El riesgo tras la juramentación de Dina Boluarte
Por: Aldo Llanos – El Montonero

Y un día se fue vacado el presidente Castillo. Mejor dicho, se “autovacó”, en una perfecta demostración de torpeza política. ¿Y si tal “harakiri” obedece a una siniestra estrategia regional al demostrarse que el presidente, como actor político, era incapaz de consolidar una agenda radical en el Perú? Tal y como se están dando las cosas me temo que la cosa va por ahí.

La llegada de Pedro Castillo al Palacio de Gobierno no supuso algún intento de cambio del sistema socio-económico, sino algo más común en nuestro país: el intento de copar las instituciones con allegados para usar al Estado como botín. En ese sentido, el mote de “la chota nostra” fue muy preciso. Estos allegados al presidente de comunistas no tenían un pelo, ya que eran y son un sector del empresariado nacional de raigambre provinciana. Durante el mandato de Castillo se vio claramente la disputa por las contrataciones y licitaciones que tradicionalmente siempre usufructuó el empresariado limeño (criollo).

Pero, ¿y dónde quedaron todas aquellas personas que votaron a rabiar por Castillo y, por ende, contra Lima –y que no pertenecen a la burguesía provinciana– buscando un cambio real del sistema? En sus casas viendo (una vez más) como eran estafados. Con Toledo, con Humala y ahora con Castillo. Pero ahora hay rabia, como la principal secuela que la crisis del coronavirus y la geopolítica mundial va dejando hasta el momento.

El problema de los propulsores del capitalismo neoliberal es que suponen que las necesidades humanas empiezan y terminan con tener bienes materiales, inflando el pecho con las cifras de reducción de la pobreza debido al aumento de la capacidad adquisitiva de los individuos. Craso error. Nadie discute si el capitalismo funciona o no, ya que es evidente que sí. El problema no es ese, sino el de la respuesta que se obtiene ante la pregunta: ¿qué tipo de mentalidad humanista predomina cuando el capitalismo funciona? ¿Predomina la mentalidad del bien común (que me lleva a interesarme por los demás y sus necesidades reales), o la mentalidad del individualismo (del hombre hecho solo para sí mismo)? ¿Aumenta la caridad y el rol social de las personas o se disparan los vicios y el consumo de lo superfluo? Y esto ya sea en Casuarinas o en Madre de Dios.

Por ello, para gobernar nuestro Perú la pobreza no puede ser entendida solo como pobreza material sino también como pobreza educativa (insuficiencia de estudios útiles para insertarse en el mundo laboral) y como pobreza espiritual (insuficiencia de saberes que nos abren a la trascendencia y a los demás), tal y como nos lo recuerda la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

Pero no hubo nada de ello. Para los peruanos más postergados, Castillo se develó como la reproducción del mismo sistema que no alcanzan a comprender, pero que sí empiezan a detestar con rabia cada vez más acumulada. Y con la llegada de Dina Boluarte comprenden que es más de lo mismo: la llegada de la izquierda caviar, más interesada en el género, el aborto, las consultorías y el copamiento del Estado que en atender las necesidades reales de las gentes del Perú profundo. Pero esos peruanos están ahí y no son una ficción. Están sufriendo la sequía, la escasez, la quinta ola y el alto precio de los insumos agrarios.

Y ahora miran a Antauro, ¡a un delirante lenguaraz! Y si apareciese un chamullero antisistema proveniente de la minería informal o de la producción de la hoja de coca con suficiente poder económico, también lo mirarían. Esta desesperación se va agudizando a tal punto que el peligro de que un verdadero loco llegue al poder se va haciendo cada vez más posible.

¿Y a quién convendría ello? A los que saben que en el caos es más fácil cambiar la Constitución e implantar un verdadero socialismo. Ya se hizo en Venezuela, y así se empezó en Colombia y Chile.

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