La independencia del Perú no fue gratis

La emancipación del Perú no debe leerse únicamente como una gesta heroica, sino como una transacción financiera de alto costo. A diferencia del relato fundacional que prioriza la soberanía, la realidad histórica nos muestra que la República no nació libre, sino condicionada por una estructura de deuda que moldeó su comportamiento internacional. El Perú no emergió como un sujeto político pleno, sino como un ente contable obligado a validar su existencia mediante el pago de su propia liberación.
La nueva arquitectura de la dependencia financiera. El reconocimiento de la independencia trajo consigo una «letra pequeña» que hipotecó el futuro nacional. Este entramado se sostuvo sobre tres ejes punitivos:
- Costos de movilización: Las compensaciones económicas a Chile y la Gran Colombia por los gastos operativos de las corrientes libertadoras.
- Créditos británicos: Préstamos con intereses compuestos que crecieron exponencialmente, superando la capacidad de producción del joven Estado.
- La paradoja española: El reconocimiento de una deuda con la metrópoli vencida, un gesto que transformó la violencia colonial en un «servicio» reembolsable bajo el rótulo de la civilidad republicana.
Desde una perspectiva sociológica, el análisis de José Carlos Mariátegui cobra vigencia: la República heredó la estructura jerárquica de la Colonia, limitándose a rebautizar sus instituciones. Se produjo un cambio de nomenclatura, pero no de paradigma. En este esquema, el sacrificio humano (la sangre de las montoneras y el hambre de las provincias) fue omitido de los balances del Estado. El capital, y no el ciudadano, se convirtió en el eje rector del ordenamiento jurídico, priorizando la aceptación en el «club de naciones serias» sobre la justicia social interna.
Ramón Castilla con el auge del guano y su utilización en pagos externos realizó una operación de conveniencia estratégica diseñada para insertar al Perú en los circuitos financieros globales. En este escenario, la liquidación de los compromisos de la independencia priorizó la satisfacción de los acreedores y la gratificación de una élite rentista, perpetuando una cultura política donde el cumplimiento del balance contable precede sistemáticamente al bienestar social.
El Estado institucionalizó el concepto de la «manutención», reembolsando los gastos de los ejércitos extranjeros que participaron en la emancipación, lo cual transformó el apoyo militar en una deuda comercial de largo aliento. Este mecanismo consolidó un paradigma de sumisión fiscal donde la jerarquía es clara: el pago de la deuda se ejecuta como un imperativo categórico, mientras que el derecho a la protesta o la interpelación ciudadana queda relegado a un segundo plano, permitiéndose la pregunta del deudor solo bajo condiciones de estricta venia oficial.
Esta herencia no es un archivo muerto, es un mecanismo de control que respiramos todos los días cada vez que nos dicen que la macroeconomía importa más que nuestra dignidad o que reclamar derechos básicos es «atentar contra la estabilidad». Nos han vendido la idea de que la prudencia es callar y que exigir justicia es una anomalía, pero la verdadera independencia empieza cuando dejamos de vivir como deudores de un sistema que nos quiere sumisos y cansados. El miedo a «romper el orden» te silencia; deja de agachar la cabeza ante lo injusto y entiende que este país se sostiene por tu esfuerzo, no por los balances de quienes se enriquecen a costa de tu paciencia. Ser libre hoy significa empezar a defender lo común como nuestra mayor fuerza.
