De mal en peor

Por Juan Sheput

El Montonero


Estamos a veinte meses de las elecciones y aún no existe un panorama claro respecto a cuáles son las reglas de juego que las regirán. Por otro lado, partidos políticos con membrete electoral, reconocidos por el Jurado Nacional de Elecciones, y los eventuales candidatos a la presidencia de la República han optado por la ambigüedad, lo que dificulta tener un elenco de postulantes serios que se puedan empezar a evaluar.

En años anteriores, podríamos decir que en condiciones normales, los candidatos eran identificables en los partidos políticos. Si había precandidatos pues estos también se podrían acotar, pues eran dos o máximo tres por agrupación. Pero ahora no se sabe nada. Los partidos vienen actuando sin ningún tipo de estrategia y siguen perdiendo el tiempo como si el horizonte fuera tan amplio de tiempo que así lo permitiera.

Hay ciudadanos que pretenden ser presidentes del Perú, pero solo se les conoce en zonas urbanas del país, además de Lima. Se apoyan en el mediocre consejo que “las redes lo son todo en tiempos actuales” apelando a historietas sobre candidatos de otros países que basaron su campaña en ellas, cosa que es falsa. No existe ganador en América Latina, ni uno, que haya basado su victoria en su desempeño en las redes sociales.

Este desorden trae como consecuencia que los vendedores de cebo de culebra se estén frotando las manos. El campo está lleno de ingenuos que se aventuran de buena voluntad en la lid política y, por lo tanto, hay que aprovecharse. Los alejan de los partidos y del debate y eso complica más su situación. Es por ello que no despiertan mayor interés en la población.

El desorden también viene acompañado del desperdicio de los tiempos políticos. No recuerdo a ni uno de los precandidatos presidenciales que se haya pronunciado sobre el mediocre discurso de Dina Boluarte con detalle y amplitud. Ni uno. Con aspirantes así es obvio que el sufrimiento del país se agrava, pues la gobernante no tiene críticas, de tal forma que se sumerge en más de los mismo. Total,  aquí no pasa nada.

Con sesenta partidos en capacidad de competir se demuestra que nuestra democracia está en cuidados intensivos. Como muchos de los partidos “nuevos” buscan que ilusamente los llamen para alguna alianza, no ejercen su derecho a la crítica a las organizaciones que tienen bancada en el Parlamento para que legislen sobre los puntos faltantes: número de senadores y diputados, características de la elección, estímulo a las alianzas políticas, definición del calendario electoral etcétera. No dicen nada. Con esa actitud están contribuyendo a su desaparición.

Pero hay un hecho concreto. Los únicos contentos con este desorden, caos institucional, país a la deriva, son sin duda los miembros del gobierno. Gracias a la ausencia de oposición, en el Parlamento y en los candidatos, en el gobierno pueden hacer, literalmente, lo que quieran. Pobre país.

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