Todos volvemos a nacer

“Porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. (Lucas 15, 24)

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos

Cada uno de nosotros día a día vuelve a nacer. El mundo vuelve de la oscuridad a la luz y los pétalos abiertos de las flores despiertan los sentidos.

Ayer pudimos haber vivido en el llanto, la nostalgia, la tristeza y la mayor pesadumbre. Hoy es un día distinto, no podemos llevar el pasado a cuestas y malograr la existencia del presente. Aquel que decida contaminar el hoy con las miserias del pasado lo único que hallará en su vida es frustración y desencanto.

El pasado es un recuerdo y el futuro será siempre una ilusión. El presente vive lejos de ambos conceptos y halla su significado en el gozo y el disfrute.

La libertad de creer nos lleva a agradecer la creación constante del mundo, a la vez que nos invita a subsanar los errores cometidos y a trabajar con mayor ahínco por lograr las metas trazadas en el proyecto de vida personal.

Podemos equivocarnos, podemos despilfarrar todos los bienes que heredamos, podemos destruir la humanidad en un solo segundo y, aun así, el maestro del amor estará a la espera de nuestra reacción, estará esperando que abramos los ojos para verlo y estará extendiendo sus manos aún sangrantes para que podamos tocar las heridas de los clavos y finalmente podamos creer.

Siempre tendremos una nueva oportunidad para resarcir el daño causado y para construir en base al amor. Mas ello no significa que podamos derrochar alegremente nuestros días. Recuerda la máxima de la existencia: “Dios perdona, pero el tiempo nunca”.

Podemos arrepentirnos y asumir un acto de compromiso, pero no podemos olvidar el tiempo vivido basado en la lujuria, el engaño, la maldad y el desencanto por la vida. Las huellas de los clavos nunca podrán ser borradas de la faz de la tabla del niño que valora sus malas acciones.

Más, el maestro del amor no se fija en aquello que hiciste ayer sino en el compromiso que haces hoy. Te lleva de la mano a cumplir tus metas y a descubrir la luz que llevas dentro. Él no te juzga ni te pone obstáculos infranqueables, solo te brinda oportunidades de desarrollo para que las descubras con tus manos, tus ojos o tu intelecto.

El maestro del amor, confía en que un día vuelvas tu mirada a su rostro, para que creas en su bondad y en aquel sacrificio de vida que hizo por ti.

Jesús, el maestro de la iluminación mental, te invita a seguir sus pasos, a que construyas tu vida en base a su mensaje, su magisterio y su compromiso. Te invita a orar dando gracias por la vida y a la vez sonriendo por los dones que posees. Te invita a compartir tu existencia con todo aquel que lo necesita, a la vez que te da día a día la oportunidad para reír y para reencontrarte con tus seres queridos.

Día a día construyes tu vida o la destruyes, ¿cómo deseas vivir?

¿Qué deseas alcanzar en tu futuro próximo?

¿Cómo quisieras que fueran tus relaciones interpersonales?

Si no te perdonas tus supuestas falencias, si no asimilas las experiencias poco favorables que te han tocado vivir, si no compartes la mesa con tu sombra, ¿cómo poder encontrar la paz en el diálogo vacío del intercambio de palabras de un salón de té?.

Solo al encontrar tu verdad, al descubrir tus aptitudes y al reencaminar tus pasos la vida sonreirá con la dicha que recuerdas cuando eras niño.

La salud mental se basa en pilares claros: el deseo constante de superación, la aceptación de las adversidades y el amor constante por todo aquello que llevamos a cabo.

Cuando alcanzamos ello, nuestra existencia pasa a ser tranquilizada y sosegada.

Tenemos el don del propósito de enmienda. El maestro del amor espera que llevemos a buen puerto nuestra nave. Él no desespera más si te dice que es “de responsabilidad personal” obtener frutos de todas aquellas semillas de bien y desarrollo comunal que te han sido entregadas.

El maestro del amor y la alegría, sabe que a veces eliges el camino menos favorable y por consiguiente tomas decisiones equivocadas. Él no valora los errores cometidos más sí la vuelta de tuerca y el esmero por no volver a fallar.

Él te espera, como el padre esperó al hijo que andaba por malos pasos. Él te busca, al igual que el pastor bueno a la oveja descarriada. Confía en ti y te desea lo mejor, te habla constantemente de amor y no claudica en su misión de bienaventuranza.

¿Qué haces tú cada día para reivindicar su pasión?

¿Cómo demuestras tu amor al prójimo si vives encandilado por el consumismo social?

¿Cómo puedes afirmar que te amas si te ves lleno de errores?

Debemos pensar mejor lo que pensamos. Debemos empezar a sentir el paso del día como si fuera el último paso de nuestra vida. Renunciar a la vida es volver a nacer en esperanza y es volver a creer en todo aquello que contemplamos. Renunciar a la vida nunca será sinónimo de suicidio y de vacío.

Más yo te digo, el miedo a vivir, la sobredimensión de los eventos poco favorables del mundo exterior y el aprendizaje de falencias y castigos llevan a muchos seres humanos, en este mismo momento, a abrazar la negra noche de la muerte voluntaria.

Por eso te invito a regalar palabras de aprecio hacia todos aquellos que te rodean. Te invito a valorar todo lo bueno que hace tu prójimo. Dejemos de enviar memorandos con llamadas de atención hirientes a nuestros hogares y concentrémonos en hilvanar bellos presentes de agradecimiento por todo aquello que hace bien nuestro hermano, hijo o padre. Concentremos de ahora en adelante nuestra misión de vida en ensalzar los logros alcanzados y el compromiso de vida que se evidencia a cada paso en nuestra hermana, hija o madre.

Todos merecemos una nueva oportunidad para vivir y se nos da. Todos debemos también de asumir un compromiso de cambio de diario que se corresponda con el milagro de ese nuevo nacimiento que experimentamos en cada nuevo amanecer.

Regocijemos por haber despertado del silencio y por haber hallado aquellas palabras que inviten a nuestro prójimo a creer en su vida.

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