Educación para la paz
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario
Si desde el principio de la formación educativa se promueve la competencia insaciable y no la solidaridad, entonces iniciamos mal todo el largo y complejo aprendizaje. Cuando a los estudiantes se les indica que deben lograr sus objetivos como sea, sin que les importe la manera de lograrlo, fracasamos todos. Es atroz la celebrada concepción de la existencia como una carrera darwiniana en la que vencer es el objetivo principal.
La competencia despiadada, que algunos promueven como una forma de vida supuestamente exitosa, es contraproducente para una convivencia saludable. Además, cruelmente insensible con el prójimo y antagónico a la concordia anhelada. Eso es lo nefasto de impulsar el individualismo cínico, el egoísmo vanidoso, la soberbia clasista. Es inaceptable que permanentemente, en impunidad, se incentiven prácticas que nos separan, como el racismo. Para nada contribuye a la fraternidad deseada, validando públicamente valores negativos que acentúan nuestras diferencias como si fueran irreconciliables.
Por ello, la educación es esencial para construir personas autónomas, respetuosas, tolerantes. Ello pasa, primordialmente, por dar oportunidades a todos para que accedan a la educación. Si no se garantiza el ingreso al sistema educativo a nuestros compatriotas, desaprovechamos la mejor vía para impulsar el talento humano y asegurar con ello nuestra prosperidad colectiva. Si alguien no estudia, nuestra nación pierde. Si la educación no es concebida como un derecho fundamental y decisivo a la que todos, sin excepciones, deben tener acceso, entonces, las desigualdades permanecerán. La educación acorta las brechas sociales. Por lo tanto, hay que garantizar su permanencia en un sistema educativo de calidad, siendo esta una condición imprescindible para que el potencial cognitivo se maximice como para que una ética para la paz sea inherente a la ciudadanía. Una conciencia moral sólida que diferencie con claridad y firmeza el bien y el mal es clave para la sostenibilidad de una sociedad.
Así, una educación para la paz refuerza la democracia, incorpora una concepción cooperativa, ecuménica, de justicia y de reconocimiento del otro como base de toda convivencia. Nos ayuda a entender que el vínculo cuidadoso, el clima de respeto mutuo, la pedagogía del bien común, el consenso consecuente son los ejes que nos facilitan la concordia social. La interacción adecuada en los espacios de influencia fortifica el círculo virtuoso de manejar los naturales conflictos con diálogo real para el entendimiento pacífico.
En consecuencia, es sustancial educar para la cooperación, el trabajo en equipo, la reciprocidad, el apoyo mutuo, la protección colectiva, la tolerancia comprensiva de nuestros eventuales errores, la escucha activa, la reflexión positiva de nuestros aciertos conjuntos, la compleja promesa y posibilidad que somos todavía como país.