Antes las fronteras eran claras

Por Brayan Cuno, Zayda Katata y Vivian Quispe

Giovanna Pollarolo es poeta tacneña, narradora, ensayista, guionista y actualmente docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Es conocida por su amplia producción literaria. En esta ocasión le pedimos dialogar acerca de la ficción, un tema que nos permite reflexionar sobre qué leemos y cómo leemos.

P. Aristóteles nos presenta la ficción como una mimesis de la realidad, sin embargo el concepto se ha ido desdibujando con el paso del tiempo. ¿Qué entiende usted como ficción?

Giovanna Pollarolo: Creo que en la posmodernidad todo se ha vuelto más complejo. Antes las fronteras eran claras: esto es ficción, esto no; esto es literatura, esto no. Ahora no es tan fácil. Las fronteras se borran y, claro, eso nos complica, porque cuando no hay límites uno se pregunta: ¿qué hacemos entonces?

Para mí, un hecho empieza a existir realmente cuando se narra, cuando pasa al lenguaje. Si no lo contamos queda solo como hecho, pero no como historia. En ese paso al lenguaje ya hay una elaboración, una construcción, y eso, de alguna manera, implica ficción.

Pongo un ejemplo: hace poco me cancelaron un vuelo con cientos de personas. Eso se convierte en historia recién cuando lo contamos, y cada quien lo narrará distinto. No es que alguien mienta, sino que cada uno lo vive y lo recuerda desde su propia perspectiva. Lo mismo pasa con la historia: cuando alguien narra una batalla, por más documentos que use ya está construyendo una versión. Por eso es tan difícil diferenciar ficción y no ficción.

En ese sentido, la autoficción me parece interesante porque plantea un pacto con el lector: “Esto que te presento es ficción”, aunque parta de experiencias reales. Pero incluso ahí todo es relativo. Cada lector también pone lo suyo, interpreta, cree o no cree. No se puede decir del todo “esto es verdad” o “esto es mentira”, porque en el momento en que lo contamos ya lo transformamos.

Quizás se entienda más claramente con la fotografía. Un profesor de fotografía lleva a todos sus estudiantes con la misma cámara a tomar una foto a la Plaza de Armas de Arequipa. ¿Todas las fotos van a salir iguales? No. Cada quien decidirá desde qué ángulo, si va a ser un plano general, si va a ser con zoom o sin zoom, a qué le va a prestar atención: si a la catedral, a la galería, a una tienda, o a la gente. Ahí es que se nota. Lo mismo pasa con la narración.

P. ¿No le parece que la autoficción ofrece a las mujeres escritoras un espacio más libre para explorar la subjetividad y las emociones sin ser reducidas al testimonio personal?

No siempre es fácil distinguir entre autobiografía y autoficción. Muchas veces una novela puede basarse en experiencias personales sin ser autoficción, como “La ciudad y los perros” que recoge vivencias de Vargas Llosa en el colegio Leoncio Prado pero no es una narración autoficcional.

En cambio, la autoficción suele jugar con la figura del autor: el personaje lleva su nombre y el texto mezcla verdad y ficción de manera deliberada, rompiendo el pacto con el lector y generando incertidumbre. Estas categorías son útiles para reflexionar más que para definir rígidamente una obra. Incluso los autores no siempre saben cuánto transforman lo vivido.

En el caso de Annie Ernaux, “El acontecimiento” parte de una experiencia real, el aborto que ella misma declara haber vivido, pero el valor literario del texto no depende de comprobar los hechos, sino de cómo se transforma esa experiencia en una verdad subjetiva, distinta de la verdad histórica o documental.

Además, hoy resulta difícil trazar fronteras: incluso la historia implica interpretación. Cuando un historiador narra los hechos también organiza y construye una versión, de modo que, en cierta medida, también “ficcionaliza” su relato.

P. ¿Cuál sería la intención de los escritores al ficcionalizar los hechos?

Yo creo que la intención es narrar. Contar historias. Es algo tan viejo como la humanidad. Nació, digamos, cuando en una comunidad las personas empezaron a contarse cosas. Las primeras historias, los cuentos populares, las fábulas… están ahí desde el principio de los tiempos.  Creo que Nabokov, en uno de sus cursos de literatura, decía que la literatura nace en el momento en que el pastor baja de las montañas y grita: “¡El lobo, el lobo se comió a mis ovejas!”. Y se ríe, porque no era verdad. Cuando ese pastor empieza a jugar, a inventar una historia algo que no ha ocurrido pero que podría ocurrir, ahí, dice Nabokov, empieza la literatura.  Claro, luego la fábula cuenta que por mentiroso no le creyeron luego, que cuando vino el lobo de verdad ya nadie le hizo caso. Pero eso —dice Nabokov— no es literatura, eso es moral. 

Entonces, para algunos escritores la literatura tiene un fin didáctico; para otros, uno de diversión o entretenimiento; para otros, es lo que te ayuda a vivir. Yo creo que depende de cada escritor, de su poética, de lo que entiende por escribir.

Para algunos puede ser una forma de ganarse la vida, de tener fama, firmar autógrafos, ir al Hay Festival. Para otros es una manera de pensar, de ordenar el mundo, o incluso algo terapéutico. Depende, finalmente, de la propuesta poética de cada quien.

P. En su relato “Detrás de un gran hombre” la figura femenina no tiene voz sino que es interpretada por la figura masculina. ¿Considera que en este cuento podemos ver la realidad tal y como es, o estamos ante una representación a través del imaginario que depende de la perspectiva del lector?

Lo que percibimos como realidad está determinado por lo que somos, por la ideología que tenemos, por nuestra cultura, por el medio en el que nos movemos, lo que conocemos y nuestro lenguaje.

El lenguaje, como dicen los lingüistas, es como una red, en este sistema las palabras no están acá y la realidad está afuera. No es así, el lenguaje nos determina. En ese cuento, por ejemplo, creo que hay un afán de mostrar cómo una persona ve las cosas de una manera y está convencida de ello y tiene argumentos.

Son las diferentes ficciones y testimonios las que pueden abrir nuestra mirada, ampliarla y así podamos atisbar un poco lo que nos resulta difícil. Por ejemplo, meternos en la cabeza de ese señor que habla así de su esposa (no digo aplaudirlo) mirar sus argumentos.

P. ¿No cree que al incluir elementos autobiográficos en una novela, acercarse mucho a lo vivido por el autor le quita o despoja de ficcionalidad a la obra?

No creo; depende de cómo se usen.

Por ejemplo, en “Atado de nervios” hay un cuento inspirado en una anécdota que me contó una amiga sobre una vecina y su refrigeradora. A partir de eso creé una historia sobre una mujer cuya vida se desestabiliza con el cambio de ese objeto, como metáfora del agobio doméstico. No estoy contando mi vida, sino transformando una experiencia cotidiana en ficción. Lo autobiográfico puro sería más bien un testimonio, como “Memorias de un soldado desconocido” de Lurgio Gavilán, donde el autor narra directamente su experiencia real.

P. ¿Alguna vez sus alumnos han llegado a tomar las novelas históricas como reales o verídicas?

La novela histórica ha cambiado mucho desde sus orígenes en el siglo XVIII; hoy incluso hablamos de una novela histórica posmoderna. Ya no se trata solo de narrar hechos del pasado sino de poner en duda la frontera entre realidad y ficción. Por ejemplo, en “La novela de Perón o Santa Evita” de Tomás Eloy Martínez, el lector se pregunta constantemente si lo narrado ocurrió realmente, y esa ambigüedad lo lleva a investigar, a contrastar la historia con la ficción.

Yo misma he explorado esa mezcla en “Tacna en el tiempo de Chile” (Fondo Editorial PUCP, 2024), un libro que combina historia, imaginación, memoria familiar y la necesidad de revisar el pasado de mi ciudad. Es un texto que se mueve entre la historia y la ficción, entre el recuerdo personal y lo colectivo.

En realidad, las etiquetas “novela histórica”, “testimonio”, “memoria” sirven para organizar, pero no reflejan toda la riqueza de la literatura. En la práctica los textos son más complejos y tienden a cruzar fronteras genéricas, como ocurre también con obras como “Memorias de un soldado desconocido” de Lurgio Gavilán. Por eso, más que encasillar, lo importante es analizar cómo cada texto construye su propia relación con la historia y la ficción.

P. Si hablamos de la novela documental, ¿cómo entiende usted el uso de materiales reales como noticias o discursos mediáticos dentro de la ficción? ¿Es una manera de registrar la sensibilidad de una época?

Sí, por supuesto. Ese tipo de escritura, que combina testimonio, crónica, reportaje e investigación ha enriquecido mucho la narrativa, porque va más allá de la simple noticia y emplea recursos propios de la novela. Elena Poniatowska fue una de las pioneras en ese estilo, y hoy autores como Gabriela Wiener o Joseph Zárate continúan explorándolo desde sus propias perspectivas.

(Escuela de Literatura, UNSA)

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