El misterio del Candelabro de Paracas
Por Jorge Turpo R.
En la arena rojiza de la península de Paracas, en Ica, hay un gigantesco símbolo que parece haber sido trazado para que lo vean los dioses o quienes se atrevan a mirar desde el cielo.
Es el Candelabro de Paracas, un geoglifo de más de 120 metros de largo grabado en la ladera de un cerro frente al océano Pacífico. Misterioso, imponente, silencioso desde hace más de 2 000 años.
Un enigma que ni arqueólogos ni historiadores han logrado descifrar por completo. ¿Fue una señal para navegantes, un símbolo religioso, un mapa astronómico o una ruta iniciática? A esa larga lista de hipótesis se suma ahora una interpretación inesperada y polémica. Viene desde Arequipa y no necesariamente de las ciencias tradicionales, sino de una curiosa intersección entre ingeniería e historia.
El ingeniero electromecánico Sergio Artieda Carpio —aficionado a la investigación cultural— sostiene una teoría que desafía casi todo lo establecido: el Candelabro de Paracas habría sido diseñado por civilizaciones provenientes de la India antigua, mucho antes de la llegada de los españoles y probablemente incluso antes del florecimiento pleno de la cultura nazca.
La propuesta aparece dentro de su estudio visual e interpretativo presentado en su exposición: Paracas: 500 años de futuro olvidado, donde también desarrolla otras hipótesis sobre los mantos paracas, esas asombrosas piezas textiles con símbolos que aún intrigan.
Ya antes, Artieda había planteado que uno de estos mantos narraba la evolución del ser humano siglos antes de que Charles Darwin formulara su teoría. Pero esta vez se atreve con un símbolo aún más universal y desconcertante: el enigmático Candelabro.
RUTA QUE UNE ICA CON EGIPTO E INDIA

Artieda se apoya en un argumento matemático, al trazar una línea imaginaria alrededor del planeta desde el Candelabro de Paracas, ésta coincide con la ubicación de otras civilizaciones que crecieron alrededor de la línea ecuatorial, incluida la cultura egipcia.
Esa línea pasaría, además, según su esquema, por regiones donde florecieron antiguos centros de agricultura, astronomía y espiritualidad. “El Candelabro no es solo una marca en la tierra, es una coordenada global, una huella de conexión entre culturas muy antiguas”, explica en su trabajo.
Y va más lejos porque sostiene que grupos provenientes de la India llegaron a Sudamérica muchos siglos antes de los españoles, explorando rutas marítimas y dejando señales de navegación.
NUEVA LÍNEA DE INVESTIGACIÓN
La propuesta suena extravagante, sí, pero Artieda no se presenta como dueño de la verdad. Al contrario, reconoce que no es arqueólogo ni antropólogo, y que sus interpretaciones no buscan reemplazar el conocimiento científico, sino abrir preguntas que otros no se atreven a plantear.
“No afirmo nada definitivo. Solo digo: investiguen. Algo no hemos entendido sobre Paracas”, sostiene. Agrega que el enigma del Candelabro de Paracas no puede comprenderse únicamente desde la arqueología tradicional, sino desde una mirada comparada entre civilizaciones antiguas.
En sus investigaciones trazó una línea geográfica partiendo de la base del geoglifo ubicado en la bahía de Pisco y, para su sorpresa, esta ruta imaginaria —a la que primero llamó “línea Paracas”, conecta lugares emblemáticos de antiguas culturas del planeta: el Ojo del Sahara en Mauritania (que muchos asocian con la mítica Atlántida), las pirámides de Guiza en Egipto, la antigua ciudad mesopotámica de Ur, e incluso Mohenjo-Daro en el valle del Indo.
Todos estos asentamientos, explica, se ubican alrededor de lo que habría sido la franja climática más fértil del planeta hace miles de años, una antigua línea ecuatorial en torno a los 27 grados de inclinación terrestre, donde el desarrollo de la agricultura hizo posible la aparición de las primeras grandes sociedades humanas.
Pero lo que más llamó su atención fue lo que encontró del otro lado del mundo: la ciudad sagrada de Benares —también conocida como Varanasi—, el corazón espiritual de la India y uno de los asentamientos humanos más antiguos de la historia.

Según Artieda, allí se utiliza desde hace siglos un símbolo ancestral conocido como “el árbol de la vida”, una figura casi idéntica al Candelabro de Paracas. Este emblema hindú, asociado a la conexión entre el cielo, la tierra y la creación, guarda una estructura sorprendentemente similar al geoglifo peruano, un eje central y dos ramas laterales que se proyectan hacia arriba, formando un símbolo que representa, para los hindúes, la continuidad de la vida y la energía universal.
Para Artieda no es una coincidencia. Sería una señal más de que existió algún tipo de intercambio de conocimiento o cosmovisión entre los constructores del Candelabro y las antiguas culturas de la India.
“No lo afirmo como dogma —dice—, solo digo que esto debe investigarse. Demasiadas coincidencias para ser casualidad”. Lo que propone Sergio Artieda no busca destruir teoría alguna, sino desafiar una comodidad académica.
