Una definición urgente

Por: Willard Díaz

Humanismo no es lo mismo que filantropía. El intelectual que quiere educar al pueblo, el pastor que guía al rebaño, el millonario que hace donaciones, todos se colocan por encima del otro y desde allí le extienden la mano.

Al contrario de cualquier actitud filantrópica, en el Humanismo se trata de reconocerle al otro exactamente los mismos derechos que pide uno, las mismas oportunidades que aprovecho yo. Se trata pues de ejercer la democracia. Hacer el bien a los demás es una de las formas más disimuladas del autoritarismo y la dominación

Pero como la palabra democracia está sujeta a interpretaciones voy a usar un minuto para aclarar y precisar mi posición. Voy a tomar para ello las ideas del español Juan Linz y las del francés Jacques Ranciere:

”¿Qué pretendemos decir al declarar que ‘vivimos en Democracia’? Estrictamente entendida, la democracia no es una forma de Estado. Se sitúa en otro plano (..) por un lado, es el fundamento igualitario necesario – y necesariamente olvidado- del Estado oligárquico. Por el otro, es la actividad pública que contraría la tendencia de todo Estado de acaparar la esfera común y despolitizarla. Todo Estado es oligárquico…”

Hay dos tipos de democracia, la representativa y la directa. A la primera llamamos con propiedad “democracia liberal”, es la democracia de las elecciones libres, del sistema de partidos, de las cámaras de representantes. Pero ya sabemos que toda elección de representantes desde hace medio siglo está viciada por el negocio de los medios de comunicación masiva y por las estrategias del hoy llamado “totalitarismo invertido”, que en lugar de la fuerza usa el disfraz de la democracia, la apariencia de democracia de la que todos somos testigos privilegiados por esos días en el Perú.

Solo queda la democracia directa, que es la acción de aquel sector de la población al que Ranciere llama la “parte sin parte”, del demos en la repartición de los bienes de la sociedad. El demos es la única parte de la sociedad que puede ejercer su libertad para modificar a la sociedad toda. Ni los aristoi que poseen la virtud, ni menos los oligoi que poseen la riqueza van a cambiar el statu quo. Pero hay que tener en cuenta que el demos no es el pueblo, o un grupo étnico o la población en general, el demos lo forma todo aquel cuya opinión no cuenta para la dirección de la sociedad, todo aquel que no puede actuar para alcanzar un equilibrio en la repartición de los bienes y de los poderes. Entonces el demos es el único que puede ejercer la democracia cuando en un acto violento asume la conducción de toda la sociedad para reclamar no solo su parte sino la equidad de la distribución de las decisiones y los bienes.

Está claro que la filantropía, el populismo y la caridad no son actos del demos, es decir, no son democráticos sino son actos de los aristoi. La compasión, el buen corazón, la humildad incluso, sirven para preservar el sistema tal como está. Y por eso todo humanismo burgués que esgrima el amor al prójimo, la responsabilidad de ayudar a los más pobres, de regalarles un poco de mejor enseñanza, una bolsa de arroz; el chorreo de excedentes a lo Toledo, o la preocupación por casitas un poco mejor construidas es una forma de dominación que en el fondo reproduce el sistema actual.

En segundo lugar, tampoco hay que confundir Humanidades con Humanismo. Las Humanidades surgieron como un programa educativo que se centraba en la enseñanza de las artes y las letras, del lenguaje y de la retórica porque las considera necesarias para la comunicación eficiente y para la formación integral. Ese programa a través de los siglos sigue vigente; sin duda los científicos y los ingenieros se beneficiarán más de este saber que los científicos sociales y los de Humanidades y filosofía que de ello hacen su profesión.

Tercero: en lo que se refiere al humanismo como una concepción del hombre y del mundo, como hemos visto, no hay una sino varias posiciones.

Quizá podríamos tratar de resumir los rasgos centrales del humanismo diciendo que es una concepción transdisciplinaria que cree en la autonomía del individuo, en el poder de la razón y en la democracia.

Lo que hay que tener en cuenta es que cualquier cosa que se diga sobre el humanismo está ubicada en un tiempo y un espacio que no es bueno ignorar. Esto vale tanto para los defensores del modelo renacentista, del marxista o del anti o poshumanismo. Es bueno hacer siempre un poco de arqueología del saber, como pide Foucault.

El mundo ha cambiado, sí, pero ese cambio es producto de determinadas acciones y prácticas sociales, económicas, históricas, científicas, educativas, etc., realizadas por los hombres. Las nuevas tecnologías no han caído del cielo ni han salido de dentro de sí mismas, son producto de la sociedad capitalista posmoderna, de su ciencia y sus modelos de desarrollo. ¿No resulta interesante que se hable de “nuevas tecnologías” y no de nuevas ciencias? Es que las ciencias producen conocimiento mientras que las tecnologías producen riqueza. Igualmente interesante es que se prefiera hablar de sociedad del conocimiento y de la información, en vez de neoliberalismo, mercado, mercancía y capitalismo que pueden sugerirnos ideas distintas.

Según Raymond Williams y Frederic Jameson, la cultura es la ideología del capitalismo tardío. Lo que hasta hace cincuenta años era la política ahora es la cultura. El capitalismo posindustrial se las ha arreglado para suprimir la acción política, pero esta no ha desaparecido, se la encuentra hoy en las luchas culturales y simbólicas, en la lucha por el lenguaje incluso. Todos hemos oído la frase “capital humano” usada para referirse a los trabajadores de una empresa e incluso a los profesores de una universidad. El filósofo sanmarquino Juan Abugattás señaló con lucidez que: “Una persona valorada por ser capital humano está condenada a convertirse en el tiempo en una pieza descartable, en un elemento sobrante, en un desechable”.

Otro tanto es el uso de la palabra Hombre para referirse al género humano, excluyendo a las mujeres y los homosexuales. Y aquí lo hemos hecho todos los días.

Cuarto: si bien está de moda rechazar las definiciones esencialistas a favor del sistema de relaciones, aún podemos colocar en el primer lugar de nuestro programa de vida la igualdad de los seres humanos, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la democracia. Aunque solo fuera provisionalmente, localmente y hasta que esa igualdad se logre. Toda ciencia y toda tecnología deben medirse en relación del grado de igualdad —o de desigualdad— que introduce en la sociedad; en relación al grado de conservación y protección del hábitat humano. Sobre toda prótesis, mecanismo, biochip que se va a implantar debe hacerse la pregunta por el grado de igualdad o desigualdad que va traer para el género humano. ¿Quién estará en condiciones de pagar los precios de las nuevas tecnologías de la salud, de la comunicación, de la biotecnología? ¿El poder del dinero no va a ser reforzado con esas tecnologías?

Nunca antes de los tiempos modernos la humanidad ha desarrollado tal capacidad de producir riqueza, solo que la sociedad que la produce no es capaz de distribuir esa riqueza bien. Sin el desarrollo de la ciencia no sería posible alimentar y cuidar al género humano; solo que en su afán de reproducir el capital esa riqueza ya no solo consiste en bienes para el consumo sino que desde hace cincuenta años se reproduce creando necesidades; no se elaboran bienes materiales sino necesidades imaginarias: las empresas de la información, las culturales, el marketing, las industrias del espectáculo y el entretenimiento han tomado el campo, y al hacerlo han transformado la subjetividad, esto es, al hombre mismo. El hombre de hoy ha pasado a ser una mercancía productora de deseos.

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