Literatura en el mundo posmoderno

Profesor universitario Miguel Ángel Huamán.

Por Samir Marcapura

Miguel Ángel Huamán, ensayista, profesor universitario y crítico literario peruano, ha dedicado buena parte de su obra a pensar la literatura desde sus vínculos con la sociedad, la cultura y el lenguaje. En “El enigma de la literatura” (2025), publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, reafirma su compromiso con una lectura profunda y reflexiva, proponiendo una defensa de la literatura como práctica humana significativa frente a los peligros de la banalización y la automatización del sentido.

“El enigma de la literatura” no es una defensa nostálgica ni cerrada de la literatura, sino una apuesta argumentada por su valor simbólico y su capacidad transformadora. A través de una prosa clara pero comprometida, Huamán reflexiona sobre cómo la lectura y la escritura literaria permiten comprender el mundo desde una dimensión más humana, ética y crítica. Su diagnóstico es actual: vivimos una época donde lo estético ha sido colonizado por el mercado y las máquinas comienzan a imitar la producción simbólica humana. Frente a eso, el autor plantea la necesidad de sostener la diferencia entre creación y repetición, entre experiencia y copia.

Uno de los méritos del libro es que se lee como una conversación que interroga, más que como una exposición académica cerrada. El lector se encuentra ante una serie de ensayos interconectados que, sin perder profundidad, evitan el exceso de jerga técnica y priorizan la claridad del pensamiento. Esto hace que “El enigma de la literatura” pueda ser abordado tanto por estudiantes como por lectores interesados en la literatura, sin que resulte excluyente.

Huamán organiza su obra en tres capítulos donde va desarrollando distintos frentes del problema. El primero, que da nombre al libro, se dedica a explorar cómo el concepto de literatura ha sido desdibujado por las prácticas digitales, especialmente por las inteligencias artificiales generativas. El autor no cae en un rechazo ingenuo de la tecnología, pero advierte que su irrupción sin mediación crítica está vaciando de contenido a las prácticas simbólicas humanas. En este punto, Huamán discute con Kenneth Goldsmith y su propuesta de “literatura no-creativa”, donde la escritura se reduce al reciclaje y la combinación de textos ajenos. Esta perspectiva, muy difundida en ciertos sectores experimentales, es leída por el autor como un síntoma del tiempo: el arte como superficie sin espesor. Frente a esto, Huamán reivindica el valor del gesto creador, el papel del sujeto que elige, organiza y transforma. “La literatura no es un conjunto de letras, sino una experiencia que se construye en el tiempo y con la memoria”.

El segundo ensayo, titulado “El sabor del texto”, establece una analogía entre la lectura literaria y el acto de saborear una comida bien preparada. No se trata de una comparación meramente decorativa: Huamán argumenta que así como el sabor requiere atención, sensibilidad y disposición, la lectura también exige una actitud de apertura y cuidado. Esta defensa del goce lector como proceso activo se opone a la cultura de consumo rápido que reduce la lectura a una función utilitaria o meramente decorativa. En este punto, el autor introduce ideas de la estética de la recepción y de la teoría del efecto. Subraya que el sentido no está contenido en el texto de manera cerrada, sino que se construye en la interacción entre lector y obra. Leer es siempre un acto único, irrepetible, que depende de nuestras experiencias, contextos y emociones. Esta perspectiva, cercana a Hans Robert Jauss o Wolfgang Iser, permite entender la literatura como un campo de tensiones vivas, donde el texto “espera” ser completado por quien lo lee.

El tercer ensayo amplía la mirada y se adentra en la crítica cultural. Huamán analiza cómo el capitalismo contemporáneo ha estetizado la vida cotidiana, haciendo de lo artístico un producto más dentro del mercado. Esta “estetización sin ética”, como la llama, convierte la literatura en un objeto de consumo, desactivando su capacidad de interpelación crítica. En respuesta, el autor propone recuperar la literatura como lugar de resistencia simbólica, como espacio donde aún es posible imaginar otras formas de vida y pensamiento. Este argumento se refuerza con el análisis de casos concretos. Huamán compara, por ejemplo, un poema generado por inteligencia artificial con uno escrito por Robert Creeley, poeta estadounidense asociado al lenguaje mínimo pero cargado de emoción. La diferencia no está solo en el estilo, sino en el espesor de la experiencia que hay detrás de cada palabra. Para Huamán, la literatura verdadera es aquella que deja marcas, que implica un riesgo, que exige una respuesta ética del lector.

Otro aporte del libro es su estilo. Aunque Huamán maneja con solvencia referencias filosóficas y teóricas, nunca pierde de vista al lector común. Su lenguaje es claro, cercano, incluso conversacional en ciertos tramos, lo que permite que ideas complejas sean comprendidas sin dificultad. Esto hace de El enigma de la literatura un texto que no se encierra en el aula, sino que se proyecta hacia la vida cotidiana, hacia la manera en que leemos, enseñamos o hablamos de libros. Además, el autor no oculta su posición: no escribe desde la neutralidad académica, sino desde una toma de postura crítica frente al presente. Por eso, el libro no solo informa, sino que interpela. Nos obliga a preguntarnos qué entendemos por literatura, para qué leemos y cómo queremos seguir escribiendo y pensando en un mundo cada vez más automatizado.

(Escuela de Literatura, UNSA)

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