UN PROFETA SIEMPRE ACTUAL

Para ayudarnos a seguir preparándonos para la Navidad, en esta segunda semana del tiempo de Adviento la Iglesia nos presenta a Juan el Bautista, un hombre austero, que vestía una piel áspera de camello atada a la cintura con una correa de cuero, se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Juan predicaba fuertemente la conversión, al mismo tiempo que anunciaba la inminente llegada del Mesías. Decía: «Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11). Juan el Bautista es, pues, el mensajero y precursor de Jesús. Su estilo recuerda al gran profeta Elías que, según la tradición judía, debía preceder inmediatamente al Mesías. Mucha gente seguía a Juan al desierto y se hacía bautizar por él. Poco después, al inicio de la vida pública de Jesús, Juan murió decapitado por el rey Herodes, instigado por Herodías a quien había denunciado su pecado de haber dejado a su marido para irse a vivir con el rey. Juan había cumplido su misión. Jesús, el Mesías, había comenzado la suya. Herodes y Herodías, en cambio, se cerraron en sus planes, en sus placeres y no quisieron escuchar la voz de Dios que les ofrecía un reino mucho mejor que el suyo limitado y caduco.
Han pasado veinte siglos desde entonces y la voz de Juan el Bautista no deja de resonar llamándonos a conversión, es decir a que reconozcamos nuestros pecados y nos abramos al plan de Dios, que nos ama tanto que quiere introducirnos en su Reino que no tendrá fin. Al transmitirnos este Evangelio en esta segunda semana de Adviento, la Iglesia nos recuerda que también nosotros estamos llamados a prepararnos para la pronta llegada de Jesús en esta Navidad. Jesús ya vino de una vez para siempre al mundo e introdujo en este mundo el Reino de los Cielos, pero en cada Navidad se renueva esa venida con una fuerza especial. La Navidad, por tanto, no es un día cualquiera; es un tiempo de gracias especiales que Dios nos envía desde el Cielo para que podamos acoger su Reino en nuestra vida, independientemente de las circunstancias en las que nos encontremos actualmente.
La segunda semana de Adviento nos invita a reconocer el desierto que hay en nuestro corazón, nuestra sequía de buenas obras, que nunca son suficientes, para desde ahí preparar el camino al Señor. No ganamos nada disimulando nuestra pobreza radical, maquillándose para que no se note el vacío que la sociedad de consumo deja en lo profundo del ser de quienes se rinden ante ella. Sólo quien sienta verdadera hambre y sed de ser transformado verá la gloria de Dios en esta Navidad. Escuchemos a Juan el Bautista y, a través del humilde reconocimiento de nuestros pecados y limitaciones, preparemos nuestros corazones para acoger a Jesús que, en esta Navidad, viene a hacernos partícipes, gratuitamente, de su vida divina. Que nadie se sienta excluido de este don y se quede, como Herodes y Herodías, encerrado en su pequeño reino caduco y limitado. La salvación es para todos, independientemente de la situación en la que cada uno se encuentre.
