Carla García: entre la herencia de un apellido y la voz de una nueva generación
Por Rocío Velazco C.
Carla García, hija del expresidente Alan García, nos abre las puertas a su mundo, a su identidad como comunicadora y a la profunda y compleja relación con uno de los líderes más influyentes de la historia peruana. Más allá del legado político, exploramos las vivencias, aprendizajes y emociones de una mujer forjada en el crisol de la política, el exilio y una herencia familiar ineludible.
Ella se define a sí misma, ante todo, como una comunicadora esencial. Para ella, esta habilidad no es algo adquirido recientemente, sino una vocación innata, una parte intrínseca de su ser desde la niñez. Se percibe como una persona con destrezas naturales para la comunicación, alguien que encuentra propósito y satisfacción en establecer puentes con las personas. Esta autodefinición no solo subraya su profesión, sino que también ofrece una clave para entender su enfoque en la vida y en su relación con el mundo que la rodea, un mundo intrínsecamente ligado a la esfera pública.
RELACIÓN CON SU PADRE
La relación de Carla con su padre, Alan García, es un relato de evolución y transformación a través de las distintas etapas de su vida. En su infancia, el vínculo era, según describe, «un tanto lejano». La constante ocupación de su padre y, más tarde, el golpe de Estado de Fujimori y el subsiguiente exilio, acentuaron esa distancia. Mientras su padre se dirigía a Colombia, Carla se mudó a Chile con su madre, ya que sus padres estaban divorciados. Esta separación geográfica y emocional marcó los primeros años.
La juventud trajo consigo una etapa de rebeldía por parte de Carla, algo que ella considera «lo natural en las chicas cuando crecemos». Sin embargo, la trayectoria de esta relación no se detuvo ahí. Con el tiempo, el vínculo trascendió la tradicional dinámica padre-hija para convertirse en una «relación de mejores amigos». Esta transición de la lejanía a la cercanía, de la rebeldía a la amistad profunda, es un testimonio de la resiliencia de su lazo y de la capacidad de ambos para encontrarse en un terreno de confianza y compañerismo.
VALORES Y ENSEÑANZAS DEL LÍDER
También subrayó que los aprendizajes y valores transmitidos por su padre, Alan García, perduran y resuenan en ella hasta el día de hoy. Entre ellos, destaca la «capacidad de enmendar algunos errores», una lección fundamental en la vida pública y personal. Otro valor crucial es la habilidad de «sobreponerse al drama usando el humor», una perspectiva que le permitía a su padre enfrentar las adversidades con una sonrisa, incluso si era para regalarla al espejo.
Además, resalta la singular destreza de Alan García para «poder mezclar tanto el deber como la pasión y el amor en una misma cosa y en un mismo trabajo». Esta integración de facetas aparentemente dispares se manifestaba en su capacidad para dedicarse a la política con fervor, mientras al mismo tiempo encontraba la máxima felicidad bailando un vals o disfrutando del último capítulo del Chavo del Ocho. Esta capacidad de su padre para vivir intensamente cada momento, fusionando responsabilidades con placeres genuinos, es un aprendizaje que Carla lleva consigo, reflejando una visión de la vida donde el compromiso y la alegría pueden coexistir armoniosamente.
EXPERIENCIAS Y VIAJES TRANSFORMADORES
Las experiencias educativas y los viajes han sido pilares fundamentales en la formación de Carla García. El primero y quizás el más impactante fue su exilio a Chile, un momento que la obligó a «volver a empezar». Esta vivencia le enseñó una lección trascendental: «que nada es tan grave, que siempre hay la posibilidad de empezar de cero y que soy capaz de empezar de cero y que me irá bien porque tengo habilidades». Fue una prueba de su fortaleza y resiliencia, cimentando una confianza en sí misma que la acompaña hasta hoy.
Posteriormente, vivir un tiempo en Estados Unidos también fue formativo, infundiéndole la «humildad de ser un estudiante» y la experiencia de trabajar «atendiendo mesas». Aunque era una forma distinta de interactuar con la gente, ella la encontró «encantada» porque era una manifestación más de la «misma chamba de comunicación» que siempre ha realizado, el gusto por «querer a las personas».
Los viajes con su padre también dejaron una huella indeleble. Recorrieron el Perú en las diversas campañas políticas, una experiencia que reveló el «pragmatismo de ir de sitio en sitio» de Alan García, pero también su profunda capacidad de «ir queriendo compañero tras compañero, plato tras plato, regional». Carla recuerda cómo su padre «le encantaba el Perú y le encantaba cada sitio y en cada sitio encontraba una magia distinta al lugar anterior». Esta inmersión en la diversidad peruana, guiada por el afecto de su padre, le brindó una conexión profunda con su país.
Un viaje particularmente memorable fue el último que realizaron juntos por Europa, partiendo de Madrid en un pequeño auto para visitar Trujillo de Extremadura (cuna de Pizarro) y Cáceres (cuna de Hernán Cortés). Este viaje, que duró muchas horas, se convirtió en una «clase de historia» continua. Alan García explicaba las diferencias entre Cortés y Pizarro, y cómo sus orígenes geográficos, cercanos pero distintos (uno de ciudad, otro de pueblo), podían ilustrar las diferencias entre México y Perú. Carla admite que en ese momento no pensaba que estaba aprendiendo, pero la ausencia de su padre le ha permitido darse cuenta «de todo lo que había prestado atención». Este viaje subraya la naturaleza didáctica de su padre y cómo cada experiencia, incluso un simple recorrido en coche, se transformaba en una oportunidad de conocimiento profundo.

SUS MÁS GRANDES RECUERDOS
Al enumerar los recuerdos más grandes y gratos con su padre, Carla García destaca dos momentos emblemáticos que, aunque no estuvo físicamente a su lado en uno de ellos, la marcaron profundamente.
El primero es el retorno de Alan García al Perú en 2001 después de la dictadura de Alberto Fujimori. Aunque Carla se encontraba en Estados Unidos en ese momento, el impacto de ver su discurso y la expectativa del pueblo peruano esperando a su líder después de tanta persecución le pareció un «momento impactante». Esta conexión con la historia y el destino de su padre la conmovió profundamente, incluso a la distancia.
El segundo gran recuerdo está ligado a la victoria en las elecciones de 2006. Carla, quien rápidamente se sube al carro de la victoria al decir «ganamos», recuerda el día de la votación. Volvió a casa de su madre, pidió que la despertaran para el flash electoral, y al ver que su padre pasaba a segunda vuelta (y luego ganó la segunda vuelta contra Ollanta Humala), experimentó una «sensación física de temblar como durante una hora y media». No podía hablar, su emoción se había vuelto corpórea. Su madre, al verla, le preguntó si estaba bien, a lo que Carla respondió: «Sí, estoy temblando de felicidad». Estos recuerdos no solo son hitos en la vida política de su padre, sino momentos de profunda conexión emocional y orgullo personal para Carla.
PUNTO DE INFLEXIÓN Y PESO DE UN APELLIDO
Ella experimentó un cambio drástico en sus prioridades y convicciones desde el momento en que se inscribió en el partido aprista. Ella lo describe como «el punto de inflexión de mi vida», el momento en que el personaje de su propia novela cambia absolutamente toda su vida. Esta decisión no fue superficial; marcó un giro de 180 grados en su camino personal.
Cuando se le pregunta sobre cómo equilibra su vida personal con el trabajo y el «arrastrar» su apellido, Carla corrige inmediatamente la noción de «arrastrar»: «Mi apellido no lo arrastro, mi apellido me lo llevas». Esta frase es poderosa y revela su profunda conexión y orgullo por su herencia. Ella no ve su apellido como una carga, sino como una parte integral de su identidad y quizás, como una fuerza que la impulsa.
Sin embargo, esta vida dedicada a la política conlleva sacrificios personales. Su madre, aunque a veces «requinta», asiste a las actividades del partido para verla, lo que indica el tiempo limitado que tienen para compartir.
Reconoce sentir «mucha culpa» por el poco tiempo que dedica a su familia, una culpa que, según ella, deben cargar todos los políticos. La ironía no se le escapa: habiendo sufrido de niña la ausencia de su padre por su dedicación al trabajo, ahora ella hace «lo mismo a mi propia familia».
Aun así, Carla sostiene que la política es un «ejercicio de entrega, de renuncia», que no solo exige sacrificios personales, sino que también «hace renunciar a los tuyos también». Valora profundamente que su familia lo entienda, especialmente porque muchos aspirantes a la política no pueden concretar sus deseos debido a la oposición familiar. Agradece tener una familia que, al haber sido «un poco la familia de Alan García», ya están «cocidos en ese caldo» y comprende la naturaleza de esta vida.
Para desconectarse y recargar energías, Carla García recurre a varias actividades que le permiten alejarse de las presiones de la política. Una de sus principales fuentes de alegría es jugar con su perra adoptada, Olivia. La relación con Olivia, a quien adoptó hace tres años y de quien no saben la edad exacta (se estima que tiene unos 5 años), es de profundo afecto. Carla disfruta ver cómo Olivia, que pudo haber tenido una vida terrible antes, ahora se comporta «como si fuera María Antonieta». Le encanta haberle dado una oportunidad a Olivia y que esta, a su vez, les haya dado una oportunidad a ellos. La imprevisibilidad del pasado de un perro adoptado, sin «cámara ni cassette» para saber cómo fue su vida, la cautiva.
Además de jugar y «besuquear» a Olivia, a Carla le encanta escuchar a su novio, quien es científico, hablar de ciencia. Esta interacción la ayuda «muchísimo en temas políticos» porque la mantiene «actualizada en temas que no son necesariamente políticos, sino más científicos».
Otras actividades incluyen ver a su madre. Aunque antes el teatro y el cine eran su pasión, ya no tiene tiempo para ellos. Sin embargo, encuentra placer en asistir a peñas musicales, disfrutando especialmente de la música criolla. Estas actividades son vitales para mantener su equilibrio y su bienestar en medio de una vida tan demandante.
