“Vino la noche”: El lado humano del uniforme en el cine documental peruano
Se aleja del documental informativo para transmite más intimidad en la pantalla
Por Daniela Santander Revilla
Vino la noche, la opera prima de Paolo Tizon, trata sobre un grupo de jóvenes que se enlistan en un entrenamiento militar en la Fuerza Aérea del Perú para ir posteriormente al VRAEM. Este largometraje no es el típico documental al que estamos acostumbrados. No hay una voz en off que guíe la historia, ni cifras que encuadren la realidad, ni testimonios preparados para conmover. La película rompe con esa lógica informativa y propone algo más íntimo, mirar sin intervenir, escuchar sin narrar, acompañar sin explicar. Lo que parece simple en pantalla termina siendo lo más poderoso.
Aquí no hay actores ni guiones. Los protagonistas son reales, y con ellos también lo son sus gestos, silencios, bromas y temores. A través de escenas cotidianas (conversaciones comunes, risas breves, largos momentos de espera) el espectador conoce a los hombres detrás del uniforme. Esa humanidad es la que duele más cuando recordamos que, en realidad, se están preparando para ir al VRAEM. La película no subraya el peligro; lo deja flotar en el ambiente como una amenaza silenciosa que jamás abandona el plano.

Uno de los rasgos más arriesgados y también más valiosos del filme es su uso del silencio. Durante gran parte de la película no hay diálogos, solo sonidos diegéticos: pasos, respiraciones, ruidos del entorno, miradas que hablan sin palabras. Sin embargo, esta apuesta por el silencio y la contemplación también puede convertirse en una barrera para algunos espectadores. La ausencia de contexto histórico, político o geográfico sobre el VRAEM deja vacíos que la película no siempre logra compensar. Para quienes no conocen el conflicto, Vino la noche puede resultar una obra tan poética como enigmática, tan honesta como incompleta. La decisión de no explicar nada exige un espectador activo, dispuesto a interpretar sin ser guiado, pero también corre el riesgo de diluir la gravedad del escenario en una contemplación excesivamente estética.
Vino la noche es una experiencia más que una historia. No busca explicar el conflicto, sino sentirlo. No pretende enseñar, sino acompañar. Y en ese gesto simple, casi invisible, logra algo inmenso, que el espectador deje de ver soldados y empiece a ver personas. Personas que esperan, que dudan, que hablan de cualquier cosa para no pensar en lo que viene después. Esa es su mayor fuerza… y también su herida más profunda.

