Día de la bandera: 7 de junio
Por: Cecilia Bàkula – El Montonero

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Cada año recordamos y celebramos la gloria de uno de nuestros grandes héroes: don Francisco Bolognesi Cervantes, caído en un acto de heroísmo el 7 de junio de 1880, en cumplimiento máximo del deber, con valentía, arrojo y fidelidad plena a su amor a la patria, así como lo hizo Alfonso Ugarte, que se inmoló por defender el honor nacional.

¡Cuánta falta hace hoy reconocer el valor de estos grandes peruanos y el amor absoluto a la bandera, como símbolo máximo de la peruanidad, de nuestra esencia nacional! Máxime es esto necesario cuando vemos que, con total ligereza, ignorancia y cierta voluntad traicionera, de desapego y carencia de patriotismo, hay quien se atreve a proponer un cambio en la bandera.

Son consecuencias de la falta de amor a la Patria y de desconocimiento de nuestra historia. Más grave aún cuando, según he leído, se trata de una persona nacida en Tacna, en donde el honor, amor y respeto por la bandera nacional son parte de una identidad de la que, aparentemente y por desgracia, esa persona carece. Eso explica, pero no justifica ni reduce responsabilidad a una conducta tan errática respecto a los valores nacionales.

Lo cierto es que el 7 de junio se determinó celebrar a nuestra bandera; es una fecha que fue establecida mediante Decreto Supremo del 8 de noviembre de 1905, luego reafirmado por el Decreto Supremo del 30 de abril de 1924. Es tan solo una fecha, pues el amor a la patria no se establece solo un día en el calendario. Pero en esa ocasión, y cada año, recordamos la dignidad, patriotismo y actitud heroica de peruanos como Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte, entre otros.

La Batalla de Arica fue un triste y claramente desigual enfrentamiento militar durante la Guerra del Pacifico, en la que los ejércitos del Perú y Chile combatieron en tremenda desproporción numérica, tanto de hombres como de armamentos. No obstante ello, el heroísmo y el arrojo de los nuestros nunca dejaron de sorprender y admirar a los invasores. El Perú se enfrentaba con tan solo 1,600 soldados y 23 oficiales y Chile contaba con 6,500 soldados y 40 oficiales. Ya con eso –sin contar con el armamento peruano pobre, envejecido y obsoleto– era previsible una victoria casi segura del oponente; pero en donde primó el poder de las armas, destacó la fuerza moral de los peruanos.

Quizá es bueno recordar lo que recoge Ricardo Palma en una de sus más conocidas Tradiciones, incluida en la Séptima serie y titulada “Francisco Bolognesi” en la que se reproduce el diálogo que se mantuvo días antes del enfrentamiento en Arica:

“–Mi coronel, ha llegado el parlamento del enemigo.

–Que pase –contestó Bolognesi, y se puso de pie.

El oficial salió, y pocos segundos después entraba en la sala un gallardo jefe chileno que vestía uniforme de artillero. Era el sargento mayor Cruz Salvo.

–Mis respetos, señor coronel –dijo, inclinándose cortésmente el parlamentario.

–Gracias, señor mayor. Dígnese usted tomar asiento. Salvo ocupó el sillón que le cedía Bolognesi, y éste se sentó en el extremo del sofá vecino. Hubo algunos segundos de silencio que al fin rompió́ el parlamentario diciendo:

–Permita usted, señor coronel –continuó Salvo–, que le observe que el honor militar no impone sacrificio sin fruto; que la superioridad numérica de los nuestros es como de cuatro contra uno; que las mismas ordenanzas militares justifican en su caso una capitulación y estoy autorizado para decirlo, en nombre del general en jefe del ejercito de Chile, que esa capitulación se hará́ en condiciones que tanto honren al vencido como al vencedor.

–Lo sé –interrumpió con voz tranquila el jefe peruano–; aquí somos mil seiscientos hombres decididos a salvar el honor de nuestras armas. Y sin alterar la impasibilidad de su acento señaló: pero, estoy resuelto a quemar el último cartucho.

–Lo siento, señor coronel. Mi misión ha terminado.

Bolognesi, acompañó hasta la puerta al parlamentario, y allí se cambiaron dos ceremoniosas cortesías. Al trasponer el dintel volvió́ Salvo la cabeza, y dijo:

–Todavía hay tiempo para evitar una carnicería…, medítelo usted, coronel.

Un relámpago de cólera pasó por el espíritu del jefe de la plaza peruana, y con la nerviosa inflexión de voz del hombre que se cree ofendido de que lo consideren capaz de volverse atrás de lo una vez resuelto, contestó:

–Repita usted a su general que tengo deberes sagrados que cumplir y quemaré hasta el último cartucho.”

Vale recordar que Bolognesi estaba ya retirado del ejército, pero fue convocado ante la crítica situación que se vivía en la zona sur del país. Murió en pleno combate, asumiendo con total hidalguía lo que había expresado con energía viril y patriótica: “Quemaré el último cartucho” antes que dejar de defender a la patria o enfrentar la traición o la cobardía.

Del mismo modo, cada 7 de junio recordamos la gloria que alcanzó Alfonso Ugarte y Vernal, un civil nacido en Iquique, territorio por entonces peruano, que puso a disposición de la patria no solo sus bienes, sino también su vida y prefirió inmolarse en el morro de Arica, antes que permitir que los enemigos ultrajaran nuestra bandera.

Esos ejemplos de coherencia, conducta proba y heroica, que nos hablan de un auténtico amor a la patria, son los que debemos recordar para que sean emulados y conocidos. La historia patria no es, ni de lejos, una historia solo de sombras, como podríamos creer que es, si vemos únicamente nuestro turbio presente, indecente, sucio, oscuro y con grotescas muestras de traición. La historia del Perú está repleta de gloria, de inmortalidad, de compromiso y son esos instantes y sus personajes los que han de servir de faro para iluminar el futuro.

En estos momentos en que se juega como a la ruleta con el territorio, en que se degrada a los símbolos patrios y en los que, por carencia de todo sentimiento cívico y peruano, se pretende proponer otra bandera, vale la pena releer el texto de Abraham Valdelomar, el notable hombre de letras, nacido en Ica en 1880 y que, en su “Oración a la bandera” escrita en 1981 leemos:

  • ¡Oh bandera, ala de la victoria,
  • *alma y sustancia de la libertad,
  • símbolo augusto de la patria libre
  • !Bendita seas porque en tus rojos pliegues
  • está la sangre de mi sangre,
  • la sangre de mi padre y de mi madre,
  • la sangre de mis abuelos,
  • la sangre que por ti derramaron todas las generaciones;
  • ¡Malditos sean los que no siguen tus colores,
  • malditos sean los que no te adoren de rodillas,
  • malditos sean los que no sueñen con tu grandeza!

Como corolario a esta nota, vale la pena invitar al público a que conozca el museo denominado Casa de La Respuesta, ubicado en el Parque de la Amistad, en Santiago de Surco. Allí se busca rendir homenaje a los grandes héroes de la batalla de Arica y difundir los valores patrios por los que ellos dieron la vida; y se reproduce la escena de “la respuesta” valiente y tajante de Bolognesi, a través de 17 esculturas hiperrealistas. Una visita obligada para todos los peruanos porque es un espacio en donde la historia peruana, la gloria de los nuestros, se contagia y se respira.

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