Más allá del disgusto está la calma
Por: Dr. Juan Manuel Zevallos.
Bien dice la sabiduría popular, “el que rápido vive, rápido muere”.
¿Te has preguntado alguna vez cómo estás viviendo?
¿Tu procesador mental tiene un acelerador y carece de freno?
¿Por qué tanta angustia por hacer si lo importante es sentir lo que hacemos?
Jesús, el maestro de la vida, sabía claramente que una mente lúcida tenía la capacidad de acelerar cuando era necesario y que sabía el momento exacto cuando debía frenar.
Su mente, su inteligencia y su legado, son modelos de desarrollo de salud mental tan necesarios en tiempos como los actuales en donde la apertura de nuestras ventanas mentales de conflicto va destruyendo nuestro concepto de humanidad.
Todos vivimos apurados y por consiguiente afligidos. No tenemos paz y el apresuramiento está dañando cada célula de nuestro ser. Nuestra esencia no es la prontitud sino la templanza. Nuestra fortaleza máxima ha sido a lo largo de los años la capacidad de analizar el mundo que nos rodea para luego asumir una actitud de crítica constructiva. Nuestra formación y crianza han desvirtuado dichos roles y ahora, muchos de nosotros primero hacemos algo y luego nos decimos “¿por qué hice esto?”. Hacer sin pensar es solo existir y no vivir.
Cristo nos enseñó a hacer silencio con la mente y nos dio lecciones invalorables y constructivas de paciencia, tolerancia y comprensión. Sus palabras y actos, las manifestaciones de su inteligencia, son herramientas hoy más que nunca útiles para acallar nuestra manera inconsciente y temeraria de actuar.
Él nos enseñó a no decir nada, a esperar el mejor momento para decir algo y para elegir siempre palabras de afecto y estima hacia los seres que nos rodeaban, aunque estos sean agresivos, impulsivos o hayan desarrollado una conducta de destrucción social.
Y fue todavía más allá al decirnos “si tu vecino te da un golpe en una mejilla, pon la otra”. ¿Qué otro gran líder del pensamiento universal ha proyectado pensamientos de desarrollo emocional y racional tan profundos como el humilde carpintero y maestro de Galilea? Ninguno. Si te agreden, no agredas, era una de sus máximas.
¿Podrías negarte a agredir a aquel qué ha manchado tu honra o que ha destruido algún bien preciado que poseas?
¿Podrías inhibirte de reaccionar violentamente ante alguien que ha abusado de tu ser, tu confianza y entrega?
Lo más probable es que tu respuesta se aleje mucho de los lineamientos que estableció Jesucristo. ¿Pero acaso no es cierto que la venganza y el rencor destruyen al ser que desarrolla dichos sentimientos?
El maestro del amor y la vida nos enseñó a ser humildes de corazón y a valorarnos a plenitud. Sabía muy bien de todas aquellas capacidades que aún no habíamos desarrollado, pero nos dio las instrucciones para regar dichas habilidades por desarrollar con el fin único de alcanzar el desarrollo de un árbol de protección emocional en la mente.
La auto agresión es el peor de los errores que pudiéramos cometer como seres nacidos en el amor más grande y por más irónico que suene, es una actitud constante en nuestro día a día.
Cristo nos enseñó a vacunar nuestra mente no solo aceptando la agresión y poniendo la otra mejilla, sino que además nos pidió hacer algo que a la luz de nuestra sociedad “es una tozudez”: amar a tu agresor.
Si es difícil dejar de reaccionar ante actos de humillación e intimidación yo te pregunto ¿Cómo poder amar a aquel que sin ninguna consideración me intimida y humilla?
En verdad Cristo nos pide mucho, pero a la vez nos dice: Todo el bien que hagas por un hermano mío, lo haces por mí. Sus lecciones entran en conflicto con todo aquello que hemos aprendido en casa y en la escuela. Nuestros padres suelen decirnos con frecuencia: si un niño te golpea o te ofende, tú lo golpeas o lo ofendes, ¡hazte respetar! Los conceptos del Código de Hammurabi, de los tres mil antes de Cristo, la vieja ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente”, son un dogma de la sociedad violenta y desestructurada en donde habitamos. Decimos que amamos a Cristo y cada día lo agredimos con nuestros actos de envidia y sentimientos de odio y resentimiento.
No nos parece justo lo que nos ha dicho. No se puede amar a un agresor. Al agresor hay que destruirlo o, por lo menos, hay que desterrarlo de nuestra sociedad, nos dice la mente contaminada, confundida y afligida que busca soluciones rápidas a nuestros problemas de convivencia.
Jesús te dice acepta la violencia de tu agresor, entiende que está confundido, que ha tenido un mal proceso de desarrollo cognitivo, que no tiene claras sus prioridades en la vida y, por consiguiente, comprende su actuar desnaturalizado y evita agredirte.
¿Cuán difícil es seguir los preceptos de paz?
¡Cuán valioso sería para nuestra vida cultivar las semillas de paz y tolerancia que Cristo nos regaló!
La verdad que gobierna nuestra vida se llama paz.
Muchas veces olvidamos quiénes somos y la razón por la que estamos vivos. Nos contaminamos de preceptos equivocados, de frases distorsionadas y sin darnos cuenta, decidimos en base al miedo y a todas sus formas de expresión como la violencia, la agresividad, la intolerancia, la marginación, la frustración y el egoísmo.
La vida que nos enseñó a experimentar el maestro de Galilea estuvo surcada por ríos de comprensión y por llanuras de entendimiento.
Cuando contemplaba a la gente que le rodeaba, sonreía y sentía calma. Dentro de sí comprendía el gran valor que poseía cada uno de aquellos iletrados que escuchaban sus palabras y que alimentaban su alma.
En verdad él dijo: “El discípulo nunca será más que su maestro”.
En verdad Él nos enseñó a dar lo máximo de cada uno de nosotros, a esforzarnos al máximo, a comprometernos con nuestros sueños y a dar todo por el mensaje de paz y amor que él nos invitaba humildemente a compartir.
No hay más ni menos en la existencia humana. Todos somos iguales, todos somos distintos. Unos tienen mayores capacidades para construir y otros para unir. Algunos tienen más desarrollada la virtud del diálogo y otros la templanza del silencio. Aquellos desarrollaron plenamente la gracia de la alegría más aquellos la templanza y la austeridad para enfrentar los desafíos del mundo.
Nadie puede ser más que otro, todos fuimos creados a imagen y semejanza del padre y somos uno con el Padre.
¿Existirá acaso padre alguno qué pueda afirmar que un hijo suyo es mejor que otro?
Dejemos ya de compararnos basados en inconformidades e inseguridades, dejemos ya de alimentar rencores y actitudes hostiles. Miremos hacia delante y enfoquemos nuestra mirada y nuestro corazón en las palabras de aquel único maestro que pudo cambiar la historia de la humanidad en base a un discurso basado en la comprensión de nuestro ser, en el amor que recorre nuestras venas, en la inteligencia para obrar con sabiduría y nobleza y en la magia que tienen nuestras palabras para hacer de un desierto un oasis de crecimiento emocional.
