El ciudadano de a pie

Por: Guillermo Tejada

En el lenguaje cotidiano, en los titulares de prensa, en los discursos políticos y en las conversaciones de esquina, se repite una figura que parece tan común como esquiva: el ciudadano de a pie. Pero ¿quién es realmente? ¿Qué implica serlo en el Perú de hoy? ¿Qué peso tiene en la economía, en la política, en la cultura, en la historia?

Me atrevo a decir que el ciudadano de a pie es el verdadero protagonista silenciado de nuestra sociedad. Es aquel que no tiene poder político ni económico, que no sale en los medios salvo como víctima o como estadística, pero que sostiene el país con su trabajo, su voto, su fe y su resistencia.

No tiene escolta ni blindaje. Su seguridad depende de su intuición, de su barrio, de su suerte. No tiene voz en los grandes medios, pero sí en la bodega, en la radio local, en la conversación con el vecino. No tiene poder de decisión sobre las leyes que lo afectan, pero sí carga con sus consecuencias.

El ciudadano de a pie vota con esperanza, pero rara vez ve reflejadas sus necesidades en las políticas públicas. Es convocado cada cinco años como protagonista de la democracia, pero luego es relegado al papel de espectador. Las promesas se diluyen, los congresistas se alejan, los ministros cambian y él sigue esperando que el agua llegue a su casa, que el hospital tenga medicinas, que el colegio de sus hijos no se caiga a pedazos.

En los últimos años ha sido testigo de escándalos, vacancias, marchas, represión, promesas rotas. Y sin embargo, sigue creyendo. Porque el ciudadano de a pie no tiene el lujo de rendirse.

En términos económicos, el ciudadano de a pie es el que mueve el país. No es el gran empresario ni el inversionista extranjero. Es el que trabaja en la informalidad, el que vende en la calle, el que produce en su chacra, el que cocina en su carretilla, el que hace delivery, el que limpia oficinas, el que cose, el que carga, el que enseña, el que cura.

Según el INEI, más del 70 % de la población económicamente activa en el Perú trabaja en el sector informal. Es decir, la mayoría de los peruanos son ciudadanos de a pie. Y sin embargo son los que menos acceso tienen a créditos, seguros, pensiones, salud, educación de calidad.

En los momentos más duros del país, el terrorismo, la hiperinflación, los desastres naturales, la pandemia, fue el ciudadano de a pie quien resistió. Quien hizo ollas comunes, quien cuidó a los enfermos, quien salió a buscar trabajo cuando no había nada. Quien lloró a sus muertos sin justicia ni reparación.

Recuerdo a mi padre, jefe de la Policía de Investigaciones del Callao, que me enseñó que ser hombre era construir, sembrar, criar y escribir. Él, aunque sin uniforme, también fue un ciudadano de a pie: caminaba entre la gente, escuchaba sus problemas, y me enseñó a no olvidar que detrás de cada rostro hay una historia.

Hoy, el ciudadano de a pie sigue esperando. Esperando que el Estado lo mire, que la política lo represente, que la economía lo incluya, pero también sigue caminando. Porque no se detiene. Porque su fuerza está en la constancia, en la fe, en la comunidad.

Dejanos un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.