SOMOS CONSTRUCTORES DE NUESTRA VIDA
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Ver el cielo, contemplar su inmensidad y deleitarnos con cada uno de los fenómenos estelares refleja el compromiso que puede tener cada uno de nosotros para con su vida. Ver los detalles más simples o pequeños del mundo es un arte que requiere una entrega completa por nuestra vida.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Alguna vez alguno de mis pacientes que sufría de una depresión de muchos años de evolución me preguntó ¿cuándo voy a curarme?, ¿cómo sabré que ya he superado mi pena y que nunca voy a volver a estar mal?, dentro del campo de la salud mental dichas preguntas tendrían una infinidad de posibles respuestas, yo preferí elegir sola una y decir: cuando puedas sentir el paso del viento, cuando tu vista se alegre por las flores que están creciendo y cuando cada palabra de afecto que se cultive a tu alrededor te genere un sentimiento noble, entonces habrás de saber que has entendido que es la vida y en ese momento la depresión será sólo un recuerdo en tu vida.
Aún recuerdo dichas palabras expresadas una tarde de otoño, cuando las hojas de los árboles caían y cuando la luz del sol se apartaba más temprano de nuestras mentes. Las recuerdo por qué me traen un aprendizaje importante, “cuando valoramos las cosas más pequeñas, podemos entonces valorar las más grandes; cuando valoramos nuestras vidas, podemos valorar entonces las vidas de los demás; cuando valoramos todo aquello que nos rodea, sólo entonces la vida puede brillar en cada acto que llevamos a cabo”.
Valorar la vida no se basa sólo en darle un significado a las acciones que llevamos a cabo, a diario, a alegrarnos por las distinciones o los logros que alcanzamos, esa es una parte de la experiencia vital basada en los logros pero la vida está hecha de las cosas simples, aquellas a las cuales no les prestamos importancia pero sin las cuales la vida no sería lo que es y específicamente habló de toda la naturaleza que nos rodea, con sus formas más diversas y su abanico de colores.
Contemplar la vida y sentirnos parte de un todo es un deber el cual no podemos incumplir bajo la excusa de la infinidad de labores que tenemos pendientes por realizar en nuestro día a día.
Recuerda: el mundo gira día a día y es distinto al que viste ayer, muy parecido en muchas cosas, pero en otras, marcadamente distintas. Pero el mundo cambia poco, lo que realmente cambia es nuestra percepción de las cosas que suceden.
En virtud de lo antes señalado, si el mundo cambia segundo a segundo, minuto a minutos y día a día; en cada nuevo despertar deberíamos de estar descubriendo un nuevo panorama lleno de una variedad de vida renovada, si así fuera nuestra apreciación de la naturaleza circundante entonces podríamos afirmar que nacemos día a día ante un nuevo mundo, más lindo y creativo que el del día anterior. Asumir una actitud contemplativa de un mundo en constante renovación nos podría quitar la idea del aburrimiento constante, despertaría nuestra mente a una nueva observación de nuestro entorno global, destemplaría nuestras respuestas constantes ante los estímulos del medio circundante. Reaccionar como un recién nacido ante el mundo podría despertar nuestra alegría dormitada, podría determinar que nuestras fuerzas se renovasen y que ese torpe fenómeno de psicoadaptación que nos lleva a un tedio y a una falta de creatividad y reacción desapareciera.
El mundo se renueva de modo constate, lo mismo que se renueva nuestro cuerpo. Cada día somos unos seres renovados, con nueva energía y fortaleza.
Si así apreciáramos la vida, como un proceso de renovación constante nos sentiríamos felices por el milagro maravilloso de estar vivos, dejaríamos de lado nuestras indiferencias, nuestro olvido personal, hasta muchos olvidarían esos torpes sentimientos de autodestrucción basados en experiencias pasadas y ausentes de latido en esta realidad mezcla de sueños y encuentros diarios.
Encontrarnos plenamente es un regalo que no podemos dejarnos de dar; cambiar nuestra visión del mundo es un objetivo que no debemos de relegar en nuestras prioridades de vida y más aún, deberíamos de considerar a priori que el camino de la superación personal es un compromiso que debiera de alimentar nuestras existencias cada día desde amanecer hasta el tibio anochecer.
Levantarnos cada día con un propósito claro, de cómo vivir esa nueva experiencia tantas veces repetida y tan novedosa a la vez llamada vida humana es un reto. Para ello deberíamos de dejar de lado nuestras creencias pasadas, nuestro aprendizaje basado en errores, recoger del campo de esperanzas de nuestra mente aquellos ideales que delimiten claramente lo que debemos hacer y lo que debemos evitar al vivir.
Vivir a plenitud cada día es decirnos ¡Qué bueno!, qué bueno que me toca pasar por estos momentos, que bueno que me ha tocado relacionarme con tal persona, que bueno que haya tantas personas buenas en el mundo que compartan con las manos abiertas sus bendiciones y sus aprendizajes, y que bueno que haya tanta gente en el mundo que este cometiendo el día de hoy tantos errores con el solo objeto de aprender de caída y volar mañana mucho más alto.
¡Que bueno!, un día encontré una fábula que refleja el mensaje de que todo es bueno en el mundo, aún la tragedia más grande.
“Cuentan que un rey tenía un consejero que ante circunstancias adversas siempre decía: «Qué bueno, qué bueno, qué bueno». Un día de cacería el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó: «Qué bueno, qué bueno, qué bueno».
El rey, cansado de esta actitud, lo despidió y el consejero respondió: «Qué bueno, qué bueno, qué bueno». Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al estar incompleto, dejándolo en libertad.
El rey ahora entendía las palabras del consejero y pensó: «Qué bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya estaría muerto».
Mandó llamar a palacio al consejero y se lo agradeció. Pero antes le preguntó por qué dijo «qué bueno» cuando fue despedido. El consejero respondió: «Si no me hubieses despedido, habría estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado».
Sonreír al despertarnos es una obligación más que física y emocional, espiritual. Aquel que sonríe da gracias a la vida, agradece tener ese milagro invalorable dentro de su ser, contempla el mundo con ojos distintos y ve oportunidades donde otros sólo ven problemas y limitaciones en su desarrollo personal.
No disgustarnos con los regalos de la naturaleza es otro principio valido para desarrollar ese cambio de visión el cual, poco a poco vamos experimentando. Si ayer hicimos planes para ir hoy de día de campo y amanece lloviendo, no debiéramos de disgustarnos y maldecir, solo debiéramos alegrarnos por qué está lloviendo, por qué el agua de los cielos alimenta los campos y las fuentes de agua, deberíamos de alegrarnos por poder salir a jugar en los patios de casa o en las calles bajo la lluvia, deberíamos de sentir ese goteo continuo en nuestro rostro y en nuestro cuerpo, deberíamos de estar felices por poder vivir esa experiencia. Pero no, hay que disgustarse, el clima nos ha jugado una mala pasada, ya no hay día de campo, ya no existe la posibilidad de bañarnos en el río o ya no hay tantas cosas por culpa de la lluvia; pero yo me digo ¿por qué no valorarla?, ¿por qué dejar que se vaya ese diluvio milenario sin haberla disfrutado?, a veces se dan así las cosas, hay que hacer cambio de planes, hay que improvisar y cuando se trata de disfrutar la vida se improvisará siempre, ya que la naturaleza y los milagros se presentarán a diario, si no los valoramos, si no los disfrutamos, perderemos muchas ocasiones de alegrarnos y viviremos con frustración y de seguro nos diremos ¡nunca puedo hacer lo que quiero!, ¡siempre debo cambiar mis planes!, ¡no es justo! La vida no es justa, la vida es una fuente de oportunidades tan grande para disfrutar que no podemos darnos el lujo de rechazar.