EL GOZO COMPLETO
Por: Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa
Cuando el angel Gabriel le anunció a María que Dios la había elegido para ser la madre de Jesús, le dijo también que su prima Isabel, que había llegado a la ancianidad siendo estéril, estaba embarazada, por lo que María fue a visitarla. Se dio así el encuentro entre estas dos mujeres: una joven y una anciana, las dos en cinta. Un encuentro en un pequeño pueblo, que podría haber pasado desapercibido, pero no fue así porque el niño a quien llevaba la joven María en su vientre era Jesús, el hijo de Dios, y el que llevaba la anciana Isabel era Juan el Bautista, de quien años más tarde Jesús dirá que es el más grande de entre los nacidos de mujer (Lc 7,28). Relata el evangelista Lucas que cuando María llegó a casa de Isabel y la saludó, el pequeño Juan saltó de gozo en el seno de Isabel y esta, llena del Espíritu Santo, dijo a María: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que se te ha dicho de parte del Señor se cumplirá» (Lc 1,45). Algo similar dirá Jesús algunas décadas después: «dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
El encuentro entre la Virgen María y su prima Isabel es una palabra de Dios para nosotros. Dios desea que también nosotros seamos bienaventurados, dichosos, felices. Para eso nos ha creado y para eso sólo hace falta una cosa: que, como María, creamos en la Palabra de Dios y la acojamos en nuestra vida cotidiana. Predicando sobre esto a una comunidad cristiana, san Ambrosio dirá: «dichosos también ustedes, pues todo creyente concibe y engendra la Palabra de Dios». En este contexto, la Navidad es una llamada a la fe, una ocasión privilegiada para acoger a Jesús, la Palabra eterna de Dios que se hace hombre y viene a buscarnos. Como dijo hace unos años el Papa Francisco: «el encuentro con Dios es el fruto de la fe» (Angelus, 23.XII.2018). Los cristianos sabemos bien que el nacimiento de Jesús no es una leyenda y que en cada Navidad todos tenemos la posibilidad de acogerlo y experimentar el gozo de su presencia no sólo “en medio de” nosotros sino “en” nosotros. Es el gozo que, además de disfrutarlo, nos impulsa a compartirlo con los demás, como María, en quien «esa prisa por ir a casa de su prima indica su voluntad de ayudarla durante el embarazo; pero, sobre todo, su deseo de compartir con ella la alegría por la llegada de los tiempos de salvación» (San Juan Pablo II, Homilía, 21.XII.1977).
Como también dijo el Papa Francisco en el Angelus antes citado, la visita de María a Isabel «nos prepara para vivir bien la Navidad comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo, el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas en los pequeños que se fían de Él». Quiera Dios que cada uno de nosotros pueda ser contado entre esos pequeños que, confiados en su amor, acojamos a Jesús en la fe y lo llevemos a los demás, «para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,4).