EL ESPEJO PERSONAL (1° PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra, Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Durante este largo viaje de encuentro personal hemos podido descubrir paso a paso quienes somos, como debemos de actuar ante los desafíos del mundo actual y especialmente nos hemos encontrado y definido como seres humanos con un alto valor, merecedores de la mayor alegría en base a nuestro esfuerzo personal y a entender el funcionamiento del mundo como un reflejo del funcionamiento de nuestro propio ser.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Ahora vamos a trabajar un nuevo ejercicio de encuentro personal, nuestra propia visualización en el espejo de la vida: ahí estamos, nuestro cuerpo físico se refleja en el cristal transparente, tenemos un rostro afable y unas manos llenas de trabajo, una mirada de afecto y una expresión de esperanza y de solidaridad para con el mundo que nos rodea. Pero hay algo más, si puedes hacer el esfuerzo para notarlo, estás tú y está un halo que poco a poco va definido formas, son las imágenes de todas aquellas personas que te valoran, los rostros y figuras de aquellos seres humanos a los que generaste un día dado de tu vida un bienestar, están ahí también tus familiares y la luz de la bondad; no, no es un espejismos ni una creación artificial de tu mente, aquello que ven tus ojos físicos y tus ojos mentales es realmente lo que eres, eres un todo con el mundo que te rodea, nunca has estado solo y nunca podrás estarlo.
Llegar al aprendizaje antes descrito requiere no solo de un gran esfuerzo mental sino también requiere un rechazo a los falsos conceptos que han alimentado tu vida durante años como: nadie puede cambiar, nacimos solos y moriremos solos, el universo es un caos, no existe Dios, somos el fruto de nuestro trabajo personal.
Desde el primer momento de nuestra existencia como seres humanos hemos estado acompañados por muchas personas, nuestros padres, familiares y otros, que se han preocupado de nosotros y que sin quererlo muchas veces han ido escribiendo las páginas de nuestra vida. Sin haber nacido ya nuestra vida ha sido el fruto del amor y el esfuerzo de muchas personas.
Luego del nacimiento, nuestro aprendizaje diario ha devenido en la interrelación con centenares y miles de personas a lo largo de muchas años, personas que nos regalaron voluntariamente muchos aprendizajes, lecciones y oraciones, personas que se disgustaron con nosotros por nuestras inconductas y de las cuales aprendimos a guardar la compostura en el nivel social, seres humanos que nos dieron sus mano franca para levantarnos luego de haber caído estrepitosamente, muchos seres humanos que sin habérselo propuesto nos reglaron momentos de alegría a través de juegos, sonrisas y también de caídas.
Aprendimos mucho contemplando el mundo que nos rodeaba, de los medios de comunicación, de la nueva tecnología informática; también aprendimos de nuestros aciertos y errores.
Desarrollamos nuestro intelecto por la labor de nuestros maestros en la escuela. Generamos amor personal y hacia nuestro entorno en virtud del ejemplo de nuestros padres. Aprendimos, en fin, a amar la vida como un acto de relación que a diario construimos. Interiorizamos nuestras palabras de bien y los deseos de esperanza con cada paso que dimos, con cada nuevo saber adquirido, con cada nueva piedra tropezada y con cada nueva mano amiga que nos levantó y que nos hizo creer en un mundo lleno de bondad.
Visto de esta manera nuestras experiencias, la vida que nos ha tocado vivir, nuestra propia historia personal, no podríamos afirmar ni en nuestros momentos de mayor egoísmo que nos hemos hecho solos, somos parte del mundo, el mundo nos ha moldeado a su imagen y semejanza y nuestros propósitos personales, compromisos, habilidades, destrezas y limitaciones ha generado la diferencia entre uno y otro ser en este mundo.
Nuestro yo personal está delimitado por un halo por muy disperso, nunca fijo, siempre cambiante, ya que nuestro yo personal formado por nuestras múltiples interrelaciones personales siempre estará creciendo y nunca parará esa sensación de vitalidad que alimenta nuestra alma y nuestro ser.
Lamentablemente muchas personas no logran comprender lo maravillosa que es la vida, se hunden en una tristeza extrema y odian su propia existencia, su cuerpo, sus emociones y su historia; piensan que están solas, que nadie las comprende, que son seres extraños en un mundo raro. Su juicio viene alimentado de experiencias negativas, de falta de afecto y compromiso familiar, por conflictos no resueltos en los primeros años de vida, por un negativismo a comprender el milagro de la existencia.
Esa es la razón del por qué la gente se deprime o de aquellas personas que atentan contra su vida, de las personas que desarrollan problemas de adicciones o de aquellas que rechazan su cuerpo como en la anorexia nerviosa. Hay un problema extremo de valoración y una falta de visión de lo que realmente somos.
Caer en las arenas movedizas de la sinrazón de la existencia, del desamor por la vida es una desgracia inimaginable. Pero la visión del mundo puede cambiar. No existe el concepto de árbol que crece torcido jamás enderece tronco para describir a un ser humano. Todos los seres humanos poseemos una “flexibilidad de ser” muy grande que nos permite reencontrarnos con el camino de la existencia sana y llena de momentos de recompensa afectiva y racional. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de reaprender y de cultivar conceptos propicios para su desarrollar personal en la mente; para ello necesitamos paciencia, saber escuchar, comprender la raíz de los problemas y de saber que el sufriente nunca será un ser individual sino que los problemas de desamor personal son parte de un encuentro o desafió familiar, en donde cada uno de los seres del entorno del que está lleno de sufrimiento juega un rol crítico en el desarrollo de nuevos conceptos emocionales hacia aquel que siente un vació existencial.