Sabores, colores y formas del mestizaje cultural
Por: Berit Knudsen – El Montonero
Para entender la conquista de América hay que imaginar primero el nivel de desarrollo de ambos continentes en la época del descubrimiento. La ausencia de la rueda fue compensada con el trabajo de los chasquis en América; mientras que, en el mismo siglo XV, en Europa Leonardo da Vinci diseñaba una máquina voladora. El siglo de las innovaciones llevó al mundo a las puertas de la globalización con el descubrimiento de América; pero se inició también la reforma protestante y la represión de la Inquisición. Por ello cualquier juicio de valor debe establecerse en el contexto de los hechos, y no con parámetros actuales.
La adecuación de la historia a intereses grupales o personales no es un problema solo de nuestro tiempo. Lo que no tiene precedentes es la negación de sucesos irrefutables usando herramientas sociológicas, antropológicas, lingüísticas y psicológicas para invertir nuestra percepción de la realidad con discursos que atentan contra valores fundamentales como la familia, la libertad y la dignidad, socavando la reserva moral de la sociedad. Palabras como “revolución”, asociada con la violencia, se anexan a “cultura”, con valores sociales, creando la bandera del neomarxismo: la “revolución cultural”.
Mientras en Europa ya existía la imprenta, en el Imperio incaico se usaban los quipus, cordeles de lana o algodón de colores y con nudos, usados para almacenar información sobre la guerra, el gobierno, los tributos, las ceremonias y las tierras. Solo han sobrevivido hasta nuestros días 734 quipus, quince de los cuales provienen de la cultura Huari, del siglo VII d.C. En 1542 al ser derrotado Huáscar, último Inca coronado, los generales de Atahualpa exterminaron a sus quipucamayos y destruyeron todos los quipus que contenían su historia para borrar la memoria del Inca destituido. Parece que estas prácticas fueron comunes. Por ello tuvo un valor incalculable el trabajo de recopilación y documentación histórica realizado por los españoles, quienes registraron no solo información sobre la conquista, sino también la historia, tradiciones, mitos y costumbres de la población local, haciendo posible la preservación de estos conocimientos.
María Rostworowski, reconocida historiadora peruana, presentó en 1953 el trabajo titulado “Pachacútec Inca Yupanqui”, rescatando la figura del Inca que marca el hito entre el Imperio mítico y el real Imperio del Tahuantinsuyo, a partir del triunfo definitivo sobre la Confederación de los Chancas en 1438. Hasta esa fecha primaba la teoría de Garcilaso, quien atribuía a Viracocha, antecesor de Pachacútec, la derrota de los Chancas y la consolidación del imperio. El jurado de la Comisión Técnica de Historia observó las excesivas reacciones contra Garcilaso en las teorías de la historiadora, pero reconoce esta obra que rescata la figura de Pachacútec como primer Inca Imperial. Y con ello Rostworowski ganó el premio “Inca Garcilaso de la Vega” por una investigación que echó abajo las teorías del mismo Garcilaso quien, según su linaje, estaba emparentado con la panaca de Viracocha.
Estos sucesos evidencian cómo la historia puede ser manipulada a favor de un grupo en el tiempo. Durante la conquista de América existieron abusos, pero abundan los testimonios sobre la labor evangelizadora. Casos como las expediciones a la selva peruana de Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana, quienes llegaron hasta el río Amazonas en 1542, despiertan las inquietudes misioneras. Son los jesuitas quienes emprenden peligrosas expediciones en las que fallecen los pioneros; hasta 1638, año en que fundan las misiones de Maynas, con los indios Jeberos como intérpretes de los más de 40 dialectos. Esta cristianización permite la fundación de pueblos a las orillas de los principales ríos, iniciando la vida sedentaria, movimientos comerciales, estructuras colectivas y comunitarias, la enseñanza religiosa y del castellano, y escuelas para la elaboración de artesanías y herramientas, todo bajo la dirección y orientación de los misioneros.
Muchos indígenas abandonaban estas reservaciones para recuperar su estilo de vida nómade o huyendo de las epidemias que mermaron las poblaciones. Pero tiempo más tarde, esas 36 misiones inician un proceso de deterioro, luego de la expulsión de los jesuitas en 1786 por orden del Rey Carlos III. Ello puso de manifiesto la importancia de la labor evangelizadora, truncada con la ausencia de los misioneros; pero también las repercusiones de lo acontecido en Europa y en América.
Los viajes de Cristóbal Colón tuvieron, entre sus principales objetivos, buscar especias como la pimienta, el clavo y la canela en estas tierras supuestamente orientales. Y si bien no llegó al destino planeado, Colón descubrió un nuevo continente y un paraíso de frutos, condimentos y productos desconocidos en Europa. Lo más cercano a la preciada pimienta que buscaban fue el ají, que llamaron “pimienta en vaina…”. Por ello, el ají es llevado a España desde el primer viaje, trasladándose luego al mundo entero. Con el ají, viajó el tomate, la palta, el choclo, la lúcuma y otros ingredientes como la papa, el camote y el maíz, que más tarde salvarían no solo a Europa de las hambrunas.
Todos hablan del oro y la plata que los españoles buscaban obsesionados; ante el desconcierto de los nativos que no entendían la importancia dada a esos metales, que usaban solo como elemento decorativo. Pero Colón transportó vacas y gallinas desde su primer viaje, trajo cebollas, limones, arroz, trigo, uvas. Ingredientes sin los cuales no sería posible saborear los platos y bebidas icónicos de nuestra gastronomía: lomo saltado, ají de gallina, pollo a la brasa, arroz con mariscos, causa, cebiche o brindar con un pisco sour.
De cualquier forma, rechazar sin argumentos la conquista española es negar los valores de la mixtura cultural, no solo en términos de intercambio. Es desconocer o despreciar rasgos tan importantes de nuestra cultura como el folklore, la música o la cocina peruana, hoy motivo de orgullo internacional.
Durante años especialistas y académicos buscaron la forma de promover el amor al Perú, lo que no fue posible hasta que se presentaron las condiciones adecuadas. Solo la disminución de la pobreza, de 58% a menos del 25% de la población, crea el clima propicio para promover nuestra gastronomía, el turismo, los valores y la mixtura peruana. Porque el Perú es una nación multicultural. Nuestra cultura es mestiza y lo que abunda en nuestro territorio es la diversidad, que debemos defender como elemento distintivo de nuestra peruanidad.