solo si se gobierna con humildad, convicción y respeto por la diversidad de voces que componen esta nación profundamente herida, pero aún con ganas de reencontrarse.

La llegada de José Jerí a la presidencia interina del Perú abre un nuevo capítulo en medio de uno de los periodos más tensos y fragmentados de la historia política reciente. Tras la vacancia de Dina Boluarte y meses de polarización, el país enfrenta un desafío mayor que la simple recomposición de un gabinete: necesita reconstruir los puentes rotos entre el Estado y la ciudadanía. La tarea inmediata del nuevo mandatario, y especialmente de su primer Consejo de Ministros, debe ser la reconciliación nacional.

No se trata solo de un gesto político, sino de una necesidad urgente. El Perú se encuentra desgastado por la confrontación, el descrédito institucional y la pérdida de confianza en sus autoridades. En las calles, persisten el descontento y la desafección; en las regiones del sur, el sentimiento de exclusión sigue latente; y en Lima, la clase media observa con creciente escepticismo cada nuevo intento de reorganización gubernamental. En este contexto, el llamado del congresista Eduardo Salhuana, de Alianza para el Progreso, a la unidad y al diálogo, no puede pasar desapercibido: el país no soporta más divisiones.

El primer gabinete de Jerí, más que un equipo de gestión, debe ser una señal de apertura. Se espera de él un mensaje de independencia frente a intereses partidarios y una apuesta clara por la meritocracia. La figura del nuevo presidente no genera todavía certezas sobre su capacidad para articular consensos, pero tiene en sus manos la oportunidad de marcar un quiebre con la lógica del cálculo político que ha paralizado al país.

El Ejecutivo que se conforme en los próximos días debe priorizar perfiles técnicos, comprometidos con la estabilidad y la reconstrucción del vínculo entre Estado y sociedad. El nuevo ministro del Interior, por ejemplo, será una pieza clave: el país demanda liderazgo, conocimiento del sector y firmeza democrática para enfrentar tanto la inseguridad ciudadana como los eventuales estallidos sociales. No se puede improvisar en un momento donde la violencia, la criminalidad y la desconfianza son los mayores enemigos del orden público.

Pero más allá de los nombres, lo esencial será el mensaje político. El gabinete de José Jerí debe empezar por escuchar. Los transportistas, los jóvenes de la llamada generación Z, los movimientos sociales del sur y los gremios empresariales necesitan sentir que el Estado vuelve a ser interlocutor válido y no una autoridad distante. Reconciliar no significa renunciar a la autoridad, sino ejercerla con empatía y sentido de justicia.

Jerí hereda un país cansado, con instituciones debilitadas y una ciudadanía desencantada. La fragmentación no se resolverá con discursos o gestos simbólicos, sino con decisiones coherentes: austeridad en el gasto público, transparencia en los nombramientos, lucha frontal contra la corrupción y respeto al equilibrio de poderes. Si el nuevo gobierno repite los errores de sus predecesores —improvisación, cuotas partidarias, falta de rumbo—, su legitimidad se evaporará tan rápido como la de quienes lo antecedieron.

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