Congreso de la Lengua: “Arequipa tiene una larga tradición de echar versos”

Por Jorge Turpo R. Foto: Jorge Esquivel

La narradora y musicóloga, Zoila Vega Salvatierra, resaltó la vigencia cultural de Arequipa, su temperamento cívico, su legado intelectual, su voz mestiza y esa forma singular de hablar que la distingue del resto del país.

CLAUSURA SE REALIZÓ EN EL TEATRO MUNICIPAL

El X Congreso Internacional de la Lengua Española llegó a su fin en Arequipa con una clausura que no fue solo protocolar. Tuvo emoción, identidad y una afirmación profunda: la lengua no es solo un instrumento de comunicación, sino un territorio de pertenencia.

En la última jornada, mientras los organizadores del Instituto Cervantes y la Real Academia Española agradecían la hospitalidad local y calificaban el certamen como “exitoso”, fue la voz de una escritora arequipeña la que terminó dando forma al espíritu del encuentro.

Zoila Vega Salvatierra, escritora y musicóloga, subió al escenario para dar un discurso que se convirtió en un retrato íntimo de Arequipa a través de su relación con la palabra.

Antes de ella habló el director académico del Instituto Cervantes, Álvaro García Santa-Cecilia, quien destacó brevemente que más de mil asistentes participaron en conferencias, mesas y recitales; que el evento generó movimiento en la ciudad con 5 400 platos servidos en restaurantes, 600 pasajes aéreos utilizados para llegar a Arequipa y 1 500 noches de hotel contratadas.

Pero nada de eso explicaba lo que realmente había pasado en estos días. La ciudad se había mirado a sí misma a través del idioma.

Entonces apareció Zoila Vega y lo dijo con claridad desde su primera frase: “Según sea el arequipeño que la describa, esta es una ciudad establecida a medio camino del mar y de la montaña”.

Esa ubicación geográfica, explicó, no es solo física. Es simbólica. Arequipa vive y piensa en un punto intermedio entre muchas pertenencias.

“Una de las características más resaltantes de Arequipa es la conciencia de su mestizaje”, señaló, y dejó claro que no hablaba de un lugar cerrado en sí mismo, sino de un territorio que siempre recibió corrientes de ida y vuelta: culturas, acentos, costumbres, migraciones.

En el Teatro Municipal se hizo silencio. Cada frase encajaba con la memoria colectiva de la ciudad, siempre orgullosa de sí misma, siempre inclinada a debatirlo todo, siempre desafiando a Lima y al mundo.

Vega lo dijo con una lucidez que se parecía a una confesión de identidad: “Conviven en sus calles paisajes andinos e hispanos, costumbres inglesas como el fútbol, la pintura a la acuarela, comida procedente de los cinco continentes”.

Esa mezcla, sostuvo, no ha borrado lo esencial, sino que lo ha fortalecido. La identidad arequipeña ha sobrevivido a terremotos, guerras civiles y migraciones, pero nunca perdió. “La conciencia de una identidad particular que sin ser excluyente ni exclusivista se alimenta de un consenso popular de ancha base”, dijo.

Fue, en cierto modo, un diagnóstico cultural desde la lengua. La lengua como espejo de carácter. La lengua como hogar. La lengua como resistencia.

Vega recordó una frase de José Luis Bustamante y Rivero: “Dos son los rasgos típicos y aparentemente contradictorios de la psicología arequipeña: la rebeldía y el legalismo”.

Esa aparente paradoja —explicó— nace del uso de la palabra como instrumento de pensamiento crítico y también como arma de lucha cívica.

“Siempre existió en nuestra sociedad la necesidad de alegar, de polemizar y de arengar, lo que nos dio fama de levantiscos”, afirmó, provocando una mezcla de sonrisas orgullosas y gestos de asentimiento en las butacas.

Pero el momento más intenso llegó cuando habló de la relación íntima entre Arequipa y la escritura. Lo dijo sin solemnidad, pero con sorpresa histórica.

“Existe una larga tradición de echar versos que ya desde los tiempos ilustrados distinguió a sus estudiantes e intelectuales”. Citó antologías, cancioneros, crónicas, dramas, memorias familiares.

Muchos de esos textos, recordó, “se han escrito para el deleite de los amigos antes que para la gloria del mundo”. No era una frase de nostalgia. Era una declaración cultural, la escritura, en Arequipa, forma parte de la vida cotidiana como un modo de dejar huella.

“Quizás sea porque los habitantes de este oasis necesitan proyectar su voz más allá del desierto y la montaña”, sostuvo con firmeza.

El público se recogió en esa imagen, una ciudad rodeada de volcanes, aislada durante siglos por la geografía, pero siempre conectada al mundo a través de la lengua.

Por eso, añadió, “acaso los terremotos que cíclicamente destruyen la ciudad nos impulsan a luchar contra el olvido y dejar un testimonio de nuestras vidas y nuestras experiencias”.

Fue la línea más humana del discurso. Más allá de la erudición, más allá del análisis cultural, había allí una razón emocional para escribir y hablar: sobrevivir.

Vega cerró con una mirada amplia. No se habló solo del pasado. Habló del presente y del futuro inmediato de la lengua.

“Tenemos mucho que decir sobre mestizaje y claridad —afirmó— y mucho que aprender sobre inteligencia artificial, prompt, culturas digitales y usos científicos de la lengua”.

La ovación fue inevitable. Después de días de debates académicos y entredichos de los organizadores, Zoila Vega había logrado algo que el Congreso necesitaba: un enraizamiento. Ese puente entre la lengua y la tierra. Entre la academia y la gente. Entre Arequipa y el mundo.

Al salir del Teatro Municipal al caer la tarde, una frase quedó flotando entre los asistentes: Arequipa no habló para ser escuchada, habló porque siempre tuvo algo que decir.

Dejanos un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.