EL CESE VOLUNTARIO Y EL REINGRESO: UNA HISTORIA DE VOCACIÓN
Por Ricardo Lucano

Hay decisiones que uno toma con la cabeza, pero que duelen en el pecho. Entre quienes vivimos la docencia desde dentro -desde el llanto, la risa, las madrugadas de planificación- sabemos que el cese voluntario nunca es del todo voluntario. Nadie deja un aula porque sí. Nadie cierra de un día para otra esa vocación de servicio.

Ese paso ocurre por un momento inesperado: la enfermedad propia o de un familiar que dependía de nosotros, los estudios que exigían un tiempo que ya no podíamos estirar más, los hijos pequeños que reclamaban una presencia que no podíamos delegar. Cada quien sabe de qué estuvo hecho su propio motivo, pero todos llevamos un hilo común: la vocación seguía ahí, aunque tuviéramos que detenernos.

Y sin embargo, cuando firmamos el cese voluntario, algo adentro se rompió. Hubo lágrimas que nadie vio; el docente cerró la puerta del aula prometiendo que sería solo por un tiempo; Hubo la sensación de haber fallado, cuando en realidad se estaba luchando por seguir de pie.

Hoy, después de haber sanado, cuidado, estudiado, acompañado o simplemente sobrevivido a nuestras propias tormentas, se busca volver. No por capricho, no por nostalgia fácil. Volver porque seguimos siendo maestros. Porque la docencia no es un empleo que se deja colgado en un perchero; es una manera de mirar el mundo, de tocar una vida, de intentar sembrar un pedacito de esperanza en cada niño y adolescente que nos fue confiado.

El 2024 fue un año duro: el proceso de reingreso no se dio, dejando a muchos colegas esperando una oportunidad que no llegó. Y ahora el 2025. Aguardamos con respeto, con paciencia, pero también con un profundo deseo: que se reconozca que el retorno no es un trámite, sino una oportunidad para el sistema educativo. Este derecho está normado en la Ley de Reforma Magisterial y su procedimiento es gestionado por cada UGEL, con la coordinación del GRE y el registro final del DITEN del MINEDU. Somos profesionales que volveremos con más experiencia, más madurez, más humanidad. Haber pasado por pruebas difíciles nos ha hecho crecer, y regresamos con esa fuerza que solo conoce quien estuvo a punto de quedarse sin camino y aun así decidió levantarse.

Este llamado no es un reclamo airado. Es un ruego humano. Es la voz del que tuvo que salir del aula con dolor y hoy, toca nuevamente la puerta. No pedimos privilegios; pedimos justicia y coherencia con lo que la Ley Magisterial reconoce, y con lo que la vida nos enseñó.

Porque el Perú necesita todos esos corazones dispuestos a educar. Necesita a la maestra de inicial del abrazo fresco que calma el miedo de los más pequeños; al maestro de primaria experimentado en promover aprendizajes; a la maestra de secundaria que trae consigo una mirada renovada para acompañar a los jóvenes en un país que cambia cada día. No somos muchos, pero cada historia es un testimonio. Y todos compartimos una certeza: todavía tenemos mucho por dar. Por eso, con respeto y con esperanza, decimos: Permítannos volver. El aula es nuestro lugar.

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