Peligro por allá, allá vamos
SIN AMBAGES

Advierten de un tsunami y una señora va con su nieto a un malecón, lo más cerca posible del mar. Un reportero que está en el lugar se acerca y le hace algunas preguntas y, así, la señora explica que nunca ha visto un tsunami y su nieto tampoco, entonces, por eso estaban ahí. Imposible afirmarlo, pero algo me dice que la señora tenía popcorn y chicha morada en la cartera, como para hacer entretenida la espera. Nuevamente, imposible afirmarlo, pero lo único que se me ocurre es que la señora no tiene ni una idea vaga de lo que es un tsunami. O, por lo menos, es lo que quiero pensar; quizá la señora creía equivocadamente que un tsunami era un bonito espectáculo en el mar que aparece muy pocas veces, algo así como un eclipse.
Era una alerta de tsunami. Es decir, una advertencia para que las personas se alejen del mar; no significa que es suficiente con alejarse de la orilla y subir al malecón, sino que es necesario que se vayan muchísimo más lejos. Pero algunas personas —demasiadas, en algunos casos— parecieran sentir cierto entusiasmo al hacer precisamente lo contrario y no lo que, por el bien de la ciudadanía, se determina. En otros casos, más que entusiasmo, pareciera un profundo amor por esa adrenalina que solo el arriesgar sus vidas puede provocarles.
Entonces, vuelvo a mi teoría, aquella que mencioné alguna vez en uno de mis artículos: así nomás, no pasa nada. Es el impulso que lleva a muchas personas a hacer exactamente aquello que, por lógica, no debieran hacer. Y seguro que ahora estás pensando: «Sí, pues, qué terrible. Tsunami y se van a la playa. Sin lógica, ¡caramba!». Pero dejando la arena, pensemos también en quienes se acercan a los ríos cuando se advierte que deben alejarse de las riberas. Pareciera que leen en redes sociales y canales de noticias que deben alejarse de las riberas y, de pronto, tienen una maravillosa idea y les dicen a sus hijos: «Niños, están siempre en casa con los ojos metidos en el celular. Mejor vayamos a pasear a la ribera, el caudal ha crecido y seguro que hay unas vistas muy bonitas y podemos tomar fotos para enviarles a los abuelos». No van al río nunca, casi ni recuerdan que hay un río que cruza la ciudad, pero escuchan que no deben ir y van.
Y así, muchos ejemplos más. La luz roja que encuentras a las seis de la mañana y que piensas que puedes pasar porque a esa hora no hay nadie en las calles y te encuentras con el que, a manera de deporte de aventura, corre algunos kilómetros por las calles de la ciudad muy temprano tratando de evitar a los que piensan que pueden pasar la luz roja a esa hora porque a esa hora no hay nadie en las calles. Como si fuera la ocasión para probar los frenos del auto.
Estoy segura de que puedes pensar en una cantidad significativa de ejemplos: «ese camión está lejos, sí paso»; y, por supuesto, no podría faltar en esta lista de lógica sin lógica el ya muy conocido «ebrio manejo mejor». Que sea ya el momento de usar el sentido común real, no el sentido común sin sentido y, más bien, conveniente —aunque cuesta mucho imaginar a quién es que le podría resultar conveniente—.
