El maestro que dio su vida por la humanidad
“Más no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17, 20)
Por: Dr. Juan Manuel Zevallos
El mensaje de amor, comprensión, entrega y dedicación por la vida está presente no solo en la historia del maestro de Galilea, están presentes en todos los actos nobles, solidarios y de dedicación que llenan las páginas de la historia de la humanidad.
Él dio su vida por cada uno de nosotros y, de algún modo, nosotros también damos la vida por Él.
El magisterio de su amor y su proclama de la nueva alianza se eleva más allá de los preceptos religiosos, se desarrolla a través de una nueva forma de ver el mundo y de analizar la existencia humana.
El concepto de salud mental basado en la esperanza, la fe y el compromiso con nuestra vida, no solo es una filosofía o un arte para poder “vivir mejor”, es en sí el pilar fundamental donde debiera de asentarse cada acto que llevamos a cabo. Si pudiéramos por un momento comprender que “el acto de amor personal” involucra no solo nuestro cuidado físico sino y también mental y emocional, entonces podríamos concebir una vida distinta basada no solamente en valores y principios morales.
La vida como tal es un milagro que como adultos incomprensibles y confundidos no valoramos a plenitud. Maltratamos nuestra existencia como si fuese renovable y solo cuando la imagen de la muerte se refleja en nuestro iris, imploramos y pedimos una ayuda que siempre se nos ha dado y que insensatamente hemos venido rechazando.
Las palabras de Cristo, las palabras de paz de tu hermano, la sonrisa de tu hija, el abrazo de tu padre y las lágrimas de tu abuelo son la evidencia clara de que Dios vive en cada uno de nosotros y que nos desea lo mejor.

El maestro del entendimiento abrió un día sus ojos y vio un mundo hermoso en donde hermano y hermano discutían, se levantó de su sitio de reposo y reprendió a la inconciencia de los hermanos y luego estos se abrazaron. El maestro de la paz destiló comprensión en su diálogo y nunca buscó tomar una posición por el pensamiento humano, solo busco que nuestra mente aletargada y permisiva, contaminada por tantos conceptos de destrucción, despertara de su letargo para espectar un mundo donde no hay contradicciones ni puntos encontrados, solo armonía y equilibrio entre cada una de las creaciones.
¿Por qué no seguir las naturalezas del equilibrio y por qué decidir por el sí o por el no, cuando en verdad la vida no está escrita en blanco y negro?
¡En verdad no somos buenos ni malos, constructores ni destructores de la vida, en verdad somos seres vivos que aún no hemos logrado desarrollar aquellas capacidades mentales que se nos han sido entregadas para crear más vida!
Muchos caminantes confundidos preguntan cada noche ¿Dios, realmente me amas?, mientras hunden sus manos en la tristeza, mientras que un puñal de mentiras y desengaños atraviesa su corazón. En verdad Dios nos ama, pero nos ama del único modo que se puede amar, dándonos todo aquello que necesitamos para vivir.
Pero ahora de seguro se abre una contradicción en la mente de muchos: “Realmente no tengo todo lo que quiero, entonces, ¿Dios no me ama?”
Dios te da todo lo que necesitas para vivir, no te da todo lo que quieres ya que mucho de lo que solicitas es superfluo, es algo incoherente con tu vida y sería un error de su parte darte algo que quizás nunca podrás valorar a plenitud.
La vida del Cristo que conoces va más allá de sus palabras, va más allá de sus actos y de la apreciación de sus apóstoles y biógrafos. Su vida es un manuscrito eterno en donde las leyes del desarrollo humano encuentran el mejor lugar para crecer. Si nos amáramos a plenitud de seguro que evitaríamos llevar a cabo tantos actos negligentes que lastiman nuestra integridad física y mental. Si nos amáramos como Jesús se amó a sí mismo, erradicaríamos de raíz las ideas de venganza, odio y rencor de nuestra mente, encenderíamos una luz de esperanza en la mente y cobijaríamos y alimentaríamos con afecto y cariño palabras nobles, palabras llenas de ternura, las cuales entregaríamos a todo aquel que por un momento decidiera caminar un momento con nosotros.
Si nos amáramos como Cristo se amó, evitaríamos consumir tantas sustancias nocivas, desterraríamos de nuestra dieta la comida rápida y las drogas. Valoraríamos a plenitud cada estructura de nuestro ser y las cuidaríamos como si mañana no las volveríamos a tener.
Si pudiéramos amarnos a plenitud, estudiaríamos no solo los conceptos de las ciencias humanas, iríamos más allá y trataríamos de entender los principios que rigen la conducta y las reacciones emocionales humanas. Nos alimentaríamos de solidaridad, de gozo, de entrega y de acciones de dar.
En verdad hoy he aprendido que el maestro del amor vive conmigo y que a diario me educa y me forma, Él me llama a hablar a la gente sin disgusto, Él me invita a desarrollar mi capacidad de decidir con sabiduría y con nobleza de corazón, me dice que me levante cada vez que me caigo y me recuerda que solamente un hombre debe ver a otro de arriba abajo cuando le extiende una mano y lo ayuda a levantarse.
El maestro de la comprensión es mi compañero en este camino, me hace leer frases de alegría y me invita a compartirlas con aquellos que me miran, me dice que aquel que hace algo que realmente quiere ya ha construido una nueva vida en su interior y que, si los sentimientos que lo guían son nobles, la vida que ha construido será un modelo de fe y alegría por seguir.
Ahora construyo mi vida con dedicación y esmero, “he decidido dar por abandonado en el pozo sin fondo las frases de desesperanza que inundaban mi pasado”. He decidido construir mis relaciones interpersonales en base a su magisterio, extendiendo las manos para entender el sufrimiento ajeno y abrazando de corazón al sufriente y necesitado de protección.
