Involución política
Por: Christian Capuñay Reátegui.
REFLEXIONES
Padecemos una preocupante involución en la calidad de nuestra representación política. La corrupción, la falta de ética y las irregularidades han empañado el panorama, con frecuentes casos de figuras involucradas en escándalos que van desde ilícitos penales hasta conflictos de intereses. Tal degradación no es un fenómeno aislado, sino el síntoma de problemas estructurales más profundos.
Una de las causas es la debilidad del sistema de partidos políticos. Durante años, estas organizaciones han mostrado incapacidad para atraer, formar y promover líderes capaces de asumir sus responsabilidades con integridad. A menudo, las candidaturas se basan más en el oportunismo o en la fama mediática que en la experiencia, la capacidad, la identificación con los postulados del partido o el compromiso con el servicio público. Esta situación ha dado lugar a una representación parlamentaria que no está a la altura de las demandas de una sociedad que exige mayor transparencia y compromiso con el bien común.
A este problema se suma la falta de reformas políticas que fortalezcan las instituciones democráticas. La construcción de partidos sólidos no es incentivada y las elecciones internas son, en muchos casos, pantomimas en las cuales la participación de la ciudadanía en la selección de candidatos es un saludo a la bandera. El resultado es la desconexión entre los políticos y la población, debilitando la legitimidad de las autoridades electas y generando desconfianza en las instituciones.
Según Carmen McEvoy, tamaño deterioro sería también el resultado de dos décadas de políticas neoliberales aplicadas sin contrapeso alguno. Así, el modelo económico, impulsado desde los años 90, priorizó el crecimiento a cualquier costo sin fortalecer los mecanismos de control para evitar los abusos de poder. En ese contexto, la falta de regulación permite que intereses privados influyan en las decisiones políticas, erosionando aún más la confianza en los representantes.
Ambas interpretaciones ofrecen una explicación válida para la crisis actual. Por un lado, la fragilidad del sistema de partidos y, por otro, un contexto económico que ha priorizado el crecimiento sin preocuparse lo suficiente por la solidez de las instituciones. La consecuencia es un caldo de cultivo perfecto para lo que observamos.
Lo urgente es plantear soluciones concretas. El fortalecimiento de los partidos, mediante reformas que promuevan la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas, debe ser una prioridad. Además, es imprescindible garantizar que el crecimiento vaya de la mano con una institucionalidad sólida y mecanismos de control efectivos. Estas acciones pueden contribuir a frenar un poco esta caída libre que estamos experimentando y avanzar a que el Perú tenga en el largo plazo una clase política a la altura de los desafíos del siglo XXI.