Librero arequipeño fue mejor amigo de Mario Vargas Llosa en Arequipa
Por Carlos Meneses Cornejo
Promovió la venta de sus libros abriendo trece librerías en Arequipa.
ESPECIALES DE AREQUIPA – Los arequipeños que yo conocí
Cuando se fundó Arequipa en 1540 probablemente el lugar de la fundación fue en lo que ahora es la Catedral y cuando se hizo el damero, tradicional de las ciudades hispánicas, la esquina mejor escogida fue la de la pontezuela conformada por las calles Mercaderes y San Francisco que era cruzada por una acequia regadora.
En ese mismo lugar y hace más de 70 años, Natalia Velasco, una mujer casada y madre de 6 hijos, con un esposo que era miembro de la Guardia Civil y afecto al juego de casinos y naipes, abrió un bazar signado con el número 102 y al que quiso denominar La Estrella y a la que su hijo Germán Javier Ochoa Velasco bautizaría después como Librería San Francisco.
El local tenía 60 metros cuadrados y se vio fortalecido porque Natalia le envió, desde su nativa Juliaca, material de librería para ayudarlo en el comienzo de su carrera.

Como el padre era muy jugador, cada día de pago ponía en riesgo el haber que percibía y llegaba a su casa con las manos vacías. Cansada de ese abuso regresó a su tierra natal a lado de su padre para desde allí ayudar a sus hijos que en número de seis quedaron en Arequipa en el colegio Mercedario y después en el San Francisco de Asís.
Javier Ochoa quiso hacer honor a su calidad de arequipeño y promovió la venta de libros, logró hacerse amigo de Mario Vargas Llosa, quien en el año 2011 se sorprendió de ver toda una vitrina con los libros que escribió y que eran vendidos en oferta. Ahí comienza una amistad que duró años y que motivó que cada vez que Vargas Llosa venía a Arequipa iba a la librería y con frecuencia pasaba al otro lado del mostrador para firmar libros a quienes compraban sus textos.
Javier Ochoa fue abriendo tiendas en la primera cuadra de San Francisco que daba acceso a la plaza, abrió una segunda con el número 104 y una tercera en el 106, esto antes de abrir una más en el Portal de Flores.
En todos estos afanes lo ayudaba una distinguida dama arequipeña Rosa Tudela de Gerd que también simpatizaba con Vargas Llosa por ser ambos arequipeños. Un día Javier conoce a la que sería su esposa, una mujer joven alegre que le daría dos hijos, Luis Javier Ochoa Giraldo y Sergio Ochoa Giraldo, esto dos hijos se convirtieron en pilares de una calle en la que solo habían dos restaurantes el famoso Chez Nino y El Capri, el resto eran todas librería como Codisa Quintanilla Mariño y otras que convirtieron a toda la primera cuadra de la calle San Francisco en la calle de las librerías, donde se vendían libros, útiles escolares hasta que Ninfa Giraldo Romero crea un sistema de ventas al crédito donde se podía comprar desde lapiceros de lujo hasta borradores.
Lo curioso es que Vargas Llosa atendía, muchas veces, junto con el personal de planta los pedidos de los clientes y se esforzaba por hacer reír contando chistes a los empleados y a los compradores.
Por lo menos una vez hubo una reunión de todos lo que allí trabajaban y Javier monta en un segundo piso un café donde preferían acudir militantes apristas para consumir un producto natural del Cusco. La trabajadora más antigua era Gloria Díaz, quien laboró hasta su jubilación.
La segunda cuadra de San Francisco albergaba a la Corte Superior de Justicia, la Prefectura donde muchos prefectos resultaban presidentes y la Subprefectura donde se ventilaba asuntos policiales y en la tercera cuadra estaba el edificio de la compañía arequipeña de seguros La Positiva, al fondo de la calle la iglesia de San Francisco para la cual el propio santo envió dinero desde Italia y donde yo he visto quemar nueve castillos.
Se llamaban entre ellos por su nombre. Una vez Javier Ochoa le dijo doctor al escritor arequipeño y Vargas Llosa le recordó que sus nombres son Mario y Javier y que así era como debían decirse.

