La ansiedad destruye y contamina nuestra mente

Hoy quiero valorar con cada uno de ustedes un ejercicio de desarrollo personal. El mundo de la ansiedad nos lleva a pronunciar palabras hirientes.

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos.

Hoy quiero preguntarles cuál es la esencia de vuestra ansiedad y de vuestra calma. Quiero preguntarles si ante la tormenta sienten paz o intranquilidad.

¿Vuestras mentes duermen o se despiertan ante la ansiedad diaria?

¿Cada uno de ustedes desarrollan ansiedad con el fin de ayudar y construir vidas humanas?

¿Vuestra ansiedad les da gozo, templanza y humildad?

El maestro de amor tenía aquel hermoso don que le permitía ver siempre el vaso medio lleno cuando otros lo veían vacío. Pero ese don no lo recibió del cielo, lo cultivó a diario en su trabajo, en sus momentos de oración y de diálogo personal, en la compañía de su madre y hermanos y en la contemplación del mundo que le rodeaba.

¿Cuántos de nosotros hemos desarrollado la capacidad para extraer lo positivo de toda experiencia negativa que vivimos?

Las obras y las palabras del maestro de Galilea son la muestra plena que nos invita a pensar en que detrás de todo aquello que vivimos siempre hay una moraleja y un gozo.

Debemos renunciar a los prejuicios, dicha actitud contamina nuestra mente, nos genera ansiedad anticipatoria y nos vuelve temerosos y violentos.

Las experiencias deben de vivirse en el momento y los juicios asociados deben de trabajarse luego de alcanzar un sitio un poco alejado de esta.

Entre más apartado esté el gusto o el malestar de lo vivido de la razón que lo evalúa más puro el aprendizaje y más constructiva pasa a ser la vivencia.

Cada día aprendemos algo nuevo. Nuestras equivocaciones debieran de alimentar nuestro esfuerzo constante y las correcciones ante los errores cometidos nos debieran de hacer sentir llenos de gozo.

Cada error en la vida es una nueva oportunidad para sonreír. Cada error es un tema que debemos repasar para dar una buena lección.

Tenemos la capacidad mental para hilvanar pro activamente los conceptos asociados a nuestro bienestar y desarrollo personal.

Somos niños pletóricos de felicidad que van desarrollando, día a día, capacidades en ciernes que un día van a desarrollar conceptos y sueños.

El hecho que hoy no podamos hacer algo, no significa que estemos limitados para hacer ese algo, lo único que ha pasado es que no hemos desarrollado adecuadamente la capacidad que nos permita hacerlo realidad.

¡Alegrémonos! No tenemos potencialidades y su antítesis, las limitaciones. Tenemos solo capacidades, unas más desarrolladas, a las que hemos llamado optimistamente potenciales y otras menos desarrolladas, a las cuales, sin respeto alguno por nuestra salud mental, hemos denominado como limitaciones.

Ahora conocemos un poco más de aquella verdad profunda que habita en Dios. Él nos ha dado todo, pero no en frutos sino en semillas. Es responsabilidad de cada uno de nosotros el hecho de regar y cuidar la noble planta que se va a desarrollar.

Y así son los dones del Padre entonces:

¿Por qué angustiarnos, por qué preocuparnos por aquello qué no podemos hacer bien?

¿Por qué generar tanta respuesta de estrés destructivo en nuestro ser?

¿Por qué contaminar nuestra mente con supuestos de limitación?

Nuevamente nuestra visión debe de dirigirse hacia los niños. Ellos no suelen preocuparse por nada, salvo que como padres y comunidad invadamos su mente con aquellas armas de destrucción masiva que son la crítica negativa, la insatisfacción y la falta de afecto.

Los niños hacen todo bien, aunque ante los ojos de los adultos todo lo hagan mal. Ellos son libres para hacer todo aquello que desean y nosotros los limitamos y los volvemos poco a poco insatisfechos, “a nuestra imagen y semejanza”.

Y ¿por qué todos los niños hacen todas las cosas bien?

Porque son libres en su mente para crear bienestar y para olvidar las ofensas. Cuidan su salud mental como si fuera un tesoro y su mirada trasciende todo aquello que nos rodea.

No importa si se equivocan, la siguiente vez le ponen mayor esfuerzo para alcanzar lo que desean y, si se fatigan, asumen una actividad nueva con el fin de distraerse un poco y para descansar la mente, la cual, ya despejada y renovada, les da la respuesta que sanamente ansían.

¿Cuántos adultos se aferran con un afán obsesivo en la consecución de un logro, aun sintiéndose cansados y aburridos y aun así se niegan a dejar de probar algo nuevo que solucione el problema que se han planteado?

Nuestra salud mental es un tesoro que solemos desproteger en pro de actitudes poco constructivas.

Solemos ver “la supuesta paja en el ojo ajeno” y obviamos contemplar los maderos de inconductas que nos llevan a crucificar al maestro del amor una vez más en nuestra mente.

La actitud de los niños es una escuela abierta para hallar paz. Por ello, Jesús se deleitaba con su presencia y por ello jugaba con ellos.

¿Cuántos adultos pueden decir que se dan el gusto de jugar regularmente con un niño o con sus hijos?

Tenemos la fuente de la eterna juventud mental y emocional junto a nosotros y la ignoramos también: la actitud de los niños. Una actitud basada en la falta de envidia y de revanchismo. Una actitud que se sustenta en el compartir, en la diversión, en la alegría por hacer las cosas y en el consuelo.

Realmente tenemos todo para estar bien, para no vivir la existencia de zozobra que desarrollamos desde la puesta de sol hasta el anochecer. Tenemos a nuestra vista el paraíso de la realización personal y optamos nuevamente por vivir el mundo de la ansiedad. Un mundo caracterizado por el caos, la envidia, el egoísmo, la vanidad y la agresividad.

El mundo de la ansiedad nos lleva a pronunciar palabras hirientes. Nos conduce a defendernos con armas de fuego, armas blancas e instrumentos psicológicos de humillación.

Cuando una habita el mundo donde la ansiedad reina, la mente no descansa y todo aquel que nos rodea de pronto es un enemigo.

Hermano mío, descontamina tu mente y aliméntala con frutos sanos de amor, comprensión y solidaridad. Deja que la enseñanza pura e inocente de los niños venga hacia ti. No te creas superior a un niño por los años que tienes, más bien lava los pies de aquellos niños que te rodean y sírveles, ellos son los mejores maestros en el arte de construir una buena salud mental. Luego siéntalos a tu mesa y cuéntales de tu vida, de todo aquello que te ha sucedido, de lo bueno y lo malo y entrégate plenamente a su bullicio y a sus comentarios. Luego abrázalos.

No hay mayor alegría que aquella por la cual compartimos. No hay mayor satisfacción que el hecho de dar. No te prives de ninguna de estas creaciones mentales y has que su desarrollo sea constante en tu ser.

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