«Cuando una lengua muere, muere una visión del mundo»
En el marco del X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), ayer se desarrolló la mesa de diálogo “Unidad y diversidad en el diálogo intercultural”. En este espacio se abordó la pérdida cultural que supondría la desaparición de alrededor de 3 500 lenguas a nivel mundial. En Perú, país caracterizado por su diversidad, existe una amplia variedad de lenguas, muchas de ellas en riesgo de desaparecer. Una situación preocupante porque, como se destacó durante el encuentro, «cuando una lengua muere, muere una visión del mundo».
En el país existen 55 pueblos originarios y 48 lenguas: 4 en la región andina (principalmente quechua y aimara) y 44 en la Amazonía, muchas en peligro de extinción. A nivel global, continúa el debate sobre la necesidad de preservar las lenguas minoritarias frente al predominio de las llamadas lenguas principales. Al respecto, la escritora española Carme Riera Guilera, doctora en Filología Hispánica y catedrática universitaria, explicó las complejidades que plantea este escenario y el debate que se vive a nivel mundial.
«Lejos de empobrecer una nación, la diversidad la enriquece. Se señala que la diversidad obstaculiza la unidad del proyecto social, político y cultural común. ¿Es rentable para el lingüismo o, por el contrario, se debe salvaguardar una lengua unitaria de común? A mi entender, las lenguas son cristales a través de los que vemos el mundo. Cada una articula hablantes con ancestros, costumbres e historia comunes. Cuando una lengua muere, y actualmente hay 3 500 en peligro de desaparición, muere una visión del mundo», refirió Carme Riera.
En la misma línea, el novelista y representante de la academia en Colombia, Juan Gabriel Vázquez, señaló que la desaparición de una lengua implica la pérdida de un sistema filosófico y de una forma particular de concebir el mundo. «Si desapareciera una lengua diferente a la nuestra, desaparecería toda una manera de estar en el mundo distinta a la nuestra, incluyendo una forma de pensar diferente y un pensamiento que cuestiona al nuestro y lo interroga», declaró.
Por su parte, el filósofo Pablo Quintanilla, especialista en filosofía del lenguaje, explicó que en las lenguas indoeuropeas los conceptos epistémicos provienen de verbos de percepción, especialmente visual, como “veritas”, “gnosis” o “aletheia”, lo que evidencia que el conocimiento se entiende como una representación mental. En cambio, en el quechua existen conceptos epistémicos como “yachay”, que no se asocian a la representación mental, sino que significan “saber hacer algo y tener habilidad para ello”, además de “tener afecto por dicha práctica”.
Lo mismo ocurre con la palabra “cheqaq”, traducida como “verdad” en quechua. Este término no se relaciona con la representación de la realidad, sino con el sentimiento, ya que está etimológicamente asociado a “chi”, traducido como “sí”. «Para continuar comparando la definición occidental de conocimiento como creencia verdadera y justificada con términos análogos al quechua, habría que analizar si yachay y cheqaq están diferencialmente relacionadas con algún concepto de justificación. Una traducción aceptable de justificación es “chaninchay”, que se relaciona con valorar algo o evaluarlo correctamente», refirió.
A su vez, Nuria Morgado, académica española y directora de la Academia Norteamericana de la Lengua, destacó la importancia de preservar un lenguaje verdaderamente intercultural, que no solo implique intercambiar palabras, sino también comprender lo que el otro quiere decir y el contexto en que lo expresa. En ese sentido, señaló que el lenguaje debe diluir las fronteras geográficas, simbólicas y lingüísticas para lograr una comprensión real entre los pueblos, especialmente cuando «la diversidad lingüística refleja una variedad de formas de pensar y sentir».
El diálogo dejó en evidencia que la defensa de las lenguas no solo busca conservar palabras, sino también preservar memorias, cosmovisiones y formas de pensamiento que enriquecen la humanidad. En un contexto global cada vez más homogeneizado, el desafío consiste en proteger esa diversidad lingüística como un patrimonio vivo que sostiene la identidad y la historia de los pueblos.
