San Camilo: 1250 puestos, 20 cargadores y un legado que no se detiene

Son 1 250 puesttos, 20 cargadores y un legado que perdura con los años

Por: Zintia Fernández L.

Cada mañana, cuando el reloj marca las ocho y media, Bernardo Mamani Alaja baja desde Miraflores con la lentitud de quien ha vivido mucho y aún quiere vivir más. A sus 79 años, empuja una carretilla vacía que pronto se llenará de frutas, encargos y mandados. Es su herramienta y su compañía. Bernardo trabaja en el Mercado San Camilo desde que tenía cuarenta. Hoy, casi cuatro décadas después, el cuerpo le duele más, pero el impulso sigue siendo el mismo, no por necesidad solamente, sino por dignidad.

MERCADO SAN CAMILO

El mercado San Camilo, es el segundo hogar de Bernardo. Un edificio centenario que ha visto pasar terremotos, reformas, pasacalles, música, pandemias y despedidas. Se construyó sobre las ruinas del antiguo convento de los padres camilos, destruido tras el sismo de 1868. En 1910 se colocó la primera piedra del mercado moderno. Con estructura metálica inspirada en el estilo Eiffel y techos altos que dejan entrar el sonido de los pasos, el San Camilo fue inaugurado en 1926 y completado hacia 1938. Hoy sigue siendo el corazón del centro histórico de Arequipa.

Según Edgar Arohuanca, administrador del mercado, cuentan actualmente con 1,250 puestos en todo el recinto. Allí se venden desde frutas frescas hasta hierbas medicinales, desde panes hasta telas. Y aunque muchas cosas han cambiado, se mantienen tradiciones como los postres arequipeños —el queso helado, por ejemplo—. Sin embargo, otras secciones como la de animales vivos han desaparecido con el tiempo.

Don Bernardo recuerda bien los días antes de la pandemia. Afuera del mercado, junto con él, esperaban aproximadamente 40 cargadores, listos para ayudar a las señoras y señores que bajaban corriendo de las oficinas del Cercado para hacer sus compras. Las propinas eran buenas, el movimiento constante. «Yo recuerdo a las señoras, sus nombres, ya eran conocidas para mí», refiere.

Pero la pandemia lo cambió todo. Se prohibió el contacto físico. La gente trajo sus propios carritos. Las asociaciones se redujeron. Hoy, apenas quedan 20 cargadores. Bernardo, uno de ellos, se ha caído cinco veces en plena jornada, pero insiste en volver. «Mientras pueda cargar 20 kilos más mi carretilla, no quiero quedarme en casa», dice con convicción. Vive solo, en un cuarto de techo de calamina, pero no se queja. Su oficio es su forma de vivir con dignidad.

San Camilo ha sabido reinventarse. En 2024 se convirtió también en galería de arte, un espacio abandonado fue transformado en sala de exposiciones para artistas locales, único en el país. Así, entre ajíes y cebollas, colgaron lienzos y esculturas que sorprendieron a los propios comerciantes. Ese mismo año, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lo reconoció como uno de los 50 mejores mercados del Perú, por su gestión, proyección turística y valor cultural.

Y el orgullo se hace fiesta cada año. Cada enero, el mercado celebra su aniversario con un colorido pasacalle que recorre las calles del centro con un corso interno donde los propios comerciantes se disfrazan, cantan y bailan. Participan las secciones de frutas, flores, jugos y carnes. Este año, en 2025 celebraron con alegría el 144.º aniversario. “Acá no solo vendemos, también celebramos”, se escucha entre los comerciantes mientras buscan – con una sonrisa – atraer a los turistas para consumir sus productos.

Cada 28 de julio, el mercado entero se viste de rojo y blanco. El aniversario de Arequipa también está en camino el disfraz. Para el Día de la Madre, los pasillos se llenan de globos, canciones criollas y promociones especiales. San Camilo no es solo un mercado, es un corazón que late al ritmo de sus celebraciones, del esfuerzo cotidiano de sus trabajadores y sobre todo de la solidaridad. No hay marcha o colecta pública sin que San Camilo no esté presente.

En la entrada principal, los viejitos lustrabotas charlan sobre los últimos arreglos. El administrador ha pedido, una vez más, que se atienda el techo del mercado porque las lluvias han dejado huellas y hay zonas donde el metal ya se corroe. Dicen que hace años no se toca esa estructura, aunque ahora han colocado luces LED nuevas, mejorado algunas canaletas y reforzado la seguridad dentro. Pero no todo brilla, hay quejas de los baños del sótano, cámaras de vigilancia en poca cantidad y la basura acumulada en los alrededores. Que muchos vendedores aseguran que pagan puntual por limpieza y vigilancia, pero sienten que nadie escucha sus reclamos. Hablan también de los desacuerdos con la Municipalidad y los dueños de los puestos, una discusión larga que, como muchas en la ciudad, parece no tener final.

Bernardo escucha esos comentarios mientras espera el pago de una entrega. Hoy llevó productos de una tienda naturista hacia unas cuadras más adelante del mercado. La dueña le dio una boleta y un encargo: “Usted cobre, don Bernardo”. Y él, como siempre, cumple. Aunque camine lento, dice que prefiere estar en movimiento. Que la vida, como la carretilla, hay que empujarla hasta el último día que se pueda.

Cada madrugada, antes del alba, las carretillas llegan por los alrededores. Hay quienes descargan frutas, otros traen bolsas de hierbas, sacos de pan o pescados envueltos en hielo. Se dice que empiezan desde las cuatro de la mañana, aunque el bullicio de verdad arranca a las seis, cuando el mercado abre sus puertas. Desde ese momento hasta bien entrada la tarde —a veces hasta las siete—, San Camilo respira vida. Con sus techos altos, su bullicio, sus columnas de hierro —a pesar de la oxidación— y sus personajes como Bernardo, sigue siendo el alma de Arequipa, porque allí, entre montañas de papayas, cebollas, carne, comida para mascotas, sombreros, chicharrones, postres y queso fresco, se cuenta la historia de sus mujeres y hombres silenciosos, los que hacen del trabajo diario un acto de resistencia.

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