La vida en el Colca
Por Marcia Loo
El Valle del Colca, formado por el río de ese nombre en su descenso hacia el Pacífico, ha sido asiento de antiguas culturas andinas, fundamentalmente los collaguas y los cabanas, que fueron subyugados por los incas poco antes de la llegada de los españoles. Los collaguas, aimara-hablantes, se situaron en el extremo norte del valle; mientras que los cabanas, quechua-hablantes, se establecieron en la parte baja. A pesar de su accidentada geografía y del clima variado, las 16 comunidades que quedaron establecidas en reducciones lograron preservar una economía agrícola de andenerías y acueductos de admirable perfección. Los españoles construyeron numerosas iglesias en la zona para promover la conversión de los indígenas al catolicismo. La violación de los valores y sistemas de creencias andinos, y la imposición de una cultura foránea junto con el catolicismo, se tornaron factores de la generación y desarrollo de un sincretismo andino, algunos de cuyos símbolos perduran aun hoy en los rituales de las comunidades del Valle.
El descubrimiento de las minas de plata de Caylloma agudizó la explotación de la población indígena, notablemente mermada por las enfermedades introducidas por la conquista y por los abusos de los corregidores. El auge minero solo duró un siglo, después del cual las comunidades quedaron casi diezmadas. Las escasas e inoperantes medidas de promoción a partir de la Independencia no lograron promover el desarrollo regional, por el contrario, surgieron nuevos grupos de poder entre los clérigos y los comerciantes de la zona.
Hacia 1940 la ampliación de la explotación de las minas de Madrigal determinó la construcción de la carretera Arequipa-Chivay, que facilitó el acceso al Valle del Colca. En la década del 70 la realización del proyecto de irrigación Majes impulsó un creciente mercado laboral en la región y una mejora significativa de los medios de comunicación. Esto ha permitido sacar a la luz una tradición milenaria que se había conservado bastante bien gracias a su relativo aislamiento.
Temporalidad andina
En la sociedad andina prehispánica, las fiestas principales así como en el calendario agrícola y ganadero estaban sujetos a la lectura astronómica de los solsticios solares (junio-diciembre), los equinoccios (marzo-septiembre), y la posición en que encontraban las constelaciones. Esta relación astral con la naturaleza permitió y permite hasta nuestros días que el poblador de los Andes organice sus ciclos rituales basándose en los ciclos productivos.
A partir de la conquista española se intenta definir el ciclo temporal festivo en función de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, pero ese ciclo litúrgico solamente fue aceptado cuando el clero cristiano logró renovarlo ritualmente. En cambio el ciclo santoral, definido por las celebraciones de los santos cristianos, fue más influyente en el ciclo temporal andino. Su aceptación no sólo se debió al papel de los santos cristianos como intercesores ante Dios, sino a que eran funcionales a los cultos locales y los ciclos productivos, y permitieron recrear la desestruturada solidaridad y la identidad grupal andina, además de mitificarse y convertirse a santos y vírgenes símbolos o protectores de los pueblos.
Raúl Romero (1993) describe el calendario ritual del Valle del Colca de acuerdo a una cuatripartición del tiempo festivo anual:
- Tiempo de escasez: agosto-noviembre
- Tiempo de protección: diciembre-febrero.
- Tiempo de silencio: marzo-abril
- Tiempo de agradecimiento: mayo-julio.
El tiempo de escasez está asociado a una situación de precariedad económica, los productos de la cosecha se están agotando y hay escasez de pastos para el ganado. En los primeros días de agosto se inician las acciones preparativas para la siembra grande o hatun tarpuy: se limpian los canales de riego y se escarban los terrenos. Estas actividades se acompañan con rituales propiciatorios de renovación de fe a las deidades protectoras más importantes; a la Pachamama, que representa el elemento matriarcal y por ende a la fertilidad; a los Apus o dioses de las montañas que representan el elemento patriarcal vigoroso, activo y fecundador; y a los awkys que son los dioses protectores del pueblo.
El ritual de la tinka o despacho es la ceremonia mediante la cual se presenta las ofrendas a las deidades y a cambio se les solicita protección para la sementera. La ofrenda se coloca en pequeñas cajas y está conformada por hojas de coca, sullu o feto de llama, untu o sebo del mismo animal, hierbas medicinales, maíz, chicha y algún licor. Se prende fuego a la ofrenda hasta que se extinga, y hacia el amanecer se observa el color de las cenizas que debe ser claro para asegurarse de que la ofrenda fue bien recibida (Muller, 1984).
El tiempo de protección, es la época asociada al inicio definitivo de la temporada de lluvias (diciembre), que asegura el crecimiento de los pastos para el ganado y la germinación agrícola. Como consecuencia de esta renovación de la naturaleza, el grupo social afirma su propia reproducción y continuidad cultural, reconociendo en forma pública a sus nuevas autoridades.
Durante los meses de gestación agrícola y parición ganadera los pobladores del valle deben acompañar esta reproducción con rituales propiciatorios de protección y apoyo a la Pacahamama, al Apu y a los Awkis. El júbilo de la fecundidad alcanza su cúspide durante la fiesta de los carnavales o puqllay, que se festeja con bailes, cantos, bebida, y permisividad sexual.
El tiempo del silencio es el período que se asocia directamente con la Cuaresma, tiempo litúrgico de penitencia que conmemora los días previos a la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Después de los carnavales los jóvenes solteros limpian las calles del pueblo y el atrio de la iglesia. Durante los siguientes cuarenta días en el Colca no hay fiestas de santos ni rituales andinos.
La Semana Santa es una de las pocas festividades litúrgicas que fueron aceptadas en los Andes, debido, probablemente, a que los indígenas asociaron los rituales cristianos de esa celebración con su concepción temporal regresiva en la que las fuerzas negativas provienen del «mundo al revés» (Romero, 1993). Las celebraciones del Viernes Santo (muerte de Cristo) permitían ritualizar el tiempo de tránsito entre las fuerzas de la vida y la muerte, del orden y el desorden. Por ese motivo, durante el período entre la representación de la muerte de Cristo y su resurrección, los pobladores del Valle podían vengarse o robar, sin recibir sanción alguna.
En algunos pueblos además de conservar esta costumbre los adultos llevan a sus menores hijos al altar mayor del templo para que el sacristán los azote levemente, y así apurar la resurrección de Cristo y evitar el dominio de las fuerzas negativas reinantes en el mundo al revés.
El tiempo del silencio concluye en las primeras horas del domingo de Resurrección. Entonces se encienden los cirios, se retira el manto negro que enlutaba a todas las imágenes del templo, y se las adorna con los primeros frutos de la cosecha.
Cuando concluye la Semana Santa viene el tiempo de Agradecimiento, el tiempo de mayor riqueza festiva en el Valle del Colca. Las abundantes cosechas permiten restablecer el orden y la reciprocidad hacia los dioses y los hombres. Durante estos meses se celebran las fiestas patronales más importantes de la región y se realizan los principales ritos de transición, que refuerzan las alianzas de parentesco y compadrazgo. Durante este período también se techan las casas, se construyen o refaccionan los caminos, puentes, andenes y cualquier otra estructura de uso urbano o rural.
Además se bendicen los productos recolectados de la tierra, y a los animales que ayudaron a hacerlo. Es durante este período que la comunidad de Cabanaconde celebra su ritual más importante, la celebración de la Fiesta de la Virgen del Carmen, en julio. (Fragmento tomado de la Revista Apóstrofe)