La arquitectura de Arequipa, una obra maestra del genio creador humano

Por: Daniela Fernández C.

Tallada en sillar la ciudad celebra 25 años como Patrimonio Cultural de la Humanidad

Caminar por el Centro Histórico de Arequipa siempre implica encontrar algo nuevo. A veces es un detalle sutil en una calle que uno creía conocer de memoria. Otras, una fachada que de pronto revela un labrado que nunca vimos. La luz cae sobre los muros de sillar como si revelara un antiguo secreto. Las sombras parecían bordadas, y la ciudad respiraba con la calma de quien sabe que su historia aún sigue viva. Lo riquísimo de nuestra arquitectura no pasó desapercibido para el mundo. Ya hace un cuarto de siglo fue declarada patrimonio de la humanidad. Sin embargo, ¿Cómo se dio este reconocimiento y que estamos haciendo como custodios?

El arquitecto William Palomino Bellido, docente universitario y ex gerente del Centro Histórico de la ciudad, recordó a los pensadores que definieron la arquitectura arequipeña. “Carlos Velarde, en los años 40, la llamó arquitectura mestiza, porque fusiona lo europeo con lo local como en ningún otro lugar del Perú”. Luego mencionó a Enrique Tórres, quien en los años 60 y 70 afirmó que aquella fusión había evolucionado hasta convertirse en una arquitectura propia, singular, la arquitectura arequipeña.

Palomino Bellido cuenta esto con la naturalidad de quien ha pasado la vida conversando con los edificios arequipeños. Explica que la investigadora Adela Pardo de Belaunde, tras los terremotos de los años 60, describió Arequipa como una ciudad tectónica, blanca y robusta. “Ella entendió que esta arquitectura no solo es hermosa: tiene carácter, tiene memoria sísmica, tiene arraigo” comentó.

Allí, entre calles empedradas, surgió otro concepto clave, la textilografía, acuñada por el reconocido arquitecto argentino Ramón Gutiérrez. “Así como se borda un telar, también se talla una fachada”, dijo Palomino. Y entonces las molduras y relieves comenzaron a parecer hilos entrelazados, como si cada detalle hubiese sido tejido pacientemente para narrar el espíritu de una ciudad que nunca dejó de reinventarse.

Por otro lado el decano del Colegio de Arquitectos de Arequipa, Juan Francisco Melgar Begazo, “Cuando Arequipa fue fundada, adoptó una trama urbana europea, pero reinterpretada por los alarifes locales”, explicó. Esa mezcla, la disciplina europea y la sensibilidad andina, dio origen a lo que hoy es uno de los paisajes urbanos más singulares de América Latina. “La ciudad es mestiza porque nace del diálogo, no del reemplazo”, añadió.

Melgar Begazo insistió en que el uso del sillar marcó un antes y un después. “Esa piedra volcánica le dio a la ciudad una fisonomía luminosa y homogénea, única en el mundo”. Ese carácter fue determinante para que la UNESCO, en el año 2000, reconociera el Centro Histórico como Patrimonio Cultural de la Humanidad, considerándolo una “obra maestra del genio creador humano”. La declaratoria, según me dijeron ambos especialistas, no fue un regalo, fue el reconocimiento a una identidad trabajada durante siglos.

Sin embargo, ser patrimonio no es solo un honor, es también una responsabilidad. Melgar advirtió que el mayor desafío está en la gestión urbana. “El peligro no es el turismo, es la falta de planificación. Cada nueva autoridad cambia las reglas, y eso daña la coherencia del Centro Histórico”, afirmó. Mientras tanto, crecen los riesgos, como el comercio informal, fachadas deterioradas, cableado que hiere la armonía del paisaje.

Las palabras de ambos arquitectos hacen que se piense en cómo Arequipa enfrenta un reto de identidad cotidiana. Muchos ciudadanos pasan apurados frente a casonas centenarias sin mirarlas, otras veces, los grafitis o demoliciones ilegales parecen heridas hechas sin entender su profundidad. “Cada calle cuenta algo de quienes fuimos y quienes somos”.

Caminar hacia la Plaza de Armas es como cerrar un círculo. Su valor patrimonial no reside sólo en sus muros, sino en la manera en que esos muros nos hablan. Ser patrimonio no es estar en un museo, es seguir vivo, creciendo hacia adelante con la memoria intacta. La ciudad no se conserva por obligación, sino por amor, por ese vínculo silencioso entre generaciones que tallaron y siguen tallando la historia sobre la piedra.

Queda claro que Arequipa es patrimonio porque es una ciudad tejida, por sus maestros, por quienes la investigan, por quienes la habitan y por quienes cada día la recorren con admiración o con prisa. Es patrimonio porque respira, porque nos cuenta quiénes somos y porque, de alguna manera, siempre nos invita a volver a mirarla.

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