MPA rinde homenaje póstumo a Ángel, líder empresarial y orgullo de la región

Reconocimiento fue recibido por su hijo Jorge Ibárcena Valdivia y demás familiares. En el marco de las celebraciones por el 485 aniversario de la ciudad, la Municipalidad Provincial distinguió como hijo ilustre a uno de los empresarios más visionarios y perseverantes que tuvo el país.

GENERÓ EMPLEO EN DISTINTOS SECTORES PRODUCTIVOS

La Municipalidad Provincial de Arequipa (MPA), en una ceremonia cargada de emotividad y reconocimiento, otorgó la distinción póstuma de “hijo ilustre” a don Ángel Ibárcena Reynoso, un arequipeño que dejó una huella indeleble en la historia empresarial del país y en el desarrollo económico de la región. La ceremonia se realizó en el Salón Consistorial, con la presencia del alcalde provincial, autoridades, familiares y representantes del sector empresarial. El reconocimiento fue recibido por su hijo Jorge Ibárcena Valdivia y demás familiares, que expresaron un profundo agradecimiento por este homenaje a la memoria de un hombre que supo construir, a base de esfuerzo y visión, un legado que trasciende lo económico para instalarse en la memoria colectiva de Arequipa.

SU TIERRA NATAL, MOLLENDO

Ángel Ibárcena nació el 10 de enero de 1931 en Mollendo. Desde joven, su vida estuvo marcada por el trabajo duro y la búsqueda de oportunidades. Se trasladó a Arequipa para estudiar en el colegio San Francisco, y a los 17 años inició su trayectoria laboral como obrero en una curtiembre. Poco después ingresó a Carnation, que más tarde se convertiría en Leche Gloria, donde comenzó a desarrollar una incipiente vocación empresarial. Su primer emprendimiento fue modesto pero revelador: adquirió diez camionetas para prestar servicios a la Sociedad Eléctrica de Arequipa. La iniciativa creció con la compra de seis volquetes que lo llevaron a trabajar en Pucallpa, y posteriormente a fundar la empresa TAIR, con la que transportaba productos de Gloria hacia Lima y el norte del país, retornando con carga de las azucareras de esa región. La expansión hacia nuevos horizontes. Su inquietud empresarial lo impulsó a diversificar sus inversiones. Ingresó al sector pesquero con la compra de seis bolicheras y, en 1976, aprovechando la privatización de Pesca Perú, adquirió tres plantas de harina de pescado en Huarmey, Chimbote y Chicama. En 1981, Ibárcena dio el paso que marcaría su nombre en la historia empresarial peruana: adquirió la empresa de transporte Cruz del Sur. Bajo su liderazgo, la compañía pasó de ser un operador nacional a expandirse internacionalmente, consolidándose como líder en el transporte interprovincial de pasajeros, símbolo de seguridad y calidad en el servicio.

UN HOMBRE QUE CREYÓ EN AREQUIPA

Aunque sus negocios lo llevaron por todo el país y fuera de sus fronteras, Arequipa fue siempre su centro de operaciones y su hogar. La ciudad fue testigo de su filosofía de trabajo, basada en la perseverancia, la disciplina y la confianza en el talento humano. En su mensaje de agradecimiento, leído por uno de sus hijos, la familia Ibárcena destacó que este homenaje “no solo honra su trayectoria, sino que celebra también un legado profundamente valioso para las nuevas generaciones”. Subrayaron, además, que su historia demuestra cómo es posible crear empresas sólidas desde la nada, apostando por el país y su gente. “Creyó en sí mismo, creyó en el Perú y creyó especialmente en el talento de su gente”, recordó la familia, aludiendo a la visión que llevó a Ibárcena a diversificar su actividad empresarial y a generar empleo en distintos sectores productivos.

MÁS QUE UN EMPRESARIO, UN FORJADOR DE SUEÑOS

El reconocimiento a Ibárcena no solo se centra en sus logros económicos, sino en su papel como ejemplo de superación. En una época en la que muchos jóvenes abandonaban sus estudios para trabajar, él supo convertir esa necesidad en una plataforma para aprender y proyectarse. Su historia se convierte así en un testimonio de que el éxito no está reservado a quienes parten con ventaja, sino a quienes, como él, saben detectar oportunidades y no temen arriesgarse. Para la Municipalidad Provincial de Arequipa, distinguirlo como hijo ilustre es también un acto de justicia histórica: recordar que el desarrollo de la región y del país se ha construido en gran parte gracias al esfuerzo de empresarios que, desde el anonimato o lejos de los reflectores, han creado riqueza, empleo y bienestar.

EL HOMENAJE Y SU SIMBOLISMO

El alcalde provincial Víctor Hugo Rivera, en su intervención, destacó que Ángel Ibárcena representa “lo mejor de la cultura emprendedora arequipeña: disciplina, honestidad y compromiso con la comunidad”. Señaló que este homenaje póstumo es un ejemplo de gratitud hacia quienes, con su esfuerzo, contribuyeron al progreso colectivo. La ceremonia fue acompañada de un ambiente solemne pero cálido. Fotografías históricas de Ibárcena y sus empresas decoraban el salón, mientras se proyectaba un breve documental con testimonios de familiares, colaboradores y amigos.

UN LEGADO QUE CONTINÚA

Hoy, el grupo empresarial fundado por Ibárcena sigue activo y en expansión, guiado por la segunda generación de su familia. La visión de trabajo, calidad y responsabilidad social que él instauró continúa siendo la brújula para sus herederos. Su legado no solo está en las empresas que fundó dentro de las cuales destacan Cruz del Sur y TAIR, sino en la inspiración que deja para que otros emprendedores arequipeños y peruanos se atrevan a construir sus propios proyectos. En un tiempo en que el emprendimiento enfrenta desafíos globales y locales, la historia de Ángel Ibárcena recuerda que el éxito empresarial en el Perú no ha sido producto del azar, sino de la perseverancia, la adaptabilidad y el compromiso con el país.

La figura de Ibárcena, más allá de sus logros materiales, se erige como un ejemplo de que el verdadero liderazgo empresarial radica en la capacidad de generar cambios positivos y oportunidades para otros. El homenaje de Arequipa, en este 485 aniversario, es también una invitación a mirar hacia el futuro con el mismo optimismo y determinación que él mostró: creer en la tierra propia, apostar por su gente y construir, paso a paso, los cimientos de un desarrollo sostenible.

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