José Antonio Mazzotti (1961-2024)

Por: Rubén Quiroz Ávila

Brillante académico, con una agudeza mental fascinante, este maestro de muchas generaciones universitarias no solo lo fue por su constante aporte al corpus de estudios peruanos, sino también por su apertura al diálogo y la vinculación con redes múltiples que siempre, con la generosidad de todo amante de las comunidades intelectuales, impulsaba y promovía en diversas partes del mundo.

Su inteligencia teórica y aporte, en particular en las investigaciones coloniales, fundamentalmente la lectura que hace del Inca Garcilaso, hizo de su producción bibliográfica un referente global y, por supuesto, nos hacía sentir orgullosos de cómo su impacto hermenéutico iba acrecentándose. Cada vez más su figura se iba convirtiendo ya en un hito de pensamiento regional. Es ya imposible referirse a los estudios sobre el Perú sin incluir sus contribuciones y lecturas.

Era un ser incansable, muchas veces inagotable hasta lo inverosímil, tanta energía dadivosamente desplegada, con actividades de toda índole que realizaba por diferentes partes del mundo. Tenía un compromiso ético interminable para difundir el valor cultural del Perú. Donde fuera, dejaba una huella de su peruanidad. Y a la vez, un halo de su generosidad. Muchos de sus amigos y discípulos le deben, literalmente, la vida. Tocó, con su bondad y apertura, la mente y el corazón a varios; por ello tuvieron una transformación para bien. Poseía un don magnífico para reconocer el talento y la creatividad, procuraba que quienes la disponían tengan la posibilidad de desarrollarlos en espacios propicios para ello: desde una publicación hasta una universidad. Un gran hermano mayor que, como un consejero permanente, deshacía los entuertos con unas brillantes palabras o una preciosa e inolvidable ironía. Su sentido del humor era perspicaz, punzante, implacable, luminoso. Y nunca olvidaba.

Su memoria era minuciosa, histórica, fascinante, como si lo hubiera vivido todo. Vivir como un poeta. Es que era, esencialmente, un poeta. Además de fundador de grupos poéticos, era de los que más conocía sobre la tradición lírica peruana, con microscópica atención, desplegaba las matrices, las texturas, las formas, los universos semánticos, de las que estamos compuestos como comunidad de poetas. Uno podía quedarse conversando por horas y seguir maravillado de lo que conocía e indagaba de la producción literaria. Con él ha muerto una gran parte de la belleza de las conversaciones sobre poesía peruana. Ahora, será invierno.

Su ausencia repentina es un golpe sísmico, despiadado, pone a la mala los huesos húmeros, agudiza la orfandad de las pérdidas últimas, nos coloca en estado vallejiano, como un eterno jueves, la oquedad es gigantesca, dolorosa, en refugiarnos en las palabras para intentar comprender vanamente la razón de su desaparición, en la poesía como redención acaso, en la casa del lenguaje, que José Antonio, como extraordinario poeta, habitó. Nos vemos en un rato, querido amigo.

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