SIN AMBAGES TE EQUIVOCAS Y TODOS LO SABEMOS
Por Úrsula Angulo
Que todos somos seres humanos y nos equivocamos lo sabemos todos. Sin embargo, pareciera que muchos —muchísimos— lo saben, pero esperan que los demás, que también son seres humanos, no se den cuenta.
Y cómo les cuesta reconocer un error. Entre ellos, las figuras públicas, claro. Quizá hemos escuchado a alguna autoridad dar una explicación que no nos deja nada claro y que, en cambio, nos deja concluir al final que no solo no reconoció su error, sino que tampoco comentó por qué, supuestamente, todo estaba en orden y no había nada semejante a una equivocación. A veces, el negar, a como dé lugar, un error, una mala decisión, pareciera haber sido parte del pliego de obligaciones que vienen con el cargo.
Con mucha curiosidad, quisiera saber qué pasa por las mentes de aquellos que no reconocen eso que se hizo mal, esa mala decisión. Así como resulta plácido y gratificante el reconocimiento (y si viene con felicitaciones, mejor aún) de nuestras buenas decisiones, excelentes trabajos, maravillosas ideas, así también debiéramos —aunque no es plácido ni gratificante— admitir que lo que hicimos no resultó como esperábamos, o que las consecuencias fueron adversas.
El error está hecho y es evidente, la negación no lo desaparece. Los sinónimos y los eufemismos no van a hacer cambios o modificaciones, ni convencerán a nadie de que aquel parece un desacierto pero no lo es.
Entonces, hasta ahí, todos de acuerdo y, probablemente, con algún nombre y apellido que se viene a la mente. Empezamos a recordar a servidores públicos que dijeron que no, que yo no fui, que esto se puede explicar, que qué barbaridad. Sin embargo, ¿reconocemos nosotros nuestros errores y, además, nos disculpamos por ellos? Pues si hasta el párrafo anterior has advertido que coincides conmigo, debiera ser porque a ti, en el otro extremo, no te resulta difícil decir, aun con desagrado, que te equivocaste y que lo sientes mucho.
Es sencillamente lo que corresponde hacer. Solo eso. Quizá lo leímos de pequeños en algún libro para niños, pero, con el tiempo, esa obviedad se ha ido desvaneciendo hasta olvidarla por completo. ¿Y por qué ese olvido?
Si lo pensamos, no encontraremos buenas razones, solo excusas. De una u otra forma, corresponde siempre hacer lo correcto. Lo correcto es que admitas tu error y que te disculpes. No eres perfecto y no tienes por qué serlo. Vamos, di que te equivocaste, da una explicación real y sincera.
Con suerte, quien te escuche prestará atención e intentará en algún momento hacer lo mismo. Pues es con el ejemplo que se enseña a hacer lo correcto.
