¿Somos propensos a la corrupción?
Por: Christian Capuñay Reátegui
De acuerdo con el último índice de percepción de la corrupción publicado por Transparencia Internacional, el Perú se encuentra en el grupo de naciones que no han hecho progresos significativos contra este flagelo. Acumulamos 36 puntos en una escala en la que 0 corresponde a las naciones más corruptas y 100 a aquellas en donde el problema es casi inexistente. En América Latina estamos por debajo de Uruguay (73), Chile (67) y Cuba (46) y superamos a Colombia (39), Argentina (38), Brasil (38), entre otros.
El historiador Alfonso Quiroz demostró que la corrupción es un fenómeno presente desde tiempos atávicos. En diferentes momentos de la historia hemos conocido casos escandalosos. La consolidación de la deuda en el siglo XIX, y el festín del erario público durante el fujimorismo, los petroaudios o el caso Odebrecht son los más conocidos.
¿Somos una nación propensa a la corrupción? Mario Montalbetti menciona el símil del barril y las manzanas para esbozar una respuesta. Así como un barril de manzanas muchas veces contiene algunas podridas, las instituciones también presentan ciertas personas corruptas. En ambos casos solo bastaría retirar a las unidades corrompidas para asegurar frutas e instituciones saludables. Sin embargo, sí excluimos cada cierto tiempo a los individuos contaminados, pero nada cambia. Ello ocurriría porque es el barril, es decir, el sistema, el que está podrido y finalmente termina contagiando a todos en su interior.
En esa perspectiva, quizá sí seamos una sociedad permisiva con la corrupción desde la cotidianidad y esa actitud es la que favorece su avance. Sabemos, por ejemplo, que es posible “arreglar” con un policía para evitar multas o que podemos acelerar determinado trámite si logramos acceder a las personas adecuadas. Cuántos han incurrido en tales conductas pensando que se trata solo de una falta sin la conciencia de que es la etapa larvaria de la plaga que mina al país.
No obstante, para el politólogo español Víctor Lapuente es necesario evitar la tentación de considerar que la corrupción está en nuestra cultura o que el problema radica en la falta de regulación legal. Por el contrario, con base en la literatura moderna, considera que lo correcto es evitar la politización de las instituciones públicas, un fenómeno tan usual en nuestro medio que casi no genera resistencia.
Al considerar que les asiste el derecho de colocar allegados en esas instancias solo por tener el poder, los gobiernos no solo afectan la marcha de las instituciones, sino que también abren la puerta a redes de clientelaje que favorecen y estimulan la corrupción. Así, los nombres cambian cada tantos años, pero el problema de fondo persiste.
Por tanto, si queremos combatir este flagelo, desde una posición individual podríamos empezar rechazando aquellas conductas mal consideradas como “normales” y también propugnar reformas que prevengan la politización de las entidades públicas.