El Andahuaylazo
Por: Christian Capuñay Reátegui
El 1° de enero del 2005 fui enviado a cubrir los incidentes de la toma de la comisaría de Andahuaylas por un grupo de personas encabezado por Antauro Humala Tasso, quien exigía la renuncia del entonces presidente Alejandro Toledo. La tensión en esa ciudad se encontraba al máximo, como era de esperarse. Algunas calles estaban bloqueadas con barricadas y acercarse a la estación policial requería del permiso de los hombres de Humala –en su mayoría, muy jóvenes–, provistos de fusiles de guerra y proclives a mostrar los dientes para dejar en claro que ellos mandaban.
Llegamos a la comisaría e ingresamos para entrevistar al cabecilla de la asonada. Nos recibió sentado en un sillón, con dos muchachos a cada lado, cual guardia real. El ambiente había sido provisto de cierta teatralidad, con evidente intento de exaltar su figura. La entrevista, que por momentos él aderezó con insultos hacia todos los que no compartían su visión del país, no se publicó por decisión editorial.
Pese a ello, los cuatro días de la crisis sirvieron para ratificar mi opinión desfavorable respecto de este oficial retirado del Ejército, no solo por la ilegalidad del acto que encabezó –el cual ocasionó la muerte de cuatro policías, a quienes, según un testigo, calificó de “perros del Estado”, y de dos de sus seguidores–, sino también porque fui testigo de un probable delirio de grandeza y un mesianismo inculcado tal vez desde temprana edad.
Hace pocos días, Humala recuperó la libertad y declaró sentir orgullo por aquel suceso. Su excarcelación sería legal y todo reo que cumple su condena debe ser liberado. Lo inadmisible, sin embargo, es reivindicar el quebrantamiento de la ley, el asalto armado a un local público y pretender eximirse de la responsabilidad de los lamentables hechos allí perpetrados.
Es falsa la narrativa que pretende revestir a los sucesos de Andahuaylas con un aura de heroicidad. No hubo ningún acto épico ni gesta alguna ni ninguna rebelión justificable. Se cometieron delitos que motivaron una condena judicial. Y si Humala pudo conservar su integridad fue, creo yo, porque el gobierno de la época prefirió resolver la crisis negociando y no de forma cruenta, a sabiendas de que un derramamiento de sangre hubiera sido aprovechado por sus enemigos políticos para debilitarlo todavía más.
Conviene tener en cuenta la naturaleza del llamado Andahuaylazo, más aún cuando su autor tendría la intención de insertarse en la vida política y presentar alguna candidatura que quizá ganaría adeptos, sobre todo en aquellos sectores caracterizados por respaldar propuestas distintas al statu quo.
Es evidente que el panorama político se alterará con la probable participación de Humala. ¿Estará el elenco estable de la política en condiciones de enfrentarlo? ¿La gran prensa lo atacará sin piedad hasta victimizarlo y favorecerlo como ocurre actualmente con otros personajes? El tiempo despejará estas dudas.