Octavo nivel del desarrollo socioemocional: “Solo ve lo maravilloso que es cada ser humano”
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Hoy voy a narrarles otra historia del padre del maestro del amor, una historia que de seguro llenará vuestra mente de contemplación y su corazón de empatía y buena voluntad.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

“Cuentan que hace mucho tiempo, cuando el maestro de la emoción y el amor aún era niño, vivió una experiencia sobrecogedora y más que nada aleccionadora, en virtud de los hechos que viviría en su vida pública.

Una tarde de sábado como tenía costumbre, salió a recorrer con su padre algún camino que lo llevaba siempre al desierto o a la montaña. Aquel día el desierto árido de Judea fue el destino de aquel padre maravilloso y de aquel hijo que estaba formando su mente para ser la luz de la humanidad.

José dirigiéndose a su tierno niño preguntó:

¿Dónde sembrarías una planta, en este lugar del mundo o cerca ha la ribera de un río?

Jesús se apuró a dar una respuesta, aquella que “caía de madura en su inteligencia”.

En la ribera del río – exclamó lleno de júbilo.

José miro hacia el oriente y por un momento parecía estar lleno de aquellas lejanas montañas que contemplaba.

Jesús lo miró con asombro y sosegado pensó “he dado la respuesta que corresponde y mi padre no ha sonreído, ¿qué raro?”

José permaneció ensimismado por un momento y el silencio de aquella situación intranquilizó a su hijo. Luego de percatarse de la respuesta emocional de desazón en su vástago hizo otra pregunta:

¿Estás seguro de lo que has dicho?

El niño más amado del mundo reflexionó hacia sus adentros y guardó silencio por un momento. Él sabía claramente que aquella interrogante llevaba una enseñanza muy grande en su interior y buscaría obtenerla. Hizo un silencio prolongado y aun así no hallaba una respuesta distinta a la señalada en un inicio. Ya un poco intranquilo sentenció:

Hay muchas plantas en las riberas de los ríos y casi o ninguna planta en este desierto.

José se alegró por el cambio de respuesta y luego abrazó a su hijo. El agradecía el esfuerzo del pequeño Jesús con un abrazo; el hijo del carpintero del amor sabía que había sucedido algo maravilloso en su mente en formación y por eso lo abrazo muy fuerte también.

Luego de aquel momento José nuevamente preguntó:

¿Tú que planta sembrarías en un lugar como estos?

¿Una suculenta? – respondió casi sin pesar el niño más alegre de Nazaret

Que bella respuesta -le interrumpió José-, sembrarías una suculenta que sería alimentada por la brisa de la mañana y que sacaría lo mejor de sus fuerzas al enfrentar el calor del día. De seguro sembrarías una suculenta, aquella planta que sabe el valor de la vida y que se alimenta de lo justo y necesario de su entorno y que a la vez suele regalarnos uno de los espectáculos más bellos de la creación, sus flores.

Y luego de animarse con la respuesta de su hijo completó:

Y ¿sembrarías una suculenta en la ribera de un río?

El niño calmo su alegría y respondió:

No, porque…

¿Por qué mi tierno niño?

Porque moriría en ese lugar.

José miro con dulzura a aquel niño bello e inteligente que solía jugar alegre por las calles polvorientas de Nazaret con más juguete que un trozo de madera y su imaginación, y nuevamente le interrogó:

¿Dónde sembrarías una planta, en este lugar del mundo o cerca de la ribera de un río?

Jesús, que había asentido el aprendizaje desarrollado contestó con la mayor seguridad del mundo:

En ambos lugares del mundo, papá.”

Quizá toda la conversación hubiera terminado en ese momento, pero no fue así, el padre del futuro maestro del amor era un hombre tan sencillo en sus actos, pero profundo en su manera de pensar, y en aquel modo tan bello de hacer reflexionar dijo algo más que acabó por llenar la mente en procura de aprendizaje del pequeño Jesús.

“Yo hubiera elegido este lugar para sembrar una planta. No estoy en contra de lo que has dicho mi tierno querubín; pero me apasionaría cultivar cualquier tipo de planta en este paramo, sería un desafío en algunas oportunidades y una complacencia en otros. ¿Sabes algo amado hijo? a lo largo de nuestra vida cada uno toma decisiones y siempre esas decisiones son las más correctas. ¡Nunca nos equivocamos, nunca! Esa es una de las razones que debieran de bordar los trajes de nuestra felicidad. El error al hacer algo con convicción, buen propósito y entrega basada en un análisis pleno en base al conocimiento que se tenga ¡no existe! Solo se yerra al no hacer algo, solo uno se equivoca al dejar de hacer aquello que debiera de hacer, el único error que existe en la vida es el error de no hacer.

Luego de aquella profunda reflexión, ese padre amoroso con entrega plena por la formación socioemocional de su hijo continuó:

Hoy quiero que pienses en ello y quiero que pienses en algo más. Quiero que pienses en lo diferente que somos cada criatura, cada ser de la creación. Quiero que medites en que cada uno de los seres vivos que comparten esta tierra contigo tienen, como las plantas que hablábamos hace un momento, necesidades distintas, ¡todos tenemos necesidades distintas!, ¡todos somos iguales y distintos a la vez! Entiendes el milagro de la creación hijo mío, nada ni nadie es igual. Y justo es el punto de inicio de algo que marcará tu vida y que será el punto de quiebre de una búsqueda afanosa de una mayor verdad.

Antes de proseguir su relato, José, el carpintero del conocimiento y la amabilidad, secó su rostro por el sudor que le discurría y exhalando profundamente pronunció:

Todos los seres humanos discurren sus pasos por este mundo de un modo distinto, cada uno abre su corazón de manera disímil. Siempre existirán pensamientos y emociones que no estarán a nuestro alcance en el proceso de conocer a alguien. Cada ser humano, amado hijo, vive con alegría y tristeza en el mundo y cada humano proyecta esa alegría y tristeza de un modo muy personal, entonces podrías decirme ¿cómo puedo conocer plenamente a alguien?

Aquel tierno niño, nacida de la madre más buena y tierna que alguna vez existió, no encontró una respuesta a aquella pregunta a pesar que buscó insistentemente en cada lugar de su mente en formación y resignado, triste y ciertamente alicaído contestó:

No lo sé. No sé papá.

José nuevamente lo abrazo como a quien se le iba la vida con aquel abrazo y mirando en lo más profundo de sus ojos exclamó:

Nadie puede saberlo, en verdad. Lo único que siempre estará a tu alcance será poder ver y contemplar con éxtasis tu mundo interior. Ese es el único mundo que podrás conocer y recuerda, en ese mundo en construcción, que es tu mente, siempre habrá nuevos recuerdos por reescribir y viejos dolores por trastocar en renovados aprendizajes. Cuando veas el error en los actos ajenos, cuando veas la paja en el ojo ajeno recuerda, siempre recuerda este momento, ve la viga que está delante de tus ojos, ve la tolerancia en tu corazón y reconoce humildemente tu limita capacidad por conocer el mundo mental de todos aquellos que te rodean. Solo hay un modo de vivir, tierno y amado hijo, solo se puede vivir contemplando lo maravilloso que hay en cada ser humano”.

Cuentan que esa lección, en especial, fue una de aquellas que el maestro del amor siempre llevó en su alforja mental. Dicen aquellos que compartieron con el maestro del amor que nunca se cansó en compartir con sus cercanos aquella historia.

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