Gaza: entre la bota y la pantalla

En Gaza no solo mueren palestinos; muere la humanidad entera. Y lo vemos todos, en vivo, en HD, como si fuera un reality sangriento. No es exageración: basta recordar que George Orwell, uno de los escritores más influyentes del siglo XX, nos advirtió sobre un futuro dominado por la censura y la represión. Su profecía en su obra “1984” era clara: botas sobre el rostro, control absoluto, vigilancia sin respiro.
Pero también está Aldous Huxley, otro gigante cultural, que desde Un mundo feliz nos prevenía de algo más sutil: que el horror podía volverse espectáculo, que nos mantendrían distraídos y anestesiados con placeres, pantallas y consumo mientras el mundo se caía a pedazos. Gaza hoy es ambas cosas a la vez: represión orwelliana y anestesia huxleyana.
Y mientras caen bombas sobre niños, millones lo miran desde el celular entre un meme y un partido de Champions. Orwell tenía razón: la violencia es directa. Pero Huxley también: la vemos tanto que dejamos de sentirla.
Gaza no tiene agua, ni medicinas, ni pan. Los camiones con ayuda esperan en la frontera, pero no entran. Y los niños mueren. Eso no es “un conflicto”: es un genocidio planificado con Excel, contratos de armas, discursos diplomáticos… y después, silencio.
Esto no empezó ayer. Son más décadas de asedio y limpieza étnica. Se busca borrar la existencia palestina y normalizar lo aberrante: colonos que roban tierras como si fueran turistas armados. Unos tienen misiles y armas nucleares; los otros, piedras y memoria.
Occidente, mientras tanto, hace negocio. Gaza se convierte en laboratorio de armas, feria de vigilancia, vitrina de drones. Cada bomba no solo mata: también se vende como demostración publicitaria. La guerra como mercado, el dolor como mercancía.
La ONU ya declaró genocidio y hambruna. ¿Y qué pasó? Nada. Resoluciones que se guardan como papeles viejos. Porque las leyes internacionales solo sirven cuando no incomodan a los poderosos. Y aun así, Palestina resiste. Con su bandera, su cultura, su memoria. Eso es lo que más duele al opresor: que pese a la bota y la pantalla, pese a la represión y al espectáculo, los palestinos sigan existiendo.
Aquí entra un tercer pensador fundamental, Emmanuel Levinas, filósofo que hizo de la ética del “rostro del otro” el centro de su pensamiento. Para él, mirar la cara del niño hambriento, de la madre que llora o del anciano que tiembla nos obliga a responder, a no ser indiferentes. Pero hoy, esos rostros aparecen en nuestras pantallas convertidos en “contenido” que deslizamos con el pulgar. ¿Qué hacemos con eso? ¿Un like, un emoji, o una acción real: denunciar, presionar, no normalizar?
Porque si Gaza muere, no muere solo un pueblo. Muere lo que nos queda a todos de humanidad. Y peor que vivir bajo la bota, como temía Orwell, es vivir anestesiados, como advirtió Huxley, viendo todo el genocidio como entretenimiento.
